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Torres también se consagra en San Siro

En la misma portería en la que Cesc anotó su histórico gol siete días antes, Fernando Torres reclamó el mismo trato de estrella rutilante del fútbol actual. Anotó un golazo limpio y brillante que sentenció la eliminatoria más bruta de los octavos de final de la Champions, aquella en la que fabricarse ocasiones se presumía más complicado. Todo fue fantástico: el control, la media vuelta y el disparo. Fantástico y decisivo, porque aunque el Liverpool parecía tener el partido controlado –más aún con la rigurosa expulsión de Burdisso-, ahorró treinta minutos de sufrimiento a los reds.

Benítez planteó el partido con inteligencia. Reforzó el centro del campo con Leiva, dio libertad a Gerrard y apostó por sus delanteros más veloces. Pidió agresividad a sus hombres para que presionaran arriba y dificultaran el juego combinativo de un equipo al que ya normalmente le cuesta horrores mover el balón. Pese a ello, el Inter tuvo con empate a cero cuatro ocasiones bastante claras para meterse de lleno en la eliminatoria. No llegó tocando, pero estuvo cerca de marcar. Casi siempre con Cruz en la ejecución final. Pero esta vez, en contra de lo que viene siendo habitual, a la escuadra de Mancini le faltó definir.

El técnico italiano aparece como el gran derrotado de la eliminatoria. Ofreció un repliegue exagerado en la ida y arriesgó muy poco en la vuelta – no metió en ningún momento a tres delanteros juntos pese a necesitar una remontada complicadísima-. En realidad, tras el gol de Torres pareció darse por vencido. Incluso se escucharon vítores de la hinchada visitante mientras los reds se pasaban el balón a placer.

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