Precarios por el mundo

El problema de la juventud, el problema de este país

Lara Hernández
Activista social

Les presento a Andrés. Vive en Madrid. Hace algo más de un año terminó la carrera de Arquitectura. Desde entonces cada mañana moja en el café las decenas de ofertas que encuentra en la red. Su madre está convencida de que esta inexplicable (¡quién se lo iba a decir años atrás!) demora es pasajera. Cuando la crisis acabe todo volverá a ser como antes. Solo hay que aguantar, tener paciencia. Mientras tanto, Andrés ha encontrado algo: mañana empieza como captador de socios para una ONG en la Gran Vía.

María y Juan llevan diez años juntos. Cuando empezaron a salir apenas se veían. Juan trabajaba como peón en la obra y María en la farmacia del barrio. Decidieron invertir metiéndose en un piso. Años después, ambos están en el paro, siguen en casa de sus padres pero tienen una hipoteca a veinticinco años.

Por allí llega Raquel. Vive sola en un barrio de Valencia. Estuvo trabajando como becaria durante dos años en la redacción de una revista de moda. Dos años, trescientos euros al mes. Ahora, le han ofrecido la posibilidad de quedarse pero sin posibilidad de contrato. Tendrá que darse de alta como autónoma, a pesar de que las condiciones son como las de una trabajadora asalariada más. ¡Eso sí! Sin vacaciones pagadas, bajas por enfermedad o derecho a huelga.

Luis, en cambio, ronda la treintena ya. Sus padres no pudieron ir a la Universidad. Pasaron de cuidar a sus mayores, a cuidar de sus hijos. Todo lo que ganaron lo invirtieron en el futuro de Luis: estudia algo con porvenir, aprende idiomas y conoce el mercado laboral desde dentro y sin que se te caigan los anillos, le decían. Él hizo caso en todo y sin embargo, ese ascensor social en el que él junto con toda una generación se montó, pensando que sólo podría ir hacia arriba, se paró en la salida. En la salida de un país por mar, por aire o por tierra. Hoy vive en Londres, trabaja como lavaplatos y ocasionalmente, como profesor particular de español, para poder pagar el alquiler. Duerme poco, pero aún así y curiosamente, vive con una extraña sensación, una mezcla entre un sentirse útil y el desarraigo.

Andrés, María, Juan, Raquel y Luis existen. Son reales y son miles. Sus problemas, son los problemas de un país, porque somos nosotros y nosotras, la juventud, el sector poblacional dónde se puede comprobar con mayor radicalidad el alcance político que tiene esta crisis. Tenemos una situación estructural de paro: hay un 53% paro juvenil, lo que significa que de cada dos jóvenes, uno está buscando empleo y sin tener perspectivas reales de llegar a tenerlo. Tenemos una situación estructural de precariedad: más del 70% de los contratos de las personas jóvenes son temporales, jóvenes que no nos podemos independizar, que no podemos ni soñar con construir una familia o jóvenes que estamos trabajando en negro con un salario que sólo nos sirve para pagarnos los gastos de una vida de supervivencia. Tenemos una situación estructural de exilio económico: un 48% de las y los españoles decían estar dispuestos a trasladarse a vivir a otro país.

Jóvenes, que somos una de las generaciones más preparadas de la historia, y que vemos como se nos regala para convertirnos en mano de obra barata para los países del norte de Europa, que se están lucrando con las políticas que empobrecen al sur a costa de mantener sus beneficios y privilegios. Tenemos una situación estructural de recortes: 5.000 millones de euros menos en el presupuesto de educación desde que comenzó la crisis para que ahora nuestra educación la paguen íntegramente las familias a través de la subida de las tasas universitarias, a la vez que nos imponen una reforma elitista en nuestros institutos, como es la LOMCE para segregarnos en las aulas.

Todas estas alarmantes situaciones son precisamente las que demuestran que este país no es un país para jóvenes. Pero lo más importante, cuando hablamos de lo que implica "lo juvenil" en este momento histórico, es comprender que ser joven no consiste en tener entre 16 y 31 años. Eso es ya lo de menos, porque ser joven ya no es una cuestión de edad. Ser joven implica estar preparándote para ser un adulto independiente y con un proyecto de vida propio y viable. Y esa vida propia se rompe y se hace imposible en un país que prioriza el pago de una deuda ilegítima antes que garantizar los derechos de su gente, en un país que prioriza los intereses de la élite, de las grandes fortunas y de los empresarios multimillonarios, por encima del bienestar de una amplía mayoría.

Jóvenes, somos todos los que hemos visto que nuestro proyecto de vida no se ha podido realizar por la crisis. Somos eso que pretenden llamar la generación perdida. Porque ser joven hoy en día es mucho más que tener una determinada edad, ser joven es no tener garantizado un futuro. El problema de la juventud es el problema de este país, porque un país que expulsa a sus generaciones más jóvenes es un país fracasado. Un estado fallido. Si te sientes joven en alguna de estas formas, bienvenido a este, tu espacio. Aquí queremos darte voz y pluma, pero sobre todo la oportunidad de narrarnos tu vida precaria desde el lugar en el que te encuentres.

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