Carta con respuesta

Tres juegan al tute

El amor es una emoción, pero también un engaño si no se sabe penetrar en su realidad. El amor lo puede todo, es fuerte en la desdicha y en el sufrimiento, puede superar las mayores traiciones y sólo muere cuando es sustituido por el odio. Él nos hace capaces de transformar nuestras almas en moradas divinas, y progresando en él nos hacemos uno con el otro y tocamos a Dios en él. El amor nos da esperanza y nos congrega en la necesidad. Pero si no se ama a Dios, es imposible que alcance su plenitud, pues de Él viene y a Él va celado por el velo de nuestra apariencia.

ANA CORONADO, Barcelona

Cuando yo era muy joven, la profe nos preguntaba en clase: "¿Vosotros creéis que en el siglo XII los pobres se enamoraban?" Así nos explicaba (entre otras cosas) lo que era el amor cortés, un artículo de lujo para entretenimiento de las clases acomodadas: por eso, los criados se ríen de Calixto sin parar, como Sancho se ríe de don Quijote (y le compadece). Y antes de que existiera el cine, nos proponía: "¿Pensáis que entonces la gente se besaba en la boca durante tantísimo rato? ¿Se les ocurría? ¿Cerraban los ojos para besarse? Eran tiempos difíciles: nos educaban para que tuviéramos más dudas, no menos; para que nos hiciéramos más preguntas, no para recibir respuestas tranquilizadoras.

El amor, igual que casi todo, es un género literario: la historia que nos contamos a nosotros mismos, como los niños que cantan en la oscuridad para quitarse el miedo. Y, como toda felicidad verdadera, siempre es una insurrección. Calixto hacía esta herética profesión de fe: "Melibeo soy y en Melibea creo". Es blasfemo, subversivo, contrario a cualquier orden establecido: cambia de sitio los muebles de la casa, las ideas más firmes, los recuerdos de infancia... ¡Hasta de marca de whisky me ha hecho cambiar a mí alguna novia! Al menos, eso pienso yo, que he leído mucho más a Catulo que a Corín Tellado.

A mí me parecen estupendas sus preferencias literarias, entre el padre Martín Vigil y La perfecta casada de Fray Luis, pero no son unánimes ni tal vez mejores que las de otros: también hay quien lee a Prévost y sus amores entre Des Grieux y Manon Lescaut. A mí, por ejemplo, ese amor entre tres (tú, yo y Él con mayúscula, cariño) no me interesa lo más mínimo. Si va a ser un ménage à trois, casi mejor que mi mujer se entienda con el arcipreste y yo mire para otro lado y abra la mano. Y al final diga, como Lazarillo: "Y así quedamos todos tres bien conformes". Lapidario y disolvente: mejor que aquella imitación (perdón: homenaje) de Luis Buñuel y el tute en Viridiana. La verdad, menudas cosas nos daban entonces a leer en el cole: menos mal que ahora ya tienen por fin Educación para la Ciudadanía.

RAFAEL REIG

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