Carta con respuesta

¿Tenía marido?

En este país la Iglesia católica no se presenta a las elecciones. Ni siquiera hay un Partido Demócrata Cristiano de ámbito nacional. Por lo tanto, la pregunta que nos debemos hacer los electores no es lo que opina la Conferencia Episcopal (ya lo sabíamos), sino si hay un partido o partidos que recojan esas opiniones en sus programas electorales. Por ello, me gustaría saber si el PP, en caso de ganar las elecciones, va, entre otras cosas, a derogar la Modificación del Código Civil que permite contraer matrimonio a los homosexuales, si va derogar la Ley de interrupción voluntaria del embarazo, si va derogar la Ley de Divorcio y si no va a mantener conversaciones con ETA (con o sin obispo en la mesa) bajo ninguna circunstancia y no como hizo José María Aznar. De momento no ha habido, que yo sepa, ningún compromiso del PP sobre esos temas (excepto el de conversaciones con ETA). A ver si los ciudadanos van a votar a un partido creyendo que se compromete a lo que luego no va a defender.

JOSÉ MANUEL LLERA POVEDA, Madrid

Como no soy demasiado demócrata, tiendo a ver las elecciones como una representación simbólica de una violación o un abuso deshonesto. Los partidos políticos se comportan como machos hispánicos de una película de Alfredo Landa. Lo único que quieren es llevarse a la cama al electorado. Si para ello tienen que hacer una promesa de matrimonio, pues la hacen tan campantes: todo vale. 400 euros o 40.000 árboles, qué más da, lo que sea necesario con tal de bajarte las bragas para que les votes. Así que creo que el PP, si es necesario, les hará creer a sus votantes que les ama y que se va a casar incluso por la Iglesia.

Hace cuatro años alguien me contó que a Zapatero le había hecho mucha gracia un chiste de El Jueves, en el que la petición de "Zapatero, ¡no nos falles!" se había transformado en "Zapatero, ¡no nos folles!". A mí no me hizo ninguna gracia: que me traten como un latin-lover de barrio a una señorita mojigata no me entusiasma. Porque de eso se trata: de follarnos, de que les votemos; y si tienen que pagar, hacer regalos, prometer matrimonio o decir que nos quieren, no dudan ni un segundo. El amor que nos juran y la voluntad de cumplir las promesas se les irá del cuerpo en cuanto eyaculen, junto con las ganas de quedarse a dormir: volverán de madrugada, con los zapatos en la mano, al lado de su legítima (banqueros, inversores, multinacionales).

Esta campaña es, además, especialmente insoportable, porque no sólo nos hacen promesas de matrimonio para llevarnos a la cama, sino que parece que toda la discusión está en esta sandez: unos prometen casarse por la Iglesia y otros, por lo civil. Da igual: ninguno piensa cumplir, como mucho nos regalarán un costurero.

RAFAEL REIG

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