Carta con respuesta

Fósforos de seguridad

Hoy, la imagen corporal es idolatrada y quien no se ajusta a los cánones de la belleza impuesta por unos pocos se siente infeliz y acomplejado. La belleza corporal es un don y no todos pueden poseerlo. Dios reparte dones y habilidades entre sus hijos de manera que sirvan en función de lo que se les pide. Unos son grandes artistas, otros, escritores de gran talla, otros destacan por su mente preclara y descubren los secretos del universo. Hay quien es dignificado con el regalo de una vocación para entrar en trato íntimo y exclusivo con Dios y hay, en fin, quienes sólo poseen su belleza o su simpatía como principales atractivos. Pero todo sirve para el bien conjunto de la humanidad y todos debemos sacar provecho y estar orgullosos de los talentos recibidos.

EVA N. FERRAZ, Barcelona

¿Hoy? A mí me parece que siempre se ha idolatrado (como dice usted) la imagen corporal, no sólo hoy. Como creo haber insinuado ya, yo no creo en Dios (incluso aunque existiera no creería en él: ¡que se chinche!), así que no sé qué decirle sobre ese reparto aleatorio de dones. Me recuerda un poco a la lotería de Babilonia, de Borges. Una lotería en la que no sólo había premios, sino también castigos. ¿Con qué fin reparte ese tipo la cobardía, un espectacular talento para el mal, las orejas de soplillo, la tartamudez o, ya que hablamos de Borges, la ceguera? ¿De verdad cree que "sirve para el bien conjunto de la humanidad"? ¿Hay que estar orgulloso de la incapacidad para compartir nada, de las almorranas o de la impuntualidad? En cuanto al regalo ése que menciona, me recuerda al caballo de Troya. Le recomendaría lo mismo que Virgilio: Timeo danaos et dona ferentes (temo a los griegos, aunque vengan con regalos). No me fío, lo siento.

Como decía John Donne, en la traducción de Jaime Gil de Biedma: "Los misterios del amor son del alma, pero es un cuerpo el libro en que se leen". Yo soy muy aficionado a la lectura, pero lo que no soy es nada bibliófilo. La encuadernación me importa un rábano, aunque me leo todo lo que cae en mis manos, hasta los prospectos de los medicamentos. Un buen libro me atrae siempre, no importa si es en rústica, en edición de bolsillo, con papel basto, con una letra pequeña. Lo mismo me pasa con los cuerpos: una edición de lujo, con ilustraciones en pan de oro, me resulta más bien incómoda. Prefiero sacarlo de la biblioteca o comprarlo de segunda mano.

Aunque, por si acaso me estuviera leyendo mi novia, soy partidario de releer siempre el mismo libro de cabecera, faltaría más. Es lo que tienen los clásicos: con cada lectura, siempre encuentras algo nuevo en ellos. Y, como decía García Márquez: "Yo soy como los fósforos de seguridad: sólo enciendo en mi caja".

RAFAEL REIG

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