Carta con respuesta

Que se peguen

De entrada, bienvenidos sean los previsibles debates entre Rajoy y Zapatero. Si bien, lamentablemente, tenemos la percepción de que el aspirante va al mismo cuando ya no le queda más remedio, pues se le han agotado las excusas para evitarlo. Quienes tenemos el concepto de aspirante como el de una persona luchadora, con coraje, y con la actitud de "donde sea y cuando quiera", estamos muy defraudados con la imagen de un Rajoy huidizo, sin chispa, y con moral de derrotado.

VÍCTOR RODRÍGUEZ CORBACHO MÉRIDA

Ya he dicho que los debates me parecen una patochada. Para mí forman parte de la pantomima electoral. Un debate continuado, a lo largo de toda la legislatura, entre sí y con los electores, me parece indispensable. También me parece indispensable que el debate permanente lo tengamos entre los ciudadanos (pero nada de esto, una sociedad movilizada, les interesa a los políticos). Todos sabemos que estos debates televisados se pueden ganar o perder por la elección de corbata, por la iluminación, por el tono de voz, por las técnicas retóricas empleadas, etc. Por lo tanto, ¿qué significa ganar un debate en estas condiciones, preparado por muñidores expertos en marketing y retórica? El que se impone en una discusión así planteada, ¿lo consigue porque expone mejores razones? Seamos sinceros: ni de broma. Puede (o más bien suele) ser porque sea más simpático, porque improvise mejor, porque haga un chiste con gracia, porque utilice argumentos brillantes (aunque vacíos), porque sepa manipular más al espectador, etc.

¿Debemos votar a quien nos caiga mejor? ¿Tan necios nos consideran? Sin duda sí: antes la propaganda electoral declaraba intenciones o formulaba compromisos. ¿Ha visto lo que es ahora? Frases abstractas y enternecedoras, idóneas para hoja de calendario o para un anuncio de compresas con alas. Motivos para creer; con cabeza y corazón: ¿no son eslóganes intercambiables y vacíos (aparte de cursis)? Una propuesta electoral se ha reducido a una marca comercial: nos tratan como a clientes o consumidores, nunca como a votantes adultos. Los pesadísimos debates en la tele no son más que el vértice de esta pirámide: el monumento funerario a la democracia
como participación real.

Un proyecto de transformación de la sociedad no es un perfume, una mayonesa o un nuevo refresco. No hay que seducir, sino convencer; no se trata de asociarlo en la publicidad a emociones positivas ni de que los anuncios los protagonice el más simpático o la más guapa. Que debatan en la tele, si les apetece. O que boxeen. A mí me daría igual que organizaran una carrera de sacos entre los candidatos. ¿Votamos al que gana un debate? ¿Y entonces por qué no al que llega antes a la meta
a la pata coja?

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