Carta con respuesta

Objetemos

Voy a matricularme en Filosofía, y como me caigan en el examen San Agustín o Santo Tomás de Aquino, invoco objeción de conciencia y, o me ponen otra cosa o ‘monto el pollo’.

ENRIQUE CHICOTE SERNA ARGANDA DEL REY MADRID

 

Así me gusta, don Enrique. El único matiz es que no está obligado a matricularse en Filosofía, pero la primera enseñanza sí es a la fuerza. Siguiendo su ejemplo (y el de Esperanza Aguirre, esa mujer con arrestos, esa nueva Manolita Malasaña), he elaborado una lista provisional de obligaciones ante las que me propongo (sin mucha firmeza, lo admito) objetar. Objeción deportivo-indumentaria: ¿quién es el Estado para obligar a mi hija a vestir un chándal? Mire, yo tengo unas convicciones sólidas: detesto la ropa deportiva, ¿qué pasa? Quiero ejercer mi derecho a transmitir a mi hija aquellos valores en los que creo, entre ellos, que un chándal es una abominación sin paliativos. Es más, ¿por qué la obligan a hacer gimnasia, en contra de mis creencias? ¿Se proponen acaso adoctrinarla en el culto deportivo? Exijo una "alternativa a la gimnasia": una clase de degustación de canapés con profesores designados en exclusiva por el bar de mi hermana (que podrá también destituirlos a su gusto); pero eso sí: pagados con dinero público.

Objeción a la reserva de plaza: ¿por qué tengo que ceder el asiento en los transportes públicos a cojos, ancianos o embarazadas? ¿Es que no estoy yo mucho más cansado que esos farsantes? No sería la primera vez que alguien finge cojera para arrebatarme un asiento. Los ancianos se pasan el día sentados (si no están en las jaranas del IMSERSO que les pago con mis impuestos), así que ¿para qué lo necesitan? Y la que está embarazada es como el que está en la cárcel: ¡algo habrá hecho! Que aguanten a pie firme, porque yo no me pienso levantar. Faltaría más.

Objeción a la higiene dental: ¿con qué derecho obligan a mi hija a lavarse los dientes a diario en el colegio? En su infinita sabiduría, un Ser Superior nos diseñó con piezas dentales de duración limitada y, en su concepción, no entraron jamás los cepillos de dientes, que no son más que una muestra de la soberbia humana (para no hablar del luciferino dentífrico con flúor). Dios da y Dios quita, no pretendamos nosotros corregir su divino plan. ¿Que se llenan de caries y se caen? ¡Pues que se caigan! Si ésos son sus inescrutables designios, ¿quiénes somos las criaturas para desafiar a nuestro Creador y contravenir el orden natural? Estas cosas ofenden mis creencias: cepillos de dientes, condones, bastoncitos higiénicos y esos infames cordones para colgarse al cuello las gafas de leer. ¿Es que la fe de mis mayores ya no merece un respeto en este laicismo totalitario hacia el que nos despeñamos?

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