Carta con respuesta

Montar un belén

Otro belén ha sido retirado del espacio público, esta vez de la sede de la Fiscalía General del Estado. Parece que la estampa de la Sagrada Familia es altamente provocativa y se procede, cada vez más, a su retirada. Empiezo a entender qué problema suscita. Y es que todas las imágenes, además de representar una verdad, acosan a la conciencia y la llaman al orden. Yo, que soy partidaria del 2x1, me he tomado la revancha: he instalado un nacimiento en la portería de la finca en la que vivo –sin que haya levantado ninguna protesta vecinal, sino todo lo contrario– y un segundo en el escaparate del comercio en el que trabajo.

 

ANA CORONADO BARCELONA

Ganas dan de utilizar la expresión "no quiero meterme en belenes", que la Moliner explica como "asunto que se presenta complicado y expuesto a disgustos". Sin embargo, no parece tan complicado: vivimos en un Estado laico. O por lo menos lo intentamos. Por tanto, los símbolos religiosos no pintan nada en espacios públicos, que compartimos ateos, católicos, musulmanes y adoradores de Manitú. Comprendo que sea difícil de entender, con este Gobierno que no hace más que genuflexiones ante los curas y soltarles pasta sin parar.

Nadie le impide poner diez mil belenes en espacios privados y quedarse tan a gusto. Pero no es suficiente, ¿verdad? Los católicos son como los jóvenes artistas: no les basta con saber que son genios, necesitan que todos los demás nos demos por enterados. Tienen que dar testimonio de su fe (y hay que reírles la gracia). Por ese motivo, todo joven con inquietudes artísticas se convierte sin remedio en un pelmazo, una carga para sus seres queridos y una amenaza para la paz social. La única defensa es seguirles la corriente: vale, tío, ya sé que tienes una creatividad desbordante, basta con mirar tus zapatos, pero no hace falta que me recites un poema en la oficina. Con ustedes pasa igual: oído, barra, son unos santos, pero no nos lo llenen todo de crucifijos, que no es indispensable.

Como los jóvenes artistas, los católicos también se sienten excepcionales e incomprendidos, en posesión de una verdad superior que les enfrenta, en general, a esta mezquina y prosaica sociedad, y más en particular a sus señores padres. Lo malo de ustedes es que lo suyo a menudo ni siquiera se pasa con la edad. Qué le vamos a hacer: genios incomprendidos de más de cuarenta. Dan pena, pero siempre les quedará, para consolarse, la fe en la gloria póstuma.

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