en Público – Revista Luzes https://blogs.publico.es/revista-luzes Sat, 21 Mar 2015 15:02:34 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.4.3 Moncho Alpuente: "A muchos periodistas nos tendrían que haber indemnizado como víctimas del franquismo" https://blogs.publico.es/revista-luzes/2015/03/21/entrevista-moncho-alpuente/ https://blogs.publico.es/revista-luzes/2015/03/21/entrevista-moncho-alpuente/#respond Sat, 21 Mar 2015 13:38:20 +0000 http://blogs.publico.es/revista-luzes/?p=339 Continuar leyendo "Moncho Alpuente: "A muchos periodistas nos tendrían que haber indemnizado como víctimas del franquismo""]]> Nació en una calle galdosiana a mediados del siglo pasado, pero habla como un hombre propio de otra época. Es el cronista oficioso de la Villa y, durante años, dio cuenta de su intrahistoria en las páginas de El País. También practicó el humorismo y la retranca en diferentes formatos: musical, novelesco y periodístico. Nadie mejor que Moncho Alpuente (Madrid, 1949) para explicar cómo mudó la corte. Chismear con este bardo castizo es como meterse en la máquina del tiempo: un hilarante viaje por los últimos siglos que comienza y termina en la capital del reino, donde siempre camparon los corruptos y los especuladores. Cuando pensamos que todo había cambiado, este ácrata malasañero viene a decirnos que la urbe sigue igual: grave, pero estable.

 

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Texto: Henrique Mariño (@solucionsalina)

Foto: Paola Manfredi (@mehablaaloido)

 

Su abuelo tenía una pastelería aquí al lado.

En el número 7 de la calle del Pez, donde nací. En ese edificio vivían muchos personajes de Pulgarcito, DDT y otros tebeos de Bruguera: Ángel Siseñor, el repórter Tribulete... A los dibujantes, todos catalanes, les debía de gustar el nombre, porque en Barcelona no existe la calle del Pez. Es curioso que, habiéndome criado allí, con el tiempo terminase dedicándome al humor.

Una calle con fermento revolucionario.

Aquí empezó a intuirse por dónde iban a ir los tiros del tardofranquismo ya en los años cincuenta. Las autoridades querían hacer la Gran Vía Diagonal y tirar todo el barrio. Los vecinos y comerciantes, entre ellos mi abuelo, se opusieron de una manera bestial. Más que un acto revolucionario, fue una cuestión de supervivencia. Al final, la obra no se llevó a cabo porque había tantos monumentos nacionales en el trazado que, en vez de diagonal, tendría que haberse hecho en zig zag. Este barrio era y sigue siendo el patio trasero de la Gran Vía, con sus cabarets y prostitutas. Pero deberíamos hablar de Madrid en general, ¿no?

O de sus heroínas: al igual que los coruñeses tienen a María Pita, ustedes cuentan con su Manuela Malasaña.

Que es mentira, en fin. Como todas las buenas leyendas, se basa en un arquetipo de mujer que se dio aquí durante el 2 de mayo: las hijas y mujeres del cuartel de Monteleón. El barrio, en realidad, se llama así por el Plan Malasaña, que en la década de los setenta también contemplaba derribos para especular con los terrenos. Es la historia maldita de esta zona, cuyas primeras noticias datan de Felipe III, allá por el siglo XVII. Entonces, en la plaza de Juan Pujol había un campamento de moriscos, que ardió completamente tras la caída de un rayo. El rey lo consideró como un signo del cielo y puso una cruz para celebrarlo. Evidentemente, aquello volvió a poblarse otra vez y lo más gordo vino con Felipe IV, que sufrió un atentado en la calle San Vicente Ferrer. Como quedaba muy mal decir que había sido obra de una conspiración de nobles de la corte que querían cargárselo, hubo que echarle la culpa a los vecinos, que eran gentes de mal vivir. De hecho, el monarca era bastante golfo y por eso venía mucho a una taberna donde había bailes, el primer tugurio de la historia. El caso es que ordenó que le cortaran una mano a todos los varones mayores de once años y las espetó en palos que clavó por las calles, en señal de escarmiento. La historia del barrio empieza con estos malos augurios.

Su abuelo le daba dinero para comprar libros de Guillermo y Los Proscritos. El anarquismo le viene de aquel personaje rebelde creado por Richmal Crompton, ¿no?

En parte, sí. Fundamentalmente, de pequeño empecé a desconfiar de lo que me decían en el colegio y a pensar que la razón la tenían otros.

¿Que sacó en claro de los Escolapios?

El ateísmo [risas].

Su primer lingotazo, de monaguillo...

Pero me dieron una hostia en mitad de la misa, otro motivo para que hubiera salido así.

John Lennon fue un gran aficionado a Guillermo, aunque musicalmente The Beatles y usted siguieron caminos opuestos.

Se tiró por dónde se podía tirar [risas]. Con los instrumentos musicales que podíamos comprar, hubo que dedicarse más al folk que al rock. No por motivos estéticos sino por culpa de aquellas guitarras de palo.

La ironía, el costumbrismo y, en definitiva, el humor como arma de combate.

Entonces, la carga crítica no era perceptible por las autoridades, porque si no lo hubieran prohibido. Los tebeos te cuentan mucho más que los periódicos de la época: el padre de La Familia Cebolleta era un chupatintas desgraciado; Carpanta explica el hambre de posguerra; Don Pantuflo encerraba a Zipi y Zape en un sótano con ratas y los metía en un cepo medieval... Luego empecé a fijarme en el periodismo satírico sin saber ni que existía, aunque venía escribiendo mis textos irónicos desde que tenía diez años.

En papel higiénico...

Ése fue el formato de la primera revista de mi vida, aunque limpiarme el culo fue otro de los motivos de mi afición al periodismo. Mis tías tenían en el baño el diario ABC cortado en cachitos: te leías la mitad de la noticia y la otra te la imaginabas.

De ahí, a la revista SP, con 17 años.

Pronto me di cuenta de que estudiar en la Escuela de Periodismo de la Iglesia, o en la otra, era una soplapollez. Lo importante lo iba a aprender en la redacción, donde coincidí con periodistas extraordinarios como Antonio Sánchez-Gijón o con el crítico literario Rafael Conte. Aquella revista daba trabajo a progresistas, incluso a un sindicalista de CC.OO. condenado por difusión de propaganda ilegal. Era una publicación absolutamente contradictoria dirigida por un falangista que había estado en la División Azul y que decía que José Antonio y él eran de izquierdas.

"Son neoliberales y saquean las arcas del Estado"

 

Aunque usted sostiene que todos los medios son de derechas.

Lo son las grandes empresas, porque siempre anteponen los beneficios a sus trabajadores. Por encima, se han ido derechizando. Antes, todos los periódicos eran de derechas, pero el 90% de los periodistas eran de izquierdas. Contradicción que marcó aquella prensa en la que todo se decía entre líneas y no había manera de entender nada. Carrero Blanco llegó a cargarse el diario Madrid porque un artículo sugería que De Gaulle debía dimitir, lo que fue interpretado por el vicepresidente del Gobierno como que Franco tenía que dejar el poder. Literalmente, lo voló con dinamita.

Vive a un paso de la plaza de Carlos Cambronero, cronista de la Villa hasta su muerte en 1913. A usted le negó el título Álvarez del Manzano, el alcalde de la violetera.

El mismo que quiso hacerle un monumento a la Virgen en el Retiro para compensar la mala influencia del Ángel Caído. Para más inri, aquel año tampoco eligieron a Luis Carandell.

¿Recuerda algún alcalde bueno?

En algunas cosas, Tierno Galván, porque le dio un cambiazo a Madrid. Era una ciudad absolutamente acomplejada y nos acusaban de centralistas, cuando en realidad sufríamos el centralismo. Vivir aquí no era ningún chollo, porque estabas mucho más vigilado que en Pontevedra. Cuando era joven, de un día para otro, mi amigo Ignacio empezó a llamarse Iñaki porque su abuelo era vasco. Jorge paso a ser Jordi. Ángel cambió por Anxo... Todo el mundo reivindicaba sus raíces: la gente se avergonzaba de ser de Madrid porque era la capital del franquismo. El caso más célebre, aprovechando que su familia era de Azpeitia, es el de Patxi Andión, nacido en la calle Ferraz. Llegabas a su casa, preguntabas por él y su padre gritaba: "Paaaco".

¿Qué logró Tierno?

Devolverle el orgullo a Madrid e invertir en su electorado: la gente joven, que estaba totalmente desasistida. Lo hizo por motivos políticos, porque no había cosa que más le desagradase a Tierno que el rock and roll. De hecho, cuando inauguró la calle John Lennon, la llamó John Lennox. Era un viejo cínico, en el mejor sentido de la palabra.

¿Se merece Madrid a Ana Botella?

Evidentemente, no. Madrid se merece un Pepe Botella, el único rey bueno que hemos tenido en este país y que tuvo la vergüenza de dimitir al darse cuenta de que aquí no pintaba nada. La peor putada que te pueden hacer es que te manden de Nápoles a Madrid... Por otra parte, si nos hubiese invadido Napoleón, nos irían mejor las cosas.

Él tiró conventos y construyó plazas, de ahí que también fuese apodado Pepe Plazuelas. Gallardón, en cambio, apostó por expulsar a los indigentes de ellas: con bancos incómodos, sin árboles ni sombras...

Son las plazas duras, de hormigón y sin zonas verdes. Además, son espacios que puedes alquilar y sacarles rentabilidad. Si tuviera mucho dinero, alquilaría la Plaza de Callao, la llenaría de carteles míos, regalaría unos caramelos y tendría a 50.000 personas allí. No me conocerían de nada, pero irían porque hay fiesta en Callao y es gratis. El que paga manda.

En ese sentido, el 15-M recuperó el espacio público.

Y, concretamente, la plaza de confluencia y el mentidero de la Villa. De hecho, están autorizando nuevas terrazas para evitar que se repita otro 15-M con la excusa de que perjudicaría a los hosteleros. La Puerta del Sol ahora es un escaparate de las multinacionales.

"Madrid es una ciudad corrupta, no tiene remedio"

 

Usted defendía que una de las fortalezas del 15-M era la visibilidad. ¿Se ha diluido su fuerza una vez fuera de Sol?

Es normal, pero también ha servido de fermento a muchas cosas de las que los medios hablan poco. En la calle del Pez tenemos el Patio Maravillas, en la Corredera Baja de San Pablo hay un edificio ocupado, en los barrios hay movilizaciones interesantes... Aquí antes la gente podía hacer huelga en su empresa, pero no se movía para beneficiar a otros. En ese sentido, ha sido un movimiento de tipo solidario y asambleario, en el que teníamos muy poca experiencia. Han quedado cosas que siguen funcionado muy bien y, en un momento determinado, se puede volver a producir.

 

La basura en las calles de Madrid no desaparece aunque termine la huelga. 

Fíjate en los contenedores de ahí al lado, repletos de porquería. En el siglo XVI, Madrid era la capital más apestosa de Europa y todos los detritus se tiraban a la calle: el popular agua va. Los físicos y médicos de la época se defendían argumentando, con toda la seriedad del mundo, que el aire era tan puro y sutil que necesitaba algo de mierda en el suelo para hacer que fuese respirable.

¿Cómo se ha encastillado la derecha en el Ayuntamiento y en la Comunidad?

Gracias al envejecimiento de la población, al miedo de los mayores a los tiempos pasados y a la inercia de votar al que manda.

¿Cuál es el estado de salud de la ciudad?

Madrid está perseverantemente enferma y nunca muere. Ha sido invadida, arrasada y dada por muerta miles de veces. Ésta es una ciudad inventada. Yo creo que fue capital porque aquí se cazaba de puta madre, tanto pluma en Aranjuez como pelo en El Pardo. La costumbre de los reyes y de Franco siempre ha sido matar cosas. Una tradición cinegética.

¿Atraviesa una decadencia?

Al margen de los problemas eternos, el principal es el gobierno de la derecha. No sé por qué lo llaman neoliberalismo, pues saquean continuamente las arcas del Estado. Volviendo atrás, la Movida que acabó funcionando fue un movimiento de derechas, que se quedó con los clubes y la parte empresarial. Por una parte, había mucho niño pijo haciendo canciones. Pero, por otra, aquí triunfaron grupos como Siniestro Total o Derribos Arias, a los que les tiraban piedras en sus ciudades. Fue muy importante que sus habitantes vieran que eran la hostia para los modernos de aquí, porque eso terminó alentando las movidas en otros sitios. Y a Madrid también le vino muy bien porque empezó a mirarse un poco el ombligo, cosa que no había hecho nunca.

¿Cómo ha cambiado el centro?

Se ha vuelto al pequeño comercio, fundamentalmente hostelería, y ha llegado la gentrificación, un fenómeno lógico. Cuando quitaron la Universidad Central de San Bernardo y el Mercado de San Ildefonso, se hundió toda la infraestructura del barrio, que era lo que se pretendía. De hecho, hubo inmobiliarias que apoyaban la Movida en algunos sitios porque era una manera de desalojar a inquilinos que pagaban cien pesetas al mes por un piso en la calle de La Palma. A los especuladores les vino de puta madre que pinchasen las ruedas de los coches, que se vendiese droga o que te diesen un palo en la esquina... "Vaciamos esto, echamos a los viejos y montamos apartamentos cojonudos para jóvenes".

"La Movida que funcionó fue de derechas"

 

Hablando del ladrillo, Javier Valenzuela definía su último libro, Un maldito enredo (Akal), como "una novela entretenida para todo aquel que no sea constructor, sicario colombiano o entusiasta de Esperanza Aguirre".

Mi vida sería estupenda si pudiera dedicarme a escribir lo que me diera la gana. Pero es imposible, porque no se gana dinero. Con la música, menos, y con el periodismo qué te voy a contar.

La protagonista es Mila Montenegro, una peluquera de Malasaña metida a detective privado. Mucho Madrid para investigar, ¿no?

Siempre ha habido corrupción, pero ahora se sabe más. Recuerdo historias de Madrid geniales, como aquel concejal del franquismo que se anunció en unas elecciones falseadas como "El concejal que iluminó Madrid". Era el dueño de una compañía de bombillas, lámparas e iluminación [risas].

¿Ha calculado cuántas décadas lleva en obras?

Desde que se fundó. Cuando veo el centro tomado por la publicidad, recuerdo que Madrid era una ciudad de decorados. El recorrido que realizaban los altos dignatarios extranjeros era espantoso, por lo que las casas nobles, que eran un desastre, ocultaban con telones y guirnaldas sus miserias. Además, como los madrileños tenían la obligación de alojar en sus casas a los legados, a los funcionarios reales y a todos sus criados, aquí se construyó a la malicia. De ese modo, desde el exterior las viviendas parecían pequeñas y así evitaban la regalía de aposento, o sea, ceder a la fuerza la mitad de su casa a los visitantes.

¿Ha sido la comunidad el laboratorio de la política neoliberal del PP?

Sí, pero hay que echarle en cara al PSOE que votase a favor de una ley que dio entrada a la empresa privada en la Sanidad. Es el negocio más sencillo del mundo: me hago con el poder, desprestigio a las instituciones que funcionan mejor y se las vendo a mis amigos para que saquen provecho de ellas. Una vieja estafa.

¿Ve Telemadrid?

Alguna vez, pero no hay nada que ver. Una pena, porque en un momento determinado, incluso con la derecha, fue una televisión cercana. Había programas que salían a la calle y grababan al vecino de al lado. Algo pueblerino, pero que a la gente le encanta. Eso se ha acabado.

¿Con quién le falta ajustar cuentas?

He ajustado las tres fundamentales en otros tantos libros sobre Dios Padre, Franco y la Historia de España. Mi ajuste de cuentas es permanente. Todavía me deben mucho. Haber hecho periodismo en la dictadura, con dieciocho años, es bastante duro. A muchos periodistas de la época nos tendrían que haber indemnizado como víctimas del franquismo.

¿Cómo ve el futuro?

Madrid va a seguir siendo así, no tiene más remedio: una ciudad corrupta con un poder especialmente representado. La especulación urbanística, por ejemplo, no va a cambiar nunca. Y, para ello, utilizarán todo tipo de trucos. Aquí el que se ha usado mucho es el de preservar la fachada, para que parezca que no ha cambiado nada, y luego meter a dieciocho familias donde antes vivían cuatro. Con el problema que representa tener dieciocho coches, dieciocho garajes, dieciocho... Sin embargo, lo ves por fuera y piensas: ¡qué bonito, Madrid!

 

Esta entrevista se publicó en el nº 3 de la revista Luzes. Suscríbete.

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Jaime Gonzalo: "El 15M es una pieza más en el decorado, esto sólo se cambia con violencia" https://blogs.publico.es/revista-luzes/2014/07/10/jaime-gonzalo-el-15m-es-una-pieza-mas-en-el-decorado-esto-solo-se-cambia-con-violencia/ https://blogs.publico.es/revista-luzes/2014/07/10/jaime-gonzalo-el-15m-es-una-pieza-mas-en-el-decorado-esto-solo-se-cambia-con-violencia/#comments Thu, 10 Jul 2014 16:40:32 +0000 http://blogs.publico.es/revista-luzes/?p=203 Continuar leyendo "Jaime Gonzalo: "El 15M es una pieza más en el decorado, esto sólo se cambia con violencia""]]> El rock es una lengua muerta. La crítica es irrelevante. Nada distingue una revista de música de un catálogo de trajes de baño. La contracultura es una estafa. Internet mató el misterio. Ya no se escribe como antes. Los pioneros eran pocos y mediocres. Nadie nos enseña a enfermar. No hay tregua con Jaime Gonzalo. Ni de izquierdas ni de derechas. Ni vasco ni catalán. Ni amargura ni todo lo contrario. Puro desarraigo. Cuarenta años de servicio en la prensa musical. Media docena de libros. No hay mañana.

 

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Texto: Iago Martínez (@autonauta)

Fotografías: Óscar Corral (@corralfoto)

 

Jaime Gonzalo (Bilbao, 1957) pasó por buena parte de las cabeceras históricas de la prensa musical española, como Star, Vibraciones, Disco ExprésPopular 1, donde debutó en 1975, antes de fundar y dirigir Ruta 66 junto a Ignacio Julià mediada la década de los ochenta. De un tiempo a esta parte, además de colaborar en otros medios, también escribe libros. Escupidos de la boca de Dios (2006) interrogaba a los protagonistas de La Banda Trapera del Río, el aullido xarnego de Cornellá, estrellas negras de su propia constelación obrera. En Combustión espontánea (2008) retrataba y conversaba con los Stooges, una de las bandas que lo engancharon al negocio. Ahora, mientras ultima el desenlace de Poder freak, la trilogía en la que ajusta cuentas con el espejismo contracultural del siglo XX, promociona La ciudad secreta (Munster, 2014), una cartografía sonora de la Barcelona underground entre 1971 y 1991. Lo que pudo ser y no quisieron que se contase antes del aguacero olímpico.

Barcelona, años setenta.

Una ciudad progre y cultureta y una izquierda peluda, de pantalón de pana y chaqueta negra con El Viejo Topo debajo del brazo. Muchos acabaron mandando, para nuestra desgracia.

¿Y Jaime Gonzalo?

En tierra de nadie. Lo mío no era ni París ni el marxismo ni el punk que vendría luego. Ni los cantautores y el rock laietà, lo progre, lo que dominaba, ni los Sex Pistols, que ya eran portada de Disco Exprés en 1976. Para nosotros eran basura, tan innecesarios como los Ramones. Ya teníamos a T-Rex y a los Stooges.

¿Dónde estaban todas estas músicas experimentales para ser secretas?

Donde habían estado siempre, pero sin investigar. No era necesario que nadie las silenciase, iban a olvidarse igual. En los ochenta pasamos de los locales húmedos al diseño desopilante. Un salto brutal.

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Adiós también a la Barcelona libertaria y a la autonomía obrera.

Dejaron que esa memoria se marchitase ella sola. Tocaba frivolidad, era el pulso de la época. Alaska y los Pegamoides hicieron mucho daño, tal vez sin saberlo.

Algo se había recuperado en Morir de día, el filme de Joaquín Jordà que terminaron Laia Manresa e Sergi Dies.

Ahí está la parte más dramática, la de la heroína. Y en el otro extremo tienes Barcelona era una fiesta: qué bien lo pasamos, cuánto follamos, qué orgías... Vaya concepto del progreso social: follar más que antes. Lo que yo recuerdo es que la vida entonces se puso complicada. Ya no era suficiente un trabajito modesto para pagar el alquiler.

Confesaste una vez que la política no os importaba nada. ¿Lo lamentas ahora?

Los mayores estaban todo el día a vueltas con eso, por creencia o por postureo. El antifranquismo era un no parar, y tú lo que querías era ligar, pasarlo bien, drogas, conciertos. La vida, no la política. Tampoco nos habían educado para otra cosa. Nos dijeron que vivíamos en democracia, que ya estaba, que nos podíamos despreocupar.

Pero no era así.

Lo parecía.

¿Podía haber sido diferente?

Ni idea. Yo a Franco lo recuerdo ya en decadencia. Esa época fue el recreo histórico de España: nos dejaron jugar un rato, hasta que sonase el timbre. No sé cómo serían hoy las cosas si nuestros mayores, los antifranquistas, no se vendiesen a la política. Porque eso fue demencial. De un día para otro se legalizaron los partidos y los de las comunas bajaron a Barcelona para reclamar su pedazo del pastel.

¿Cuándo se jodió Barcelona? 

Con Porcioles, el alcalde franquista. Fue el primero que se imaginó una ciudad de ferias y congresos e inversiones extranjeras. Su obsesión era ésa: atraer capitales, no mejorar la vida de las personas. Lo echaron en 1973 porque la gente del extrarradio estaba harta, pero la oligarquía que lo rodeaba se quedó. Y el proceso continúa hoy. Barcelona es para turistas con pasta. Si no das el perfil, mejor que te marches.

¿La connivencia de la música con el poder fue un mérito exclusivo de la movida? 

Eso fue un gran antídoto para acabar con lo que se estaba haciendo en los setenta, pero a La Banda Trapera del Río también le podríamos poner alguna pega. Morfi acabó siendo empresario, e intentó hacerse gestor cultural. Como Pau Riba. Era lo que buscaban muchos jóvenes en la música: pasárselo bien y de paso resolver la vida. Otros no, claro. Mira Juan, el batería de la Trapera. ¿Cómo acabó? De camello. Si no tenías una cosa, tenías la otra. Pau Riba tenía una comuna en la zona alta de Barcelona, era hijo de la burguesía. Y coche. Otros tenían un bar.

Poder o heroína.

Vencedores o vencidos. Cuando presentamos La ciudad secreta en Barcelona, los protagonistas salieron de los sarcófagos. Quitado alguno que apostó y ganó una poltrona, la mayoría sobrevive como puede. Ésa es la historia de este país: o bailas la música del poder o estás jodido. No sé si va a volver a pasar en el futuro. Me da igual. Estoy mareado, sólo quiero que me dejen tranquilo. Dicen que va a haber una reacción, y yo pregunto: ¿contra qué, si todo es tan abstracto?

"Hay que atacar el consumo: es donde les duele"

¿Y el 15M?

Una pieza más del decorado.

Movió los marcos del sentido común, por lo menos algunos. Mira la batalla contra los desahucios.

Tampoco. Somos más sensibles a eso porque sabemos que la gente se metió en las hipotecas engañada: firma aquí y de paso pide para el coche y los muebles, que no pasa nada. Y muchos picaron. Todo sigue igual, los cuatro de siempre abusando de todos los demás. Sólo hay una forma de cambiar esto, siento decirlo: la violencia.

¿Cuál y contra quién?

Hay dos tipos de violencia, y una es la económica. Hay que atacar el consumo, ahí es donde les duele. Paralizar los bancos, retirar todos el dinero de golpe. Ni 15M ni nada. De eso se puede apropiar cualquiera, incluso el PSOE. Violencia económica. El problema es que no nos ponemos de acuerdo ni en el fútbol. Eso y que tenemos demasiada basura que perder, no como antes: la segunda residencia, el coche, las clases de esquí de mi hijo, los zapatos, las copichuelas, salir a cenar...

¿Segunda residencia? Mi generación no tiene ni la primera.

Algo tendréis. Somos sus esclavos, les pertenecemos. Mira el PP, cambiando las leyes de un día para otro. Y luego dicen que la Constitución es intocable. ¡Será para los demás! Vivimos en la edad oscura, la sombra es implacable. Yo la vivo con ansiedad.

¿Por qué?

Me siento más controlado que nunca, más que cuando tenía veinte años. Bajo esa cáscara neoliberal lo que hay es un Estado totalitario. La ambición nunca estuvo en mis planes. Me conformo con muy poco, cada vez con menos. Pero mi hijo, ¿qué? Tiene once años.

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¿Cuál es la otra violencia?

Las armas.

¿Es una hipótesis?

No se puede decir. Yo tampoco sé si tendría el valor necesario. O si tendría algo que perder. Insisto: la pirámide tiene una base inmensa de escoria, donde estamos nosotros, y una cúspide en la que se reparten todo. ¿Por qué hacen una nueva ley de seguridad ciudadana? Porque saben que estamos cabreados, y encima, por cabrearnos, nos van a sacar pasta. Y lo peor es que igual vuelven los socialistas. ¡No, por favor! Nunca conocí a nadie decente en la izquierda, si es que alguna vez la izquierda fue decente o diferente de la derecha.

Pero es de izquierdas.

No, ni de derechas.

 ¿Cómo se consigue eso?

Exiliándote de ti mismo.

¿Esa amargura es de converso? ¿Exmarxista, tal vez?

Nunca. Llegué tarde a eso. Y menos mal, porque en la juventud uno es muy impresionable. En Barcelona el marxismo era el pasatiempo de los hijos de la burguesía centenaria. Yo crecí cómo crecí. Creía que era posible vivir al margen de la política. Luego te das cuenta de que es el eje de todo. Se trata sólo de repartir un poco mejor lo que hay. Es tan obvio que da vergüenza decirlo.

Tampoco votas.

Nunca voté, no creo en el sistema. La democracia es el gobierno del pueblo. ¿Tiene pinta de que el pueblo esté gobernando en España? Pues eso. Estoy empezando a pensar que con Franco no se vivía peor. Este país lo mantenemos los que tenemos menos, y hay muchos que están peor que yo. Cuando tenga sesenta años, cabrones, ¿qué va a pasar conmigo? Cuando no tenga la energía que tengo ahora para trabajar como un desgraciado por cuatro duros, ¿dónde me vais a tirar? Estamos condenados.

Con la contracultura se te rompió otro juguete. Poder freak, camino de la trilogía, es una enmienda a la totalidad.

Tengo una obsesión: desmitificar. De la contracultura salen grandes males que todavía padecemos. De lo que se trata, al final, es de ganar pasta a tu costa. Investiga las historias de Abbey Hoffman y Jerry Rubin y verás. Ahora bien, ¿es punible que alguien se quiera hacer millonario? Yo creo que no.

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Pero escuece.

Tampoco. La naturaleza humana es muy frágil. Te haces mayor, consigues una exposición pública enorme, puedes hacer cosas que antes no estaban a tu alcance. Dicen que a Hoffman el FBI le hizo una encerrona y tuvo que desaparecer, pasar a la clandestinidad. ¿Sabes cómo fue esa clandestinidad? Una mansión de cinco plantas en New Hampshire, a todo trapo, subvencionado por un millonario.

Es lo malo de investigar: te vas quedando sin héroes.

¿Existen los héroes?

Los héroes se construyen, y a veces son necesarios. Hay una dimensión novelesca de la vida, e incluso de la política.

Yo opté por hacer la novela de mi interior y cegar las ventanas. Vivo con las personas que quiero y con las cosas que quiero. Como un avestruz. No quiero saber. Cada vez que enciendo la televisión me dan ganas de vomitar. Nunca prosperaré, pero me da igual.

¿Qué significa "underground" hoy?

Nada. La noción de lo subterráneo desapareció con internet. Ahora lo tienes todo a mano. Todo. La información es brutal, tan brutal como la desinformación. Si es bueno o es malo, no lo sé, pero se perdió el misterio. A mí me podía llevar dos años conseguir un disco, y la espera era un delirio de placer. Ahora hay mil tiendas en el planeta que tienen ese disco. Incluso puedes descargar la discografía completa de John Coltrane en una tarde. ¿Para qué, si no la vas a escuchar en toda tu vida? No lo sé.

¿Conserva alguna capacidad de provocación la música en una sociedad pornográfica como la nuestra?

Tampoco. Y las letras, menos. Nadie se para a escuchar, y en España la gente ni siquiera entiende bien el inglés.

¿Y el ruido?

Hace décadas que nos repetimos. Ya no hay música de vanguardia, el rock es una lengua muerta. No hay nada que hacer con él, excepto transmitírselo a las generaciones venideras como quien comparte una fiebre de juventud. Lo que yo esperaba del rock era a un Bob Dylan haciendo discos buenos sobre la problemática de hacerse mayor, no a un Mick Jagger cantando que su chica no lo ha llamado por teléfono. Eso es perverso.

"Ahora nos sacarán pasta por cabrearnos"

Muerto el rock, ¿qué has puesto en su lugar?

La reflexión sobre la muerte del rock.

Ya son cuarenta años en el oficio, y eso que querían que fueses notario.

A los ocho años escribí una novelita de espías y mi madre la despreció. Juré que seguiría escribiendo. Luego descubrí que no me costaba nada y que el resto era un coñazo. Mi padre nunca me lo perdonó.

¿Y la música?

Un día escribí tres artículos de golpe. Uno sobre Can, otro sobre Hendrix y otro sobre Johnny Winter. Los metí en una carpeta y fui a Popular 1, Disco Exprés y Vibraciones. Me cogieron en los tres sitios. Debía de ser 1975 o así. Pagaban mejor que ahora.

¿Qué esperabas de la crítica musical?

Nada, pero acabó siendo un canal en el que aprender. Y me lo pasé bien, además. Ahora ya no tanto. Estoy saturado, en un bucle. Y quiero salir de él. Ya no voy a conciertos. Me aburro.

¿Tan ingrato fue fundar y dirigir Ruta 66?

No hay ninguna diferencia entre una revista de rock y una de deportes. Hay uno que manda y otro que obedece. Uno que paga y otro que cobra. Y la gente es muy difícil de manejar. Y el ego, peor. Es una perdición. A mí me atormenta, a veces desearía no tenerlo. Y eso que no soy nadie. El mundo está lleno de gente mucho más brillante que yo.

Se cuentan historias fabulosas de la rivalidad con Rockdelux, siempre en pasado. ¿Que no haya conflicto en la crítica indica que nada importa?

¿Pero tú crees que la crítica tiene alguna relevancia?

Una cosa es la crítica, que tal vez haya hecho méritos para ser irrelevante, y otra la música.

Hay que escribir en primera persona. Es lo único que tiene valor, tu experiencia con un disco. Da igual en qué estudio se grabó, quien lo produjo o qué sello lo publica. Un disco te tiene que cambiar la vida. Y ya quedan pocos así.

Un disco tiene que dialogar con el presente...

Tiene que saltar del tocadiscos.

La mayoría de los que nos rodean celebran una vida que no es la nuestra, una clase a la que no pertenecemos. Son una estafa.

Ésa es la palabra: estafa. Los discos que ocultan lo feo son una estafa.

¿Lees crítica?

Poca.

Ni Ruta 66 ni Rockdelux, deduzco.

No, pero no por las revistas en sí, sino por la mercancía con la que trafican. No me interesa. Ni la comprendo. Antes estaba suscrito a Mojo, pero también la dejé. Viví la mejor época de la crítica: los años setenta.

¿Qué tenía de especial?

La capacidad de transcender el papel de la revista, de ir más allá del rock y conectarte con la literatura, con la política. Nada acababa nunca en un disco. Y se escribía mejor.

También erais menos.

Menos y mediocres, quitado Diego Manrique y dos más. Yo aún soy mediocre, pese a que me esforcé y fui aprendiendo algo. Lo único que intento es darle más al lector. Sacar la música del gueto. La música hay que vivirla en la vida, no al revés.

"En la música nadie nos enseña a envejecer"

Entonces, ¿también es irrelevante la crítica?

En todos los campos.

¿Tiene remedio?

Es un problema de educación. Hay varias generaciones deseducadas, las humanidades se extinguen. El talento no, eso es cierto. Quizás hay por ahí gente joven a punto de sorprendernos.

¿Te caen bien los músicos?

Me caen bien las personas, y las he conocido excepcionales. Músicos o albañiles, lo único que busco es que me hagan pensar.

¿Con quién tuviste esa suerte?

Con Alex Chilton, por ejemplo. El cansancio de Alex Chilton. Vivía resbalando sobre la vida y no averiguaba por qué. O Kevin Ayers, con el que estuve cinco meses antes de que muriese. Me ayudó a aceptar mis flaquezas, las que no escogí, el cuerpo, la enfermedad. ¿Qué tiene que ver esto con la música? Muchísimo, porque en la música nadie nos enseña a envejecer. Nada nos prepara para cuando nos aparquen definitivamente. También me dejó marcado Robert Wyatt: un tipo que se cae por una ventana y se queda en una silla de ruedas, y aún así... Me desbordó.

¿Te debe algo la música?

Absolutamente nada. Pasado mañana nadie se acordará de mí. Somos peones. Es tan absurdo el desprecio por la crítica como todo lo contrario. No creo en las capillas. No te permiten ir a tu rollo.

Vas a dejar un puñado de libros, ya estás preparando el quinto... Cuando termines Poder freak, ¿sobre qué quieres escribir?

Los libros son fatigosos. Te dejan vacío y nunca te recompensan. Estoy seguro de que escribiré más, pero no me puedo permitir el lujo de hacer planes. Sólo sé lo que voy a hacer hoy. Me quitaron el mañana. Trabajo sin red.

 

Esta entrevista se publicó en el nº 5 de la revista Luzes. Suscríbete.

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Claudio Magris : “La única solución para Europa es un Estado fuerte, federal y respetado” https://blogs.publico.es/revista-luzes/2014/06/07/entrevista-claudio-magris/ https://blogs.publico.es/revista-luzes/2014/06/07/entrevista-claudio-magris/#comments Sat, 07 Jun 2014 05:00:19 +0000 http://blogs.publico.es/revista-luzes/?p=125 Continuar leyendo "Claudio Magris : “La única solución para Europa es un Estado fuerte, federal y respetado”"]]> Texto: Mercedes Monmany

Fotografías: Gloria Nicolás

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Uno de los escritores e intelectuales europeos más respetados y escuchados de nuestros días, Claudio Magris (Trieste, 1939), germanista de formación y autor de una variada obra que va desde el ensayo (Utopía y desencanto, La historia no ha terminado, Trieste, una identidad de frontera, El anillo de Clarisse, Itaca y más allá), la novela (Otro mar, A ciegas), el teatro (La exposición, Así que usted comprenderá) o libros fascinantes e inclasificables como El Danubio, que lo dio a conocer en todo el mundo, es asimismo, desde hace años, candidato permanente al Premio Nobel de Literatura.

Colaborador desde muy joven de la prensa italiana, y de otros muchos medios internacionales donde se recogen habitualmente sus lúcidos e incisivos artículos, sus contribuciones semanales en el Corriere della Sera suscitan siempre numerosos y apasionantes debates, como el que ha tenido lugar recientemente acerca de su inclusión, no solicitada, sin él saberlo, en la red social Facebook: "Reclamo mi derecho, defendido por la Constitución, de no formar parte de ninguna asociación; al mismo tiempo reivindico mi absoluto derecho a la incapacidad digital". Magris recordaría que a todos, hoy, se les exige leer los mismos libros, discutir acerca de los mismos problemas, participar en los mismos eventos: "El que no lo hace es clasificado inmediatamente de asocial y se le reconduce a la norma, aunque sea en contra de su voluntad, como un clochard al que se le obliga a ponerse un smoking".

En una ocasión, recuerdo que en un coloquio estuvimos comentando que Europa está de algún modo encuadrada entre dos Galicias: la Galicia del Finisterre europeo, al oeste, y en el lado oriental, la antigua Galitzia austrohúngara, patria de tantos escritores míticos, desde Joseph Roth a Bruno Schulz. Si nadie duda sobre las fronteras occidentales de Europa, la cuestión sobre dónde acaba, hacia el este, siempre ha estado en discusión. Ahora, curiosamente, este debate histórico que viene de lejos vuelve a estar sobre el tapete con el drama ucraniano. Un drama que no plantea si no una nueva paradoja: mientras en el oeste florecen los euroescépticos, los euronegacionistas, y algunos países y sobre todo grupos populistas quieren salir como sea de la Unión Europea, en el otro lado la gente soporta temperaturas de 20 grados bajo cero porque quieren entrar aunque les cueste la vida. Recientemente, el magnífico escritor Yuri Andrujovich, cabeza de serie absoluto de las últimas generaciones literarias ucranianas, ha lanzado una llamada desesperada a sus amigos y colegas del resto de Europa: "¡Piensen en nosotros! ¡Muestren su solidaridad!".

Es cierto que los confines de Europa, hacia el Este, serían efectivamente aquella Galitzia austrohúngara, tan rica en escritores. Y, más en concreto, yo diría que en relación a Ucrania, los verdaderos confines, la frontera simbólica, sería Rutenia. Ucrania y Rutenia quieren decir lo mismo. Sólo que los rutenos eran los ucranianos austrohúngaros. Los actuales ucranianos formarían parte de una Europa centro-oriental, pero Europa a fin de cuentas. Es decir, el espíritu, el trasfondo histórico del que vienen es particular: un tipo de cultura austrohúngara, una serie de tradiciones, de costumbres, también de desilusiones políticas, de servidumbres. Aunque, evidentemente, hay que tener cuidado con esto. Nada cierra nada. Además, literariamente hablando, tenemos casos como el de Turgueniev, un ruso, a la vez ferviente europeísta. Pero no se trata de hablar en términos estrictamente literarios.

"El mundo tiene que ser administrado y cambiado"

En lo que se refiere a una determinada civilización, al aspecto sociopolítico e institucional, a la relación entre el ciudadano y el estado, con todos los límites de las generalizaciones, se puede decir que sí, que aquella Galitzia significaba simbólicamente los confines de Europa. Desde luego en el caso de Galicia es mucho más fácil, porque a fin de cuentas la frontera es el mar. Pero aquello es mucho más ambiguo. "Leopoli, tomba di popoli" —es decir, Lvov, la antigua Lemberg alemana— cantaban cuando partían los soldados triestinos, enrolados por Austria, bajo cuyo dominio estaban, en la Primera Guerra Mundial. No me refiero a los voluntarios que se habían ido a combatir por Italia contra Austria, sino a los ciudadanos austriacos de entonces que eran enviados a Galitzia, a unas terribles y masacrantes batallas.

Este año, con enormes fastos y homenajes a caídos de todos los bandos, con publicaciones y revisiones históricas múltiples, se conmemora el inicio de esta Primera Guerra Mundial de la que hablas. ¿Cuáles son los fantasmas y retos aún pendientes, las posibles lecciones a las que se enfrenta la Europa actual desde aquella devastadora tragedia, de proporciones apocalípticas, con la que en realidad dio comienzo el siglo XX?

En mi caso particular estoy implicado precisamente en un proyecto alrededor de esta conmemoración. Voy a hacer para la televisión italiana una serie con cuatro capítulos. En cada una de las partes estará presente un diálogo con un personaje determinado. La primera parte, la principal, la llamo El sueño de Adán. Y empiezo con Adam Wandruszka, un gran historiador austríaco, nacido a finales del 14. En una ocasión vino a Trieste a buscar en el cementerio austríaco la tumba de su padre, que había caído como oficial en los montes del Carso, junto a Trieste, combatiendo contra los italianos. Adam me dijo que se llamaba así porque cuando su padre se fue a la guerra su madre estaba embarazada, y su padre decidió que si era niño se tenía que llamar, sin lugar a dudas, Adam. Por una simple razón: porque esta sería la última guerra de la historia y luego se nacería a un mundo de paz, a un "nuevo Adán". Este sueño increíble recorría en aquel entonces todo y a todos sin excepción. Sucedía, por ejemplo, con la poesía rusa que soñaba con el hombre nuevo, y en tantos otros casos. Todos creen que surgirá algo nuevo y diferente. Pero al final resultó que la guerra no sólo dejó tras de sí una masacre espantosa, sino que, muy al contrario, nada quedó solucionado: el problema de las fronteras quedó aún más abierto, el problema de las nacionalidades se incrementó...

¿Cómo vivieron la cruda realidad de la guerra todos aquellos jóvenes que iban directamente al matadero, de forma alegre en ocasiones, sin ser conscientes?

Hay una frase del Papa Benedicto XV, el único que en aquellos días, junto a algunos socialistas, realmente llegó a comprender y ver claro lo que estaba sucediendo, que dice así: "Inútiles masacres y suicidio de Europa". Porque con aquella guerra, Europa, que durante 2.000 años había sido el centro del mundo, se hundiría en lo peor. Esto es interesantísimo cuando lo vemos desde nuestra perspectiva actual: cómo se es incapaz de imaginar lo que vendrá más tarde. Cuando se produce el atentado de Sarajevo, es decir, el comienzo de la guerra en sí, ninguna potencia entonces creía que se llegaría a ella. Piensan: les daremos alguna que otra bofetada como mucho, durará cuatro días... Y de repente estalla esto monstruoso que para los militares sería incluso peor que la Segunda Guerra Mundial. Entendámonos: la Segunda es horrible para los civiles, además está la atrocidad de la Shoah, pero para los militares aquello sería algo apocalíptico, nunca visto. Muchas posturas de aquellos días son realmente llamativas, y no sólo en lo que se refiere a los ultranacionalistas belicosos, sino también en lo que se refiere al campo de los demócratas de aquellos momentos, por así llamarlos. Ellos también compartían esta fe absoluta en ese mundo nuevo del que hablábamos.

"La caída de la utopía totalizante es una liberación"

Nos han llegado testimonios impresionantes, por ejemplo, a través de aquella joven y brillantísima generación perdida triestina, en ocasiones muertos prematuramente, como Scipio Slataper y Carlo Stuparich, caídos en el frente durante la Guerra del 14. Elody Oblath, una de las amigas de Slataper, el mítico autor de Mi Carso —que escribiría con tan sólo 24 años—, quien más tarde se casaría con el Stuparich sobreviviente, con Giani, dijo sobre aquellos días del inicio de la guerra: "Estábamos dispuestos a morir y en el fondo —y esto lo dice con un profundo sentido de culpa— estábamos igualmente dispuestos a pedir la muerte de millones de hombres". Es decir, encuentras a muchos que se van a la guerra con un sentido de la aventura, de las experiencias emocionantes, y luego, inmediatamente, llegan Verdún, Galitzia, el Carso, lugares en los que, para ganar un espacio que sería como ir desde aquí hasta el fondo de aquella escalera, tienen que caer doscientos hombres, y al día siguiente otros doscientos. Son necesarias todas aquellas terribles matanzas para que por fin se lleven las manos a la cabeza horrorizados. Es realmente sorprendente. Porque yo, que he tenido la suerte de no haber estado en ninguna guerra, no tengo necesidad de que nadie me meta una bayoneta en la barriga para imaginar que es algo espantoso. Es algo extraordinario esta imprevisión, este pillar por sorpresa. Luego está otro fenómeno de enorme importancia que aparece con esta Primera Guerra, que es la aparición de las masas en toda Europa, con lo que el mundo cambió radicalmente.

Se cancela en cierto modo aquel "mundo de ayer", de seguridad, con sus pautas, sus problemas enquistados, pero también sus rutinas, del que hablaba Zweig.

Cambian muchas cosas, en efecto. En la posguerra del 14, todas las fuerzas políticas que antes habían dominado los países —los liberales, los republicanos, etc.— se quedaron totalmente fuera de juego porque no entendían a las masas. El fascismo y el comunismo las entienden perfectamente. Yo diría que el fascismo, al menos en un primer momento, las entiende incluso más. Además, no olvidemos que países como Italia no deseaban la guerra, el Parlamento no la quería, fue la plaza —la calle, por así llamarla— la que la impuso. Con lo cual se produce un fenómeno extremadamente peligroso. En ese sentido es una época que hace acabar efectivamente ese "mundo de ayer" y abre paso a la Segunda Guerra Mundial que, con todos sus espantos específicos, sus horrores, en el fondo no es más que una continuación. Pero lo que hace bascular todo, el verdadero big bang del nuevo mundo, incluyendo en esto tanto lo bello como lo nefasto, es la primera. Sin la Primera Guerra Mundial, sin el suicidio de Europa, probablemente los pueblos coloniales, por ejemplo, no hubieran podido más tarde emanciparse. Aquel de entonces es un proceso que, a mi entender, aún no ha terminado. Lo que una vez fue un orden, con tantos aspectos discutibles, algunos incluso tremendos, estalló de repente.

Llama la atención la tremenda inocencia con la que algunos se enfrentaron a este auténtico fin del mundo antes nunca conocido, como decías.

Hay casos realmente llamativos, conmovedores. En la tercera parte que he escrito para esta serie de televisión hablo sobre la literatura y la guerra mundial. Por un lado, está la literatura de exaltación, de género nacionalista, y por otro la demócrata. Están los que la denuncian, los que la aceptan —como sería el caso de Stuparich, de Carlos Emilio Gadda— y también, claro, los pacifistas. Luego están los que, como Jünger, continúan creyendo que la guerra es "una gran escuela". Yo, naturalmente, estoy en contra de Jünger, pero tengo que decir que entiendo mejor a alguien como él, que desde el principio sabe lo que es la guerra y por tanto no se sorprende, que a aquellos que van a la guerra como a una aventura y luego dicen "¡Dios mío! ¿Qué ha pasado?". Hay una maravillosa historia judía que me contó en una ocasión el escritor triestino Giorgio Voghera, que es la historia de un judío austríaco que es llamado a filas. Él está en contra de la guerra pero va. Le fastidia, pero hace los ejercicios reglamentarios, las maniobras, aprende a disparar. Por fin lo mandan al frente y él va obedientemente. Una noche, dan la orden de salir de las trincheras y atacar las posiciones rusas. Él va de mala gana, pero se arrastra por tierra para ir avanzando y, en un momento dado, los rusos lanzan unas bengalas que iluminan la llanura y comienzan a disparar. Y él de repente se pone a gritarles: "¡Pero qué hacéis! ¿Estáis locos o qué? ¡Aquí hay gente!". Y en ese momento cae fulminado por una bala.

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Has hablado mucho de las utopías en tus libros, en novelas como A ciegas o en ensayos como Utopía y desencanto. Después del siglo de las utopías por excelencia, el siglo XX, de su desmoronamiento tras la caída de los regímenes totalitarios de un signo y de otro, ¿qué ha quedado? Parece que con ellas se fueron también un gran número de ideas sociales justas, legítimas, y comenzó poco a poco un declive de los partidos tradicionales de izquierda en Europa. Ahora, de norte a sur, de este a oeste, parece sólo reinar un gran cinismo, escudado en una dramática crisis, que no es sólo económica, sino también de las ideas, de los valores, de ilusiones que se asesinan antes incluso de tener la oportunidad de enunciarse. Además se aplica el término de "radical" enseguida a todo aquel que reclama simplemente cambios en este estado de cosas.

Yo creo que la caída de las utopías, ya no digo totalitarias, sino totalizantes, aquellas que tenían la idea de construir un futuro perfecto, de tener la receta para construirlo, el hecho de que estas utopías cayeran, no tiene por qué significar en modo alguno una desilusión, sino que tiene que ser vivido como una liberación. Lo trágico es que en vez de sentirse libres de soluciones equivocadas y autoritarias, y por tanto libres para seguir intentando mejorar el mundo, es decir, haciendo intentos una y otra vez, siempre de manera imperfecta, democrática, conciliadora, de repente esta caída parece que hubiese llevado a la gente a no creer en ninguna solución.

"La unanimidad no es democracia"

Hay una frase de aquel cabaretista genial del que Brecht aprendió mucho, Karl Valentin, que dice: "Hubo una vez en que el futuro fue mejor". No el presente, porque se trataba de un presente horrendo. Es decir, hasta un cierto momento de la historia bastante reciente, había existido la idea de construir un futuro mejor, un proyecto para un futuro. Yo, por ejemplo, que nunca compartí la utopía comunista, sigo creyendo que este cinismo actual es un error. Lo que sucede es que la humanidad, en estos momentos, se muestra verdaderamente inmadura, en el sentido de que o bien quiere tener las revelaciones como en el Sinaí, con unas tablas de la ley dadas por Dios a través de las cuales se sabe todo inmediatamente, o bien, en lugar de esto, en el otro lado, no existe nada en absoluto. Todo se tiene que construir trabajosamente, con una mezcla de pasión, pero también de cierto escepticismo, con vistas a un mundo no perfecto sino simplemente mejor. Creo que es importante que sigamos creyendo que el mundo no sólo tiene que ser administrado, sino también cambiado.

Los populismos y grupos xenófobos han crecido de forma espectacular en estos últimos años en muchos países europeos, desde Francia y Holanda, hasta Grecia, Hungría o Noruega. ¿Lo ves de una manera preocupante?

Sí, claro que es preocupante. Yo, hace algún tiempo, inventé una palabra: lumpemburguesía. Marx hablaba de un lumpemproletariado, es decir, de un proletariado perdulario, marginal, en el sentido de tan explotado y tan cautivo que no tenía conciencia alguna de sí mismo, ninguna característica especial, y por tanto estaba listo para ser utilizado por los populismos más reaccionarios. Lo que ha sucedido en estos veinte años últimos, grosso modo, es la formación de una lumpemburguesía, una burguesía de clase media, que moralmente, culturalmente, está brutalizada. Que ha perdido cualquier principio de dignidad, de decoro, incluso de hipocresía, que era uno de los valores que la sustentaban, algo que significaba un freno de algún modo. Es decir, si yo soy un antisemita pero estoy callado por miedo a que la sociedad en torno a mí me mire con reproche, sería una pésima señal para mí, pero una buena señal para la sociedad. Si, por el contrario, soy antisemita, y mando —como recientemente ha sucedido, en el día de la conmemoración del Holocausto— un montón de cabezas de cerdo a la Sinagoga de Roma, sin que ello comporte ningún tipo de censura, sería una pésima señal no sólo para mí sino para el mundo en el que vivo.

¿Qué tipo de solución ves a todo esto, a esta desmoralización creciente de una buena parte de la sociedad europea?

Yo diría que lo que no se consigue ver por ningún lado hoy día son las fuerzas políticas que puedan llevar a cabo las reformas necesarias. Creo verdaderamente que la única solución es un Estado europeo fuerte, federal, respetado, en el que estén integrados los estados individuales de ahora, incluyendo en esto las regiones, las provincias, con sus diferencias y sus características propias, pero sin negar la pertenencia a este Estado fuerte europeo, con unas leyes compartidas por todos. La emigración, por ejemplo, es un problema europeo, es ridículo tener leyes diferentes en Italia, en Francia o en Holanda. Sería como tener leyes distintas en Florencia o Bolonia. Esto es muy difícil, por supuesto, y más que nada en estos momentos, obviamente, en que la crisis económica ha traído consigo numerosos pasos atrás. Y hay que recordar también que es muy complicado construir una casa común entre muchos. Si bien he escrito mucho sobre la necesidad de integrar a todos por igual, tanto los que vienen del este —considerados muchas veces de segunda categoría— como los que ya están en el oeste, es necesario, antes de incluir a demasiados países, que el proyecto originario se consolide de un modo sumamente sólido y a él luego se unan todos lo que deban unirse. Y cuando digo demasiados no quiero que se me entienda mal. Por supuesto no quiero decir que Rumanía tenga menos valor que España. Pero hay que consolidarlo antes de forma conveniente, en ocasiones reformando lo ya existente. Es decir, probablemente habría que abolir, en cada uno de los campos, el principio de unanimidad. Porque la unanimidad no es democracia, sólo los regímenes autoritarios fingen tener esa falsa unanimidad. Es imposible funcionar veto tras veto.

"La lumpemburguesía se ha brutalizado"

Debido al peso tremendo de esa elefantiasis burocrática, está sucediendo en Europa lo que sucede en mi universidad, en la que sólo se convocan reuniones para discutir lo que se tiene que hacer. Aún así hay que recordar que en la construcción de Europa, por primera vez en la historia del mundo, se intenta construir un complejo entramado que desemboque en un estado pluriestatal no con la guerra sino a través del acuerdo. Hasta ahora todas las grandes operaciones en Europa se hacían a través de las guerras. Los romanos no les pidieron permiso a los galos para invadirlos, tampoco el Imperio austrohúngaro pedía permiso para tomar el Banato.

El Danubio, el libro con el que se te conoció en muchos países, apareció en 1986. En cierto modo, ha contribuido enormemente a esta difícil construcción europea de la que hablabas, a sentir más cercanos, a normalizarlos, a un gran número de países que antes eran mirados como extranjeros. Desde la perspectiva actual, ¿cuál dirías que fue la espoleta de salida para aquella obra tan particular, que conectó con tantos lectores, y que fundó casi un género, se podría decir, mitad reportaje, mitad relato histórico en torno a la civilización danubiana, mitad novela con personajes y relato autobiográfico encubierto?

Naturalmente, sin todos los años previos, en los que había estudiado una parte al menos de la civilización danubiana, no hubiera podido escribir el libro, es evidente. Porque, lo mismo que si me hubiera puesto a escribir sobre el Mississippi o el Volga, me habría faltado familiaridad. Este viaje del conocimiento al no conocimiento —porque finalmente uno acaba también por no entender nada—, el haber escogido el Danubio, partía de esa premisa. Luego estaba, por supuesto, el hecho de que el Danubio es un río que no se identifica sólo con un país, como sucede con el Volga. Es decir, atravesando pueblos, culturas, sistemas políticos, lenguas, enseguida se convertía en un símbolo de la Babel del mundo, de la necesidad y de la dificultad también de atravesar fronteras. Y, por supuesto, cuando digo fronteras no me refiero sólo a las nacionales, sino a las culturales, a las religiosas, a las que llevamos dentro de nosotros, etc. Un mundo en el que, conforme avanzaba, más familiaridad perdía.

Aunque luego tuvo lugar un momento especial, como siempre sucede con mis libros, aparte del tema de fondo que puedan tener, en que se produjo un suceso, un clic que lo desencadenó. "Una causa próxima", como decía Aristóteles. El Danubio nace, por así decirlo, un día de septiembre de 1982, en que con Marisa Madieri, mi mujer, y con algunos amigos, habíamos planeado ir a Eslovaquia, que entonces aún seguía siendo Checoslovaquia. Estábamos aún en la frontera de Austria y era un día bellísimo, esplendoroso, en el que compartíamos realmente esa sensación de abandono, de amistad, de estar en armonía con el fluir de la vida. En aquel momento, señalado con una flecha, vimos: Museo del Danubio. Era algo extrañísimo. Era como si los enamorados en los bancos de los parques descubrieran de repente formar parte de una exposición sobre el amor en los bancos públicos, como la canción de Brassens Les amoureux des bancs publics, sin ellos saberlo. Pues entonces nos sucedió lo mismo, el Danubio apareció con una flecha que señalaba "Danubio". En ese momento Marisa, mi mujer, dijo: "¿Y si continuásemos hasta llegar al Mar Negro?". Justo entonces tuve la idea de escribir el libro. De todos modos, hasta que no tuve un tercio acabado no sabía de qué tipo sería: si sólo reportajes, si sería yo el personaje, con mi propio nombre, como cuando firmo mis artículos del Corriere della Sera, o si se convertiría en un personaje total o parcialmente inventado.

Esta entrevista se publicó en el nº 4 de la revista Luzes. Suscríbete.

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Darío Rivas, el hombre que venció a Franco https://blogs.publico.es/revista-luzes/2014/05/02/dario-rivas-el-hombre-que-vencio-a-franco/ https://blogs.publico.es/revista-luzes/2014/05/02/dario-rivas-el-hombre-que-vencio-a-franco/#comments Fri, 02 May 2014 06:00:46 +0000 http://blogs.publico.es/revista-luzes/?p=35 Continuar leyendo "Darío Rivas, el hombre que venció a Franco"]]> Texto: Débora Campos (Buenos Aires)

Fotografías: Romina Franceschin (Buenos Aires)

Dario-Rivas_16Se despidió de su padre a los nueve años, desde el barco que lo llevó a Buenos Aires. Lo hizo de nuevo a los diecisiete, cuando le avisaron por carta de que había sido asesinado por falangistas en Portomarín, en Lugo, por su actuación como alcalde de Castro de Rei en favor de los desposeídos. Y aún se despidió otra vez de él en 2005 cuando consiguió exhumar su cuerpo de la fosa común en la que había sido sepultado. La historia de este gallego residente en la Argentina dio inicio al histórico proceso judicial que está investigando los crímenes del franquismo entre 1936 y 1977 y sobre el que ya se pronunció hasta la Organización de las Naciones Unidas.

 

Dario-Rivas_30La taza tiene un tamaño singular. No se corresponde con las de su talla, las del café, que son pequeñas. Pero tampoco casa con las grandes, las del té. "Entonces, los juegos se hacían por encargo y mi padre había comprado las doce piezas tradicionales con su platito; además de una grande en la que él bebía a su gusto y otra muy pequeñita para mí, que era el hijo menor", recuerda Darío Rivas, 93 años, en la serenidad de una velada en el extrarradio de la ciudad de Buenos Aires, a la que llegó de Lugo en 1930. Aunque aquí el tiempo se paró hace bastantes horas, las referencias dicen que sólo en esta semana este gallego que ahora guarda la taza en una vitrina con dedos rápidos participó en cuatro actos y pasó dos veces por los tribunales porteños acompañando a nuevos declarantes en la querella que presentó en 2010 para investigar los crímenes del franquismo.

El proceso judicial iniciado el 14 de abril de 2010 en la capital argentina —coincidendo con el 79 aniversario del inicio de la II República en España— lleva la firma de colectivos de defensa de los derechos humanos, de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de España y de las Abuelas y Madres de Plaza de Mayo. Sin embargo, el caso insignia, el que permitió que la Justicia abriese puertas siempre difíciles, siempre bien cerradas, fue precisamente el caso que impulsó Darío Rivas. "Pasé décadas juntando todos los documentos. Todo lo denunciado está probado por escrito y con sellos y firmas", dice mientras golpea la mesa con el dedo índice para acompañar sus últimas sílabas.

La querella no se anda con rodeos: denuncia al Estado español como responsable de los delitos cometidos entre el 17 de julio de 1936 y el 15 de junio de 1977, fecha de las primeras elecciones tras la muerte del dictador Francisco Franco. Se entiende que se trata del genocidio de parte de la población y de crímenes de lesa humanidad y que, como tales y pese a la Ley de Amnistía de 1977, no prescriben bajo el criterio de la justicia universal.

Pero hay más todavía. Con el patrocinio del abogado Carlos Slepoy, el requerimiento de Rivas junto a Inés García Holgado, también familiar de un represaliado, y a Silvia Carretero, torturada en Extremadura y Madrid, pide a la jueza federal argentina María Romilda Servini de Cubría que busque la información necesaria para hacer un listado de los ministros de aquel período, de los responsables militares y policiales y de los dirigentes de la Falange, así como también de las víctimas: los represaliados, desaparecidos, torturados y asesinados, sin olvidar el detalle de las fosas comunes sembradas por toda la península y las referencias sobre los niños y niñas robados con la ayuda, en no pocos casos, de la Iglesia católica. Por último, también quieren el nombre "de las empresas beneficiadas con el trabajo forzado y esclavo de los presos republicanos".

De esta manera y en los últimos tres años, la Justicia argentina pidió precisiones a los jueces españoles. Las respuestas, cuando llegaban, siempre anteponían la Ley de Amnistía de 1977, una trampa, ya que este tipo de normas no pueden saltarse el derecho internacional.

Así las cosas, el 18 de septiembre Servini de Cubría pidió la extradición de cuatro represores españoles —dos de ellos ya fallecidos—, que tuvieron que entregar su pasaporte. El pedido de extradición seguirá su camino, aunque la Fiscalía de la Audiencia Nacional no permitió que fuesen detenidos, como exigía la Justicia argentina. La medida fue considerada "no necesaria ni urgente", ya que se trata de "hechos muy antiguos".

 

Resolución de trascendencia histórica

 

Sin embargo, la medida fue celebrada por los abogados de los querellantes y por los colectivos de defensa de los derechos humanos. Carlos Slepoy, quien tramitó la primera querella sobre el caso de Darío Rivas, recibió la noticia emocionado. "Se trata de una resolución de una trascendencia histórica", dijo a los periodistas argentinos. Por su parte, Máximo Castex, integrante del equipo legal de las víctimas, precisó que tienen materiales para pedir otras muchas resoluciones de este estilo contra otros represores y recordó que esta causa iniciada en el Juzgado Federal en el Correccional y Criminal nº1 de la ciudad de Buenos Aires "es la única en el mundo".

Por eso, el abogado Castex subrayó: "Si el Gobierno de Mariano Rajoy no colabora, seguiremos produciendo más resoluciones de este tenor y España va a quedar como un Estado que asila y ampara a este tipo de gentes".

Y algo de eso ya está pasando. Mientras en la Argentina varios integrantes de la Coordinadora Estatal en Apoyo a la Querella Argentina contra los Crímenes del Franquismo (Ceaqua) viajaron a principios de diciembre al país austral para presentar nuevas denuncias ante la jueza Servini de Cubría; mientras estos declarantes y familiares de represaliados fueron recibidos en el Parlamento argentino por la comisión de Derechos y Garantías del Senado; mientras la prensa de todo el mundo sigue con interés las novedades de este caso; el Comité de Desapariciones Forzadas de la ONU instó al Estado español a adoptar las "medidas necesarias" para que se pueda investigar el destino de las víctimas de la dictadura franquista.

Por si la bofetada no fuese suficientemente dura para un Estado que hace de la desmemoria y de la negación su única política para con las víctimas, la histórica resolución de la ONU advirtió, además, de que "la prescripción de este delito solamente se produce en el momento en que la persona aparece con vida, si se encuentran sus restos o si se restituye su identidad". Pocas palabras para tumbar, una a una, las excusas que viene ofreciendo la Justicia española.

Quedaba la Ley de Amnistía. Pues también hubo algo que decir. El experto del Comité de Desapariciones Forzadas Álvaro Garcé García y Santos analizó la norma y aseguró que se trata de una legislación "pacificadora" pero que "treinta años después no puede constituir un obstáculo para la justicia, ya que la justicia está necesariamente vinculada a la verdad, y la verdad es hija del tiempo".

El tiempo que ya no corre en esta casa bonaerense en la que Darío Rivas saca ahora de la vitrina una pequeña bandeja conmemorativa del homenaje que le hizo su padre en 1994, casi una década antes de poder sepultarlo. Y cuenta. Porque en el origen de la querella que ya hizo historia hay un padre y un hijo. Y también un gabán y una placa.

"Recuerdo bien mi casa, era enorme, como un pazo. Por la izquierda tenía el establo para los animales y también un horno de piedra. Y por la derecha, un jardín. Más allá, estaba el sitio en el que se cortaban los robles para hacer las traviesas del tren", regresa Rivas, ahora mismo un crío en un mundo de adultos.

Fue el más pequeño de nueve hermanos y, aunque no lo dice del todo, puede que fuese también el más mimado por el padre, que en pocos años se quedó viudo y con el chaval de cinco años por criar, además de los otros ocho hijos.

"Allá creo que no fui mucho a la escuela, no", dice, y echa una risotada cuando se acuerda de que las dos o tres veces que pisó el aula fue movido por la curiosidad. "Yo iba a echarle un ojo a una foto que tenían de un hombre muy bien vestido. Creo que era el rey y yo me moría por ser, de mayor, alguien que llevase aquellas ropas".

En las historias de la infancia en la aldea lucense donde llegó al mundo, siempre hay una referencia para su padre. Un padre cariñoso. Un padre preocupado por la formación de sus hijos. Un padre que divisaba un futuro negro para los suyos. Un padre que administraba lo propio, lo ajeno y también lo de todos. Un padre generoso.

 

El primer exhumado e identificado en Galicia

 

Mucho ha hablado Darío Rivas sobre su padre, Severino Rivas Barja, alcalde de Castro de Rei, fusilado en una cuneta a pocos meses del alzamiento, el 29 de octubre de 1936. Tanto ha contado sobre este gallego que 68 años después de su asesinato se transformó en el primer exhumado e identificado en Galicia, que ahora se enfrenta al problema de tener que ajustar las historias publicadas, repetidas y alabadas a su recuerdo.

"Dicen que mi padre era socialista. Pero no. No me acuerdo de que participase en mítines ni en cosas de la política", quiere corregir el hijo, que escapa de los intereses partidarios como de la peste. La confusión tal vez podría deberse al hecho de que el señor Severino era un hombre bueno y generoso. Todavía se repiten las historias en Castro de Rei sobre cómo recuperaba las tierras sin dueño—o con un dueño que no las atendía— y se las asignaba a los desposeídos para que pudiesen trabajar en ellas las semillas que él mismo les conseguía.

No se lo contaron. Darío lo vivió: "En mi casa, la matanza se hacía para los nuestros y para el resto. Mi padre nos mandaba a los más pequeños llevar paquetes de carne a las personas más pobres de la aldea. ¡Y cuidadito con aceptarles ni una peseta!", nos advertía.

El señor Severino no es que fuese rico, pero había tenido la inteligencia necesaria para sacar provecho de las oportunidades. Trabajaba sus tierras, arrendaba otras que también explotaba y administraba las de los señores de la zona. Cuando tuvo la oportunidad, también se hizo con unos robles que luego cortaba para hacer traviesas para el tren, que vendía convenientemente.

"Todavía me sorprende que fuese quien de conseguir tanto, siendo como era hijo de soltera", reconoce su vástago, que también se pregunta ahora si su padre sabía siquiera leer y escribir. "Algo sabría, claro. Pero yo recuerdo perfectamente que, en casa, le mandaba a alguien que leyese el periódico. Yo pienso que sabía lo mínimo", apunta.

Con o sin formación, el señor Severino Rivas era, claro está, un lúcido intérprete de la realidad europea y española de los años 20 y 30. Presagiaba un futuro difícil para su prole. Un futuro que, desde luego, era hijo del pasado reciente: ya había mandado a un hijo a la guerra y no estaba dispuesto a mandar a otros. Poco había para ellos en la aldea: décadas de reverencias ante la tierra para ser tanto o más pobres aún. No, sus hijos tendrían mejor destino en la emigración.

Dario-Rivas_26"A los nueve años, mi padre decidió que me fuese. Me mandó a Buenos Aires, donde ya vivía una de mis hermanas y adonde, con los años, vendrían otros cinco más. Todavía recuerdo la lancha que nos llevó en A Coruña hasta el barco que aguardaba en el mismo centro del mar. La gente, que subía por una escalerita de nada, se mareaba muchísimo con el movimiento de aquella mole, pero como yo era un niño no me enteraba de nada". Darío sonríe desde su mirada de niño espabilado frente a aquellos adultos tristes y asustados.

Cuenta que casi no pisó el camarote. El padre le había metido algo de dinero en el bolsillo y el resto se lo entregó a un paisano que trabajaba en el transatlántico para que le echase un ojo al niño durante la travesía. No sabe si el hombre cumplió, porque pasó las noches durmiendo bajo las estrellas y los días comiendo chocolate y cuanto dulce habían comprado aquellos dineros.

Pero los días de libertad duraron poco y, cuando se dio cuenta, ya estaba en Villa Ballester, en la periferia noroeste de Buenos Aires, alistándose a una experiencia nueva: ir a la escuela todos los días.

"La primera semana de clase, un chaval me llamó gayego con desprecio y se llevó unos cuantos golpes. Yo no sabía que se podía pegar en la escuela, pero otro niño me alentó y pienso que el burlón no se volvió a meter conmigo", dice, y las fotos que saca de una carpeta aún lo retratan alto y fuerte en la coda de la infancia.

Al mes ya no hablaba gallego y, como tantos y tantos, fue un alumno esmerado que recuerda y presume de una lección de Historia de México que le valió, dice, un 10 para el resto del año por parte de la señorita de sexto grado. "Siempre me gustó mucho aprender y descubrir", apunta. Y la vida le da la razón.

Darío Rivas hizo los dos primeros años de escuela a un tiempo y luego avanzó como el resto hasta terminar los estudios básicos. Como tantos niños por entonces, también ayudaba en la tienda de su tío sastre: "Ordenaba las cosas o barría el lugar moviendo la escoba por un lado y luego por el otro para que se gastase sin desniveles", recuerda.

Mientras el niño crecía en Villa Ballester y aterrizaba en el mundo del trabajo sin escalas, el prestigio y el respeto de su padre también crecía entre los vecinos de Castro de Rei. "Después de la escuela fui a trabajar de encargado en la panadería que uno de mis hermanos tenía en Chascomús [a 123 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires]", adelanta.

Aún era un niño, pero trabajaba como los adultos. Tanto es así que un hombre que lo conocía le ofreció un negocio: ser socios en un negocio de apicultura. El hombre ponía el dinero y Darío, el trabajo.

—¿Y usted que entendía de abejas?

—Nada, ¡qué iba a saber! Pero compré unos libros, los leí y lo descubrí todo. El resto me lo enseñó aquel hombre y allí estábamos, con decenas de colmenas produciendo.

De las colmenas pasó, de regreso a Buenos Aires, a una confitería que compró con su hermana a medias en la avenida Córdoba con Uruguay, en el centro de la ciudad; y como el día tenía muchas horas, también hacía vendas para una empresa inglesa; y administraba una pequeña empresa de construcción que había fundado con dos primos profesionales: "Ellos tenían estudios, pero el encargado era el gallego", dice. Cuando el día terminaba, Darío se iba a beber café con los republicanos que se daban ánimos unos a otros en los bares de la avenida de Mayo. "Leíamos el periódico Crítica porque decía que la República iba ganando la guerra. Pero no era verdad", reconoce.

Pocos años antes, el prestigio que se había labrado su padre entre los vecinos de la aldea lo llevaron a convertirse en alcalde de Castro de Rei. "Una de las primeras medidas fue traer a un maestro y montar en nuestra casa una escuela para los niños", repite el hijo. Tal audacia, entre otras, no pasó inadvertida y fueron a buscarlo semanas después del alzamiento de julio de 1936. Severino Rivas fue apresado en el Hotel España de Lugo y, aunque tuvieron que liberarlo, la segunda vez no dejaron sitio para las dudas: fue asesinado el 29 de octubre de 1936 de cinco tiros junto a la capilla de Cortapezas, en Portomarín, junto a un republicano.

"Los dejaron en las cunetas muchas horas, al cuidado de un chico de 17 años, para que la gente escarmentara y luego mandaron a mis hermanos para enterrarlo en una fosa común", desvela el hijo. Los falangistas acusaron al exalcalde de "traición a la patria", porque el mal, además, siempre sabe ser muy bruto.

El miedo sembrado pronto dio frutos amargos. Darío Rivas se enteró de la muerte del padre por carta. Tenía 17 años. También supo que había muchas más palabras calladas que dichas en esa historia. "Y decidí que yo, a España, no volvía nunca más en la vida", dice.

Pero volvió. Casi sin quererlo. En 1952, su esposa, Clotilde, le pidió visitar a una tía que también había dejado en Galicia. Y fueron. "Al llegar sentí curiosidad y fui allá, a la aldea", recuerda. Cuenta que hizo preguntas que nadie le respondía o sobre las que le daban razones dudosas, confusas. Pero Darío no es un hombre que se contente con evasivas.

En lo que todos coincidían en aquel año de 1952 era en el reconocimiento a don Severino. "Los vecinos querían hacerle homenajes e incluso que una calle del pueblo llevase su nombre. Pero para que eso fuese posible había que documentarse", y Darío se documentó. Mucho más de lo que imaginaban los funcionarios franquistas que le pedían pruebas de la valía de su padre.

 

Orden de fusilamiento "por comunista"

 

Con la ayuda de unos y de otros, a lo largo de varias décadas, el hijo fue consiguiendo todos los papeles necesarios para probar el asesinato de su padre. Incluso tiene el archivo de su detención en la cárcel de Lugo y la orden de fusilamiento "por comunista" firmada por los mandos militares de la región. Sólo quedaba por descubrir dónde estaba el cuerpo, porque él no se tragaba la mentira de que lo habían sepultado en un cementerio que quedó bajo las aguas del embalse de Portomarín.

"Mucho pregunté, pero mis hermanos se habían llevado el secreto a la tumba y nadie me daba la razón", dice y anuncia el momento que todavía lo emociona del relato. Lo contó docenas de veces y lo vuelve a contar ahora, en este anochecer bonaerense en el que hace un calor impúdico. "En 2004 participé en un homenaje a mi padre. Fue un acto muy especial y quise cerrarlo visitando Portomarín".

No había sepultura, pero allí era donde habían asesinado a su padre, de modo que allá fue Darío. A acercarse a su memoria, a sentir que estaban juntos. "Entramos en una tienda de souvenirs y, mientras mi sobrina compraba, la propietaria me preguntó si yo era turista. Pensé que me quería cobrar los chismes esos más caros, y entonces le expliqué que era de Castro de Rei", recuerda y bromea.

Por decir algo, la mujer habló de unos hombres que había visto asesinados en el 36 que eran de aquella aldea. Habló del gabán que vestía uno de ellos y de que los rumores decían que era alguien de importancia. Casi sin aire, Darío recordó el gabán que le habían enviado de regalo a su padre desde Buenos Aires y le pidió más detalles. "Quien conoce bien esta historia es el carnicero", añadió la señora.

Darío Rivas salió corriendo de la tienda. "Los mataron contra la capilla de Cortapezas. Pero quien conoce bien esta historia es el viejo que vive al lado de la iglesia", añadió el carnicero.

Correr y correr. El viejecito confirmó no sólo la muerte sino también que habían sido sepultados allí mismo por las familias y que él era el chaval que los veló durante varias horas. "¿Y todavía están aquí?", preguntó Darío, que no podía creer que debajo de aquella tierra, de aquellas hierbas silvestres, finalmente, 68 años después, estuviese su padre. "Estar, sólo está su padre, porque al otro lo desenterró su familia por la noche y se lo llevó al cementerio de la aldea", confirmó el señor.

Por las buenas. Siempre por las buenas, Darío Rivas pidió al cura de Cortapezas poner una placa en memoria de su padre. No, no se puede. Entonces pidió poner una cruz de madera, fuera de la iglesia. No, tampoco se puede porque es tierra santa. Entonces tuvo que ser por las malas.

Dario-Rivas_27Con la documentación en mano y acompañado por la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, el 19 de agosto de 2005, un grupo de amigos acompañó al hijo en la exhumación. Fue lenta y desasosegante. Pero allí estaba. Severino Rivas Barja fue sepultado con todos los honores en el panteón familiar, en Loentia. La lápida dice: "Fue alcalde de Castro de Rei, nacido el 13 de septiembre de 1875. Lo asesinaron en Portomarín los falangistas el día 29 de octubre de 1936. Volvió a casa para descansar en paz el día 19 de agosto de 2005". Y, sobre ella, una placa añade una petición: "Papá, descansa en paz. Te lo pide tu niño mimado, Darío".

La taza baila en los dedos ágiles del señor Rivas, que rechaza la política aunque reconoce que sus acciones también lo son: "Porque estamos luchando contra el franquismo", dispara. El médico le recomendó evitar las emociones y, por eso, ya no habla en público. Escribe discursos, con una caligrafía de trazos aún escolares, y luego pide que alguien se los lea. Sin embargo, el 30 de junio de 2011, la multitud con la que marchó en la Ronda de la Dignidad por la Puerta del Sol madrileña exigió escucharlo. Y él habló. "Os pido que no recordemos a los nuestros como víctimas sino como héroes. El Gobierno de España no busca a sus desaparecidos y muchos niños secuestrados no conocen su verdadera identidad. Eso es una vergüenza. Es dejar vivo el antecedente de un genocidio impune que van a pagar las generaciones futuras".

La luz del ventilador proyecta brillo en la taza en esta noche en Ituzaingó. "Yo no heredé nada de mi padre. Mis hermanos que quedaron allá se repartieron las cosas entre ellos y bueno... Pero cuando volví eché cuentas y dije: No quiero nada, sólo ésta", termina el hijo, que ya ha dejado un legado propio a la humanidad.

 

Este reportaje se publicó en el nº 2 de la revista Luzes en enero de 2014. Suscríbete.

 

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