Rosas y espinas

Señora de Bárcenas

 

La señora de Bárcenas nos dio ayer un susto de muerte a los españoles de bien al llamar a la policía porque se siente hostigada. Rosalía Iglesias, que así es la gracia de la irreprochable dama, es que ya no puede más. Primero la imputan en la Gürtell por haber ingresado mil billetes de 500 euros en su cuenta. Después se entera por la prensa de que su marido no iba a Suiza solo a esquiar. Y ahora la hostigan todo el rato. Y nadie la defiende. En España ya no quedan caballeros.

El año pasado, esta rubia y bella señora acudía a declarar a la Audiencia Nacional en un coche de cristales tintados, escoltada por una cohorte de policías de paisano muy amables, y entrando por la puerta de atrás para que no la hostigaran. Como tiene que ser. Y es que la crisis española no es ya económica, ni social, ni moral, ni ética ni pamplinas. Es una crisis de galantería que está dinamitando los principios básicos de la igualdad entre sexos.

Antes, cuando éramos un país civilizado y con principios que respetaba a las madres, a las hermanas y a las esposas, si una horda de periodistas perroflautas hostigaba a una dama, iba un policía, o cualquier caballero de familia bien con sus sicarios, a alejar a hostias a la chusma y abrir paso al frusfrús virginal de los ropajes de la bella.

 

Vamos agarraditos los dos, espumas y terciopelo.

Tú con un recrujir de algodón y yo serio y altanero.

La gente nos mira con envidia por la calle.

Murmuran las vecinas, los amigos y el alcalde.

 

No hace mucho, otro vergonzoso episodio nos demostró que en esta España de maricones y estudiantes ya no quedan hombres como los de antaño. Ana Mato, tras aguantar las peticiones de dimisión por los regalos que ha recibido de la Gürtell, fue defendida, ante los medios, por la portavoz de Igualdad del PP con alharaca de certeros argumentos filovaginales: "Se trata de un proceso casi de linchamiento que tiene características desigualitarias y discriminatorias, puesto que se trata de una ministra mujer". Marta González, que tal se llama la portavoz, sí que los tiene bien puestos en ese partido de maricomplejines, que diría el certero Jiménez Losantos.

Si eres una dama, como lo es Ana Mato, es normal que te encuentres una mañana un Jaguar en tu casa y que no sepas lo que es un Jaguar. Solo un marimacho es capaz de distinguir un Jaguar de una escultura moderna, igual que solo una vulgar criada, nunca una dama, podría distinguir una lavadora de un lavavajillas.

Esta violencia de los rojos contra la mujer se está convirtiendo en mal endémico de nuestra hombría. Bárcenas, con sus patillas a lo Sancho Gracia, no debería permitirlo. ¿Pero cómo se puede defender un macho alfa en este país de piercings, si hasta a él le quieren poner unas pulseras amariconadoras? Y todo en un solo año.

El retroceso de este país en su trato a las mujeres es fehaciente. No hace mucho, a la señora de Aznar se le regalaba la alcaldía de Madrid para regocijo del feminismo español, del que Ana Botella es una de las más insignes representantes con sus peras y manzanas, sus cuentos sobre una maravillosa Cenicienta que se deja maltratar con resignación y sus otras innumerables cosas posmodernas. Como su defensa de la Iglesia: nunca se ha visto que la iglesia contemporánea abuse de la mujer. Con muy feminista resignación, los obispos se ven obligados a abusar solo de los chicos.

Ahora hostigamos a Rosalía Iglesias, como si ninguna mujer en España hubiera tenido el detalle de ingresar jamás 500.000 euros en billetes de 500 en su cuenta bancaria para echarle una mano a su escasamente arrojado marido. No creo que la mujer española tarde en lanzarse a la calle en defensa del honor de estas damas intachables, perseguidas sin piedad por una sociedad machista, intolerante y que no tiene una cuenta en Suiza donde caerse muerta.

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