Rosas y espinas

Dinero

 

Fue la causa principal de la gran crisis financiera del siglo XX. En 1909, los billetes de la Banque de France y del Reichsbank de Alemania se convirtieron en moneda de curso legal. Después de un siglo y pico, aquí estamos, como siempre, sin un puto duro. Al desatento y estulto lector, que somos esa gran mayoría, le parecerá extraño. Pero no. El dinero fue inventado, tal y como hoy lo desconocemos, en el año 1909. En Francia y Alemania. Se lo inventaron unos señores que fabricaban armas. Cinco años después, como por despiste, estalló la Primera Gran Guerra Mundial, que al principio no iba a ser ni primera ni grande ni, mucho menos, mundial, pero se nos fue un poco de las manos. Es que, como en el amor, en la guerra te vas calentando, te vas calentando, y luego pasa lo que pasa.

El dinero, por si no lo sabéis, es eso que piden los pobres por las calles, un vicio que tintinea, y también es eso que, como diría Fitzgerald/Gatsby, llena la risa de algunas muy bellas mujeres.

Podría escribir un tratado sobre el dinero, pero, como no lo tengo, ni lo deseo, mejor me callo. No se debe hablar de oídas ni de las gentes ni de los altos conceptos, porque se puede dañar el entendimiento de los crédulos adolescentes, siempre tan susceptibles a la elocuencia. Pero, siempre que veo cerca algo de pasta, me siento como si la hubiera robado. Y yo creo que la culpa de ese sentimiento no es del todo mía.

Cuando Henry Miller cumplió los sesenta y empezó a cobrar derechos de autor de sus libros prohibidos en el país de las libertades, contaba que iba al banco con su cartilla de ahorros y se imaginaba armado de pistola, con sana vergüenza de ladrón, como si fuera a un atraco. El dinero es el único pecado que no se avergüenza de sí mismo. Es tan listo, que consigue que los avergonzados seamos nosotros

Con dinero se puede pagar el sexo fingido de una mujer. La eterna aquiescencia de un vasallo. Falsas amitades. Hijos en la barbacoa de los domingos, aunque no sean tuyos. Complacencias de camarero. Un entierro precioso al que ni siquiera asistes. Un sillón confortable para tu culo herido Un cuadro mal pintado donde debió haber un cielo. Y un pintor que te cambie el tono de las nubes en concordancia con el gotelé de tu salón.

Lo único bueno del dinero es que no tienes que enumerar sus perfidias para denigrarlo. Basta con retratar distanciada y asépticamente a la gente que lo ama. También, por eso, es tan poderoso. ¿No me podríais pasar veinte pavos, que estoy a dos velas? Hostia, colega, venga, enrollaté. No me llaméis cutre. Así se construye Europa.

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