Rosas y espinas

Miedo a Rajoy

Continúa Mariano Rajoy su andadura desde la nada hacia la nada con el mismo discurso. Todo es razonable, perfecto, armónico, esperanzador, cristiano, puro, previsible. Incluida la vergonzante reunión del ministro Jorge Fernández Díaz con el sospechosillo Rodrigo Rato. Ese señor del que usted me habla y tal. A veces parece que Rajoy ya lo da todo por perdido, que vive totalmente despreocupado de lo que piensen los demás, que le importa tan poco su futuro como este puzzle sin suficientes piezas llamado España.

Rajoy, suicidándose constantemente, hace creer a la gente que está vivo, y de ahí que aun pueda darnos algún susto. Como todos los muertos, Rajoy ha tenido desde el inicio de legislatura el empeño de pasar desapercibido como poder y como hombre. Es un tipo extraño. Vaciado de vanidad y de encanto, enarbola el fracaso como arma para vencer. Es un personaje tan paradójico que yo creo que se va a estudiar más en los libros de psicología que en los de historia.

Lo que yo no puedo explicarme es cómo ha llegado hasta ahí. Quizá en estos estertores de la derecha franquista que hoy vivimos (ya están muy mayores los hijos de), el viejo régimen aspira a morir desapercibido, y por eso Rajoy es el último líder silente, inactivo, veleteando en la fisiocracia de los banqueros y cumpliendo una última misión: dejar todo tan desolado que cualquier cosa que venga ya nos pueda ilusionar. La ilusión es el opio del pueblo.

Rajoy es un personaje que no busca autor, que no necesita perfil, ni adjetivo, ni verbo, ni acción ni poética aristotélica. Es un endiosado al revés, porque se cree tanto dios que incluso no existe. Hasta ahora en agosto, cuando sale a correr para solaz de los periódicos del régimen, parece que está haciendo el ejercicio con la firme intención de acabar con el deporte. Nadie desea correr así. Ni moverse así. Ni pensar así. Cada vez que veo a Rajoy dar carreritas por Galicia en el telediario oficial, me dan ganas de marmorizarme.

En cierto modo, Rajoy es un prestidigitador de la política que intenta perpetuarse en el poder durmiendo al pueblo, hipnotizándolo, aburriéndolo. Y ahí flota como un corcho, nos dicen las encuestas, a pesar de todos los bárcenas, los gúrteles, las púnicas, los fabras, los sobres, las sedes, el alpinismo suizo, los ratos, los matas, los matarratas y los matarratos.

Rajoy ha conseguido, con tanto escándalo y choriceo, que nos aburramos de no estar aburridos. Todos los días en su España pasa algo, y así esta rutina de terremotos políticos y económicos nos va dando un poco igual. Tenemos un cierto hartazgo de tantas emociones. Y ahí resurge Rajoy, el tío más aburrido de la historia del ser humano, para servirnos de contraste, para decirnos que no pasa nada, que el mundo es así, que la vida sigue igual, que Heráclito era un histérico. Rajoy es la orquesta del Titanic, pero toca violines sin cuerda para no ser oído. A causa de su manera de empuñar la nada y el silencio, Rajoy es el líder que más miedo me da de todos los que hemos tenido en democracia. Y, si me pongo, también de antes.

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