Rosas y espinas

Milo Malart y la crisis negra

74_aro_sainz_de_la_mazaChorizos y grandes financieros aparte, los más beneficiados por esta crisis están siendo nuestros escritores. Concretamente, los escritores de novela negra. La crisis es uno de los malvados de ficción mejor construidos y más implacables. Tanto que no es vencible. Un malo al que se puede meter entre rejas siempre acaba decepcionando, como si no hubiera hecho bien su trabajo. Pero a ver quién mete en la cárcel a la crisis. Podemos ver a muchos de sus cómplices entrando y saliendo de juzgados y comisarías, pero la crisis es intocable como un Moriarty que solo fuera producto de la imaginación enferma y cocainómana de Holmes. Un mal inmanente e inaprehensible. El diablo en persona, para resumir.

Leo estos días la última novela de Aro Sáinz de la Maza, titulada El ángulo muerto (RBA) y segunda entrega de la serie protagonizada por el inspector Milo Malart, un detective que bebe agua, come butifarra, se salta las páginas del periódico que hablan del procés y pelea contra su miedo íntimo a la esquizofrenia que fue apagando el entendimiento de su padre y de su hermano. El primer capítulo de Malart, El asesino de la Pedrera, se convirtió en uno de los éxitos editoriales de los últimos años en España y en Francia. Ahora el personaje se zambulle en una Barcelona lluviosa y oscura, amenazante como un nubarrón del Mal que ha venido para quedarse sobre nuestro cielo. Como toda buena novela negra, el libro se va convirtiendo en una especie de guía turística de la capital catalana. Una guía turística de parajes que nunca deberían de ser visitados por nadie, porque no deberían existir. Pero existen. Y en ellos se mata y se muere por extraños y caprichosos porqués.
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El ángulo muerto arranca con una chica estrangulada y una extraña serie de empalamientos de perros en los jardines barceloneses. Pero enseguida se da uno cuenta de que Aro Sáinz de la Maza/Milo Malart no busca encarcelar al criminal o criminales. sino que pretende, con la alegre carga de su impotencia al hombro, encarcelar al Mal. Quizá al diablo, si es que existe. Ahí es donde la novela se convierte en algo más que una anécdota bien desarrollada y entretenida, que es lo menos que se le puede pedir a un polar. El ángulo muerto es un retrato de lo imbéciles que somos, y de cómo permitimos que la perversión general vaya carcomiendo al Rousseau que todos quisimos, alguna vez, llevar dentro. La inocencia, al fin y al cabo, no es más que una forma lenta y sutil de suicidio.

Milo Malart quizá sea uno de los personajes de apariencia más antipática de nuestra novela negra. Carece del glamour de perdedor histórico que tenía el inimitable Pepe Carvalho, que devolvió la política al género criminal adelantándose (o no) a nuestro tiempo. Tampoco posee la virilidad marginada de los protagonistas de Juan Madrid. "Es reservado, su sentimentalismo llega a límites insospechados y es de una gran nobleza, fiel a su amo y valiente y pendenciero", define uno de los personajes de la novela a un perro huérfano (su dueño ha sido asesinado). "Inspector Malart, es tu alma gemela", se cachondea del policía otro compañero.

Leer El ángulo muerto es pasear por el alma de una sociedad podrida. Y, al contrario de lo que sucede muy a menudo en el género negro, Aro Sáinz de la Maza sí se atreve a juzgar. Bajo la disculpa de la presunta esquizofrenia latente, Milo Malart osa incluso despreciar a los inocentes, a aquellos cuya actitud contemplativa ha permitido este desfalco no solo de nuestro poder económico, sino de nuestra ética y de nuestro orgullo. Al final, uno cierra el libro con la sensación triste e invernal de que las víctimas son los mayores culpables de todo crimen. O sea, nosotros. Los que vemos derrumbarse el castillo con indiferencia. Hasta que es tu propio castillo el que se desmorona sobre ti. Tu vieja paz burguesa. Milo Malart lo sabe. El verdadero culpable de esta crisis asesina es el laissez faire. Y, como siempre, será incapaz de encarcelarlo. Por mucho que hasta los telediarios hayan instalado media sede a los pies de los juzgados españoles. El ángulo muerto es, en resumen, un bello escupitajo contra nuestra impúdica derrota. Ni menos ni más.

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