Rosas y espinas

Abrazos a Bertín Osborne

54e1e76cd4acc.r_1461079110931.0-2-650-337Lo que hay que hacer con los personajes que aparecen en los papeles de Panamá no es un juicio popular, sino un concurso de Telecinco titulado A ver quién es más patriota. Se mete a todos desnudos en un paraíso fiscal cualquiera, elegido al azar por Laura Matamoros, y a ver quién encuentra más fondos para comprar más banderitas españolas con las que cubrirse las carnes.

La españolidad era esto. Los personajes más eximios de la gloriosa raza española vuelven a conseguir que en el imperio nunca se ponga el sol. Perdimos Cuba y Filipinas, pero a la sordi hemos ido conquistando Panamá, las Jersey, Delaware, Caimán, Bermudas, Omán, Brunei, Sheychelles y tal. Financiándose con los petromillones de Venezuela e Irán, con los que se compran millardos de camisas en Alcampo, los de Podemos nos parecen unos aficionados comparados con la lista de patriotas de los paper.

375px-Bertín_Osborne_2015Lo que nadie ha querido analizar, de momento, es cómo estas nuevas revelaciones puedan afectar a la percepción que el español menos patriota, el que cotiza y vota, pueda tener de este nuevo imperio. Porque la reciente y masiva evidencia de que vivimos en un país que se rige más por las reglas del escaqueo y el fraude, que por la sacrosanta Constitución, no surge precisamente en un momento de plácida lasitud, sino en plena precampaña electoral.

Las últimas elecciones dieron paso a un tiempo político de renovación parcial, imitando a aquella Transición que desmanteló el franquismo dejando a los franquistas a la mesa con copa y puro. En diciembre se votó la nueva política, pero solo la puntita de la nueva política, y ahora estamos en un desorden muy entretenido. Y recién aderezado con la certeza de que no solo somos un país de corruptos y corruptibles, sino que además constituimos una de las grandes potencias mundiales como exportadores de corrupción.

Si nos atenemos a las percepciones del politólogo e intelectual español más influyente de las últimas décadas, Bertín Osborne, no pasa nada. «Esas cosas se notan en la calle y a mí la gente me sigue parando para darme un abrazo», ha dicho el cantante y presentador tras conocerse sus cuentas panameñas. Y en eso ha clavado España. La corrupción aquí es un problema que se dirime a voces en los bares, y nunca en las urnas. José Manuel Soria, aunque ahora en diferido, seguirá ganando elecciones. Y Osborne continuará recibiendo abrazos por la calle de los que no pueden elegir entre su casa y la del panameño, porque les han arrebatado la casa. Esto no se arregla cambiando un gobierno. Se soluciona regenerando el alma, y eso es mucho más difícil.

Una de las grandes herencias del franquismo es la percepción de la corrupción como algo que nos es ajeno, que no nos afecta. Los muertos de la hepatitis C no saben que están muertos, en parte, por ese dinero opaco de Panamá que nunca llegó a la sanidad pública.

Tras conocer que la hermana del rey emérito, Pilar de Borbón, panameaba por miedo a ETA, ahora nos enteramos de que una de nuestras más ínclitas primeras damas, Corinna zu Sayn-Wittgenstein, también ha catado mieles en los despachos de Mossack Fonseca. Cuántas inquietudes adornan a esta mujer. La más alta institución del Estado está corrupta desde siempre, y nunca lo hemos querido reconocer a pecho descubierto. De ahí estos lodos.

Volverán las oscuras elecciones y nada habrá cambiado. España continuará aplaudiendo la entrada de la zorra en el gallinero. Seguiremos sustentando una monarquía opaca por el relato entre mítico y místico de que es un elemento cohesionador (¿de qué?). Continuaremos negándole a la nueva política la oportunidad de regenerarnos. Y, cuando nos encontraremos a Bertín Osborne por la calle, le seguiremos parando para darle un abrazo. Yo soy español, español, español.

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