Rosas y espinas

Don Camilo 2016

330px-Camilo_José_Cela_Madrid_1996Llueve mansamente y sin parar, llueve sin ganas pero con una infinita paciencia, como toda la vida, llueve sobre la tierra que es del mismo color que el cielo, entre blando verde y blando gris ceniciento, y la raya del monte lleva ya mucho tiempo borrada.

--¿Muchas horas?

--No; muchos años. La raya del monte se borró cuando la muerte de Lázaro Codesal, se conoce que Nuestro Señor no quiso que nadie volviera a verla.

A la raya del monte de Camilo José Cela le ha pasado lo mismo. Ya nadie la ve. Y hoy hace cien años que nació, y muchos más que no murió.

--¿Para qué vamos a dar ocasión de que el pecado se manifieste? Cercenad a un títere la venita de la esperanza y lo convertiréis en un santo. Cortadle, de paso, el cuello y obtendréis un mártir.

Siempre me ha resultado muy graciosa la efímera inmortalidad de los inmortales.  La ceniza de los inmortales se escancia de los ceniceros a la basura con poco beligerante presteza. Hoy hace cien años que nació don Camilo, a quien se le nombraba así a pesar de que a Cervantes nunca se le llamó don Miguel, ni a Quevedo se le llamó don Francisco, ni al tal Shakespeare se le llamó jamás don William, ni a Grey nunca se le llamó don Zane. Misterios de la literatura.

Los poetas, a cambio de que se les siga tolerando la holganza, cantan las heroicas gestas del pueblo llano en su desigual (y victoriosa) lucha contra las multinacionales.

Quizá solo detrás de algunos otros escritores, todos gallegos, Cela fue el nadir de la literatura española del siglo veinte. No tenía nada, salvo talento. Un defecto que otros muchos disimulan con displicencia.  Aunque la mejor manera de disimular el talento sigue siendo no teniéndolo,

El viajero tira por el atajo, lleno de piedras, que parece el cauce seco de una torrentera. A algo más de la mitad del camino se encuentra con un pastorcito que está sentado sobre una pìedra.

--Niño, ¿Cómo se llama esta bajada?

--No tiene nombre.

El viajero da unas perras al niño. El niño, al principio, no quería cogerlas.

Ayer estaba yo en la cafetería de un hospital de Torrelodones, con mi amigo Enrique Laguna, hablando sin querer de Cela y sin recordar que hoy es su centenario. Los dos lo habíamos conocido un poco. A mí hasta me había concedido una entrevista en la que declaró que el gallego que no vote a Manuel Fraga es un gilipollas. Y a mi amigo Enrique, que ha hecho un par de veintenas de películas como productor y director de fotografía, lo mandó llamar a un bar de Padrón para que subiera a su salón a que le sintonizara la tele, ya que el premio Nobel deseaba ver las bicicletas, que es como se resume en la Galicia civilizada al Giro de Italia.

--¿Y lo conseguiste?

--No fue fácil. Cogí el mando a distancia y pulsé el botón del dos. Marina y don Camilo, que estaba en calzoncillos, me aplaudieron.

--No sería por mucho rato.

--No seas impertinente, Malvar. No todo el mundo puede morir diciendo que le ha sintonizado las bicicletas a don Camilo.

Camilo José Cela fue delator en los albores (si se les puede llamar así) del franquismo. Después, acudió a Pío Baroja para que le prologase La familia de Pascual Duarte, y el vasco se negó: "Es que no quiero que me metan en la cárcel". La colmena, para salvar la censura, fue distribuida en escaparates de tiendas de apicultura y floristería. Escribió La catira por encargo del dictador venezolano (pre-podemita) Marcos Pérez Jiménez, cobrando un pastizal para endulzar la imagen internacional del asesino gafotas y proyanqui. Y finalmente ganó un premio Nobel, que es el premio de consolación que se le concede a los pacifistas que adoran a los inventores de la pólvora.

Si los hombres se parecieran a su literatura, cuánto perdería la literatura.

Yo te sigo leyendo, don Cienaños.

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