Rosas y espinas

Mujeres

mujeresDicen las encuestas poselectorales que el fascista Norbert Hofer perdió las elecciones austriacas por el voto femenino. El 62% de las austriacas le dio su confianza al candidato ecologista Van der Bellen, mientras el 56% de los hombres se la otorgaba al neonazi --vamos a dejarnos de eufemismos-- Hofer.

En EEUU, el 53% de las mujeres blancas apoyó al machista Donald Trump frente a la también machista (no olvidemos su aquiescencia pública a la carrera/corrida de su marido) Hillary Clinton. Pero las mujeres negras (94%) y las latinas (68%) han preferido no doblegarse ante un tío que dice que las violaciones en el Ejército son cosa natural o que las mejores escenas del cine nacen cuando se hace callar a las mujeres.

Uno considera que se ha analizado poco, y poco profundamente, cómo y por qué votan las mujeres, por ejemplo estas austriacas que han detenido el fascismo en la casa de Adolf Hitler.

Ahora hay un debate incluso en Podemos sobre la paridad, las cuotas y otras chorradas que solo denotan un machismo edulcorado. Por no hablar de los racistas EEUU, donde incluso un negro ha alcanzado la presidencia antes que una mujer. Creo que, como sociedad, tendríamos que hacernos mirar estos desniveles hormonales.

Existen partidos ecologistas, animalistas, altermundistas y tal, pero no ha emergido nunca un gran partido puramente feminista. Y, viendo lo que acaba de suceder en Austria, se echa un poco de menos. A uno le da la impresión de que la deriva del patriarcado al matriarcado quizá sea la única que pueda salvar este mundo del neofascismo. Lo digo sin ningún dato y sin ningún cientifismo, pues es algo que todavía no se ha probado.

Las grandes lideresas de nuestra reciente historia, cual Margaret Thatcher, Angela Merkel, Pasionaria, Indira Gandhi o Esperanza Aguirre (no se me rían), han sido solo feminización cosmética de estructuras androcéntricas. Ninguna de ellas ha dejado de lavar y tender calzoncillos políticos, con perdón.

En la vida política se trabajan mucho los ejes derecha/izquierda, arriba/abajo, pueblo/casta, blanco/negro, cristiano/musulmán y cosas de estas. Pero se trabaja solo intelectual y éticamente, en conferencias y eso, en paridades y cuotas, la verdadera revolución: la necesaria revolución: si el androcentrismo ha fracasado y está fracasando, ¿por qué no se intenta de una puta vez la otra cosa?

Las mujeres austriacas acaban de zurcir --lo digo con toda la intención-- la primera gran línea Maginot europea contra el fascismo. Pero lo han tenido que hacer con dos cojones: con un cartel electoral macho. Las mujeres negras y latinas de EEUU hubieran aplastado a Donald Trump si solo ellas tuvieran derecho al voto.

Llevando el asunto al plano doméstico --lo vuelvo a escribir con toda la intención--, el Área de Igualdad de Podemos acaba de denunciar hace pocos días que los puestos orgánicos y relevantes de la revolucionaria marea estén copados por hombres. Sucede esto en el partido más progresista e igualitario, quizá, de Europa y del mundo entero (con todos sus defectos horribles y perversiones, no os vayáis a creer que les voto ni les hago la campaña ni cobro de Venezuela, o que no leo y escucho todo el tiempo a Eduardo Inda). Mientras Podemos no sea un partido de mujeres al que votemos los hombres, no habrá asalto a los cielos. El progreso es solo eso, creo yo, en mi masculina elegancia. Tan fácil. Tan femenino.

Ya sé que todo esto que he escrito es una chorrada. Que me equivoco. Pero me equivoco con razón. Dadme unos siglos.

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