Rosas y espinas

El peligroso lacito amarillo de Pep Guardiola

Sucede que la Liga inglesa y la Federación Internacional de Fútbol (FIFA) estudian estos días si sancionar a Pep Guardiola, entrenador del Manchester City, por llevar un lacito amarillo en la solapa. Es una noticia que, como español, me reconforta, pues me doy cuenta de que no somos los únicos imbéciles del mundo sometidos a ineluctables leyes mordaza: los ingleses y las autoridades del fútbol internacional persiguen lacitos amarillos. Qué consuelo.

Carles Puigdemont y Raül Romeva llevan años fracasando en su anhelo de internacionalizar la revolución estelada, y ahora son la Liga inglesa y la FIFA las que se la internacionalizan gratis. El propio Guardiola ya ha anunciado al mundo entero que no se va a quitar el lacito por mucho que le desinflen los balones y su derecho a la libertad de expresión: "Si la UEFA, la FIFA o la Premier League me quieren sancionar por llevar el lazo, adelante. Pero ellos, especialmente los Jordis, están en la cárcel. Sólo pedían votar, no lo olvidéis, chicos, no lo olvidéis. Lo llevo especialmente por dos personas que defendieron algo como votar. Para estar en prisión hay que hacer algo grave. Y mientras estén ahí tendrán mi apoyo. Han estado más de 60 días en la cárcel", dijo el entrenador catalán en rueda de prensa televisada a cientos de  millones de espectadores de todo el mundo.

En estos tiempos en que la rebelión popular se hace más con lacitos que con huelgas u otras conflictividades, el lacito amarillo de Guardiola se viene convirtiendo en el arma de mayor peligrosidad que pueda blandir la ciudadanía. Y por eso hay que sancionarlo, perseguirlo, yihadizarlo.

La demonización del lacito amarillo llegó estos días a tales extremos que unos candidatos de Ciudadanos colgaron en twitter la foto de unos niños sentados en el patio del colegio y dibujando con sus camisetas amarillas un gran lazo humano. Los impulsivos húsares de Inés Arrimadas denunciaron con esta foto el adoctrinamiento al que son sometidos los colegiales catalanes. Después se supo que las imágenes venían de colegios de Zaragoza, Teruel y otros lugares. Los lacitos amarillos son también blasón de tu compromiso en la lucha contra los cánceres infantiles. Los lacitos amarillos no tienen nunca la culpa de nada.

Un lacito amarillo no es un kalashnikov ni un adoctrinamiento ni una incitación ni una pedrada: es un lacito amarillo. Y no se puede sancionar a nadie por llevarlo en un partido de fútbol, en la peluquería, en el colegio o en el teatro. Cuánto hubiera sufrido el dandy Oscar Wilde de saber que el país que lo encerró en Reading, hoy incluso proscribe los delicados lacitos amarillos de la solapa.

La Liga inglesa y la FIFA prohíben portar "mensajes políticos, religiosos y comerciales" a los futbolistas durante los eventos oficiales. Ahora amenazan con aplicar también la norma a los que no saltan al campo, caso Guardiola. O sea, que un entrenador o un masajista no pueden salir a la zona técnica con una camiseta serigrafiada con el careto de Aristóteles, autor de La Política. Ni tampoco podrían colgarse un crucifijo. En todos los partidos se ve a jugadores que se santiguan al saltar al campo: peligroso mensaje religioso que también debería perseguir la FIFA.

Tal y como es Guardiola, que dicen que mea colonia, uno sospecha que su lacito amarillo perseguido y demonizado se va a convertir, al final, en un lacito redentor. El lacito que, con su sacrificio, libere de la esclavitud espiritual a los lacitos de todos los colores. Porque, tarde o temprano, nos tendremos que dar cuenta de que no es lógico ni racional que un país o un organismo internacional sancionen a alguien por un lacito. O por un rap. Si es que hasta me hacéis sentir ridículo y acursilado escribiendo de lacitos amarillos, coño. Que yo iba para maudit de la novela negra. Triste, solitario y final.

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