Rosas y espinas

Elogio del desorden

Yo estoy encantado con la situación política de España. Pues a mí, como a cualquier niño, me fascina que el tiovivo se haya vuelto definitivamente loco. Que los caballos proletarios se vuelvan en sus carrozas trotonas y besen a las princesitas del pescante. Que los piratas tropiecen y se abracen lúbricamente con banqueros desequilibrados. Que los obispos rueden hasta enredarse en los rabos calientes del Demonio. Que se asuma que tenemos que convivir con el desorden, pues somos desorden. Tenemos que convivir con el circo, pues somos circo. Un viejo cuadro de Brueghel. Dinámico, impredecible, bello, feo y solo aparentemente desestructurado.

Parece mentira que, a estas alturas, un gobierno con muchas voces dé más miedo que un gobierno de pocas voces o de una sola voz. Por supuesto, es más difícil entenderse entre muchos que desentenderse de todos, como se acostumbra con mayorías amplias o absolutas, cuyas mieles ya han saboreado PSOU, PP, CiU y PNV, por poner solo algunos ejemplos.

La fragmentación del Parlamento es solo un reflejo de lo que somos, así que no tenemos por qué lamentarnos de ella. Por fortuna, en España existen varias izquierdas, por fin varias derechas, varias formas de entender el nacionalismo, distintas maneras de desentenderlo, de consentirlo o de enfrentarlo. Es la primera vez que todas estas excéntricas sensibilidades se tienen que ayuntar para afrontar algunas de nuestras máximas prioridades: echar a Rajoy, inversión en ciencia progresista, ecoenergía, transparencia, libertad de expresión, mujer, paro, pobreza, vivienda... No son pocas prioridades, pues los puntos suspensivos tienden a infinito.

Es verdad que la alianza de censura contra Rajoy fue un contubernio Frankenstein, con actores cada uno de su pierna y de su brazo como Bildu y Nueva Canarias. Pero no hay que olvidar que la criatura del doctor Frankenstein no deseaba nacer. Fue obligada a tomar vida y arrojada a la ciudad sin saber entender ni hablar. Como este gobierno tan extemporáneo que nos trae junio florido.

Pedro Sánchez no es presidente por un arrebato de ambición personal, como nos quieren hacer creer los voceros del simplismo, pues ninguna ambición personal puede aunar las voluntades de tantos y tan distintos cómicos y tragediantes shakespeareanos. De ahí la candorosa esperanza popular de que, de entre tanta disonancia, alguna música pueda afinarse.

Los hagiógrafos de nuestra tullida Transición suelen loar el espíritu de consenso de aquella época sepia y mentirosa con ruido de sables. Sin embargo, ninguno de los que santifica aquel histriónico consenso del 79 ofrece la mínima limosna a uno nuevo en este 18, quizá muy parecido, aunque 40 años más tarde.

España y Europa ya van necesitando un poco de desorden interno después de tantos años. Necesitan una dosis de caos, a ver si se humanizan, y a lo mejor España --junto a Portugal-- acaba siendo un buen laboratorio experimental para unos tiempos algo menos peores. Con un gobierno Frankenstein que al menos no arroje niñas al río, como hacía el anterior vía recortes presupuestarios.

El elogio del desorden, la esperanza en el caos, son el programa de acción gubernamental del futuro inmediato, del año y pico que tarde Pedro Sánchez en convocar elecciones: entre tanto disenso, va a ser imposible no entenderse, parece pensar este presidente audaz y optimista. El tiovivo se ha vuelto loco. "Nunca abras el circo sin saber qué van a hacer los payasos", decía el histórico popular Pío Cabanillas. Quizá ya va siendo hora de darle la vuelta al consejo.

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