Rosas y espinas

La rebelión de los científicos

Estoy observando estos días, por las televisiones y radios, que la mayoría de científicos se expresa mucho mejor que el más preclaro orador de entre nuestros políticos, al menos a la hora de explicarnos al populacho lo del covid. Eso es porque los científicos saben de qué hablan.

En los últimos meses, y en multitud de entrevistas, he visto y escuchado a todo tipo de científicos --enfermeros, médicos, biólogos...--quejarse con la boca pequeñita de que ni los políticos les hacían caso, ni los periodistas los entendíamos demasiado bien. De manera muy fina, y quizá demasiado remilgada, nos venían a decir que no teníamos ni puta idea. Ni periodistas ni políticos nos dimos por aludidos porque no era una denuncia. Era un lamento. El canto de un cisne de plástico.

Ahora percibo para mi esperanza que el tono de nuestros científicos ha cambiado. Y ojalá eso anuncie que ha llegado la hora de la rebelión de los científicos. Siempre he sido propenso al optimismo y a la fantasía.

Lo que yo quiero suponer que nos están intentando transmitir numerosos portavoces científicos, con su desatada, honesta y nueva ferocidad televisiva, es que si los ciudadanos dejamos nuestro futuro únicamente en manos del caprichoso albur político, empresarial y financiero, estamos abocados al desastre sanitario.

Resumiendo: nuestros científicos se han hartado de oír y acatar sandeces que cuestan vidas. Y las están respondiendo sin cortarse, levantiscos, obligando a los grandes medios a difundir en prime-time y a bragaquitada las reivindicaciones hasta ahora silenciadas o menoscabadas que la gente de bata blanca lleva clamando desde mucho antes del 15-M.

Desde el confinamiento hasta la desescalada, las cosas salieron más o menos bien y el gobierno capitalizó la actuación absolutamente responsable de la mayoría de los ciudadanos. Cuando esos mismos ciudadanos fueron arrojados en manadas subterráneas a sus puestos de trabajo, y su seguridad ya no dependió únicamente de su buen juicio, es cuando fermentó el desastre que ahora se nos echa encima.

El gobierno progresista sí ha sido esta vez gobierno populista. No fue procastrista, como aúlla la derecha, pero sí procrastinador. Dejó todo lo esencial para mañana. Lo sanitario, por ejemplo. No quiso ofender a nadie. Se consagró al dulce arte del laissez-faire. No se atrevió a interferir en los preparativos de las administraciones inferiores para un regreso seguro al curro y a la enseñanza. No quiso darse por enterado de que sanidad y educación necesitaban más metros construidos y más personal contra la anunciada segunda ola. Miró para otro lado ante las gestiones ineptas para no ofender a presidentes, alcaldes, barones...

Por ejemplo, en la Comunidad de Madrid, Pedro Sánchez ni siquiera le exigió a Ángel Gabilondo que enfrentara un poquito de oposición a la gestión místico-lisérgica de Isabel Díaz Ayuso. Aunque fuera una oposición de esas que le gustan al afamado catedrático socialista, una oposición pequeña, peluda, suave; tan blanda por fuera, que se diría toda de algodón.

El Gobierno progresista, de tanto querer no ofender a nadie, no gobernó. No quiso ofender a sus barones ni a los de la oposición. Tampoco a la intocable sanidad privada, cuando nuestro vecino banquero y neoliberal Enmanuel Macron nacionalizaba de un plumazo la sanidad privada francesa el 25 de marzo. Tampoco ofendió demasiado a los sectores financieros. Ni a los especuladores. Ni a las cadenas hoteleras. Ni a los racistas. El gobierno social-comunista dedicó más tiempo y recursos a no ofender a nadie que a aplicar medidas socialistas o comunistas. Cierto es que andaba un tanto escaso de peones parlamentarios, pero en muchos asuntos ni siquiera los intentó mover.

El clímax de esta obsesión por no ofender, la alcanzó el gobierno esta semana: haciéndose la estatua ante una orgía de banderas, Pedro Sánchez evitó ofender a Ayuso convirtiéndose en cómplice, con su silencio presidencial, del alegato racista y clasista que pronunció en sus narices la presidenta madrileña. Un verdadero gobernante socialista está obligado a replicar si su interlocutor, sea quien sea, criminaliza a los más débiles asegurando, sin base científica ni ética alguna, que "el covid-19 trae necesidades aparejadas como pueden ser los problemas de delincuencia, de okupación y de los menores no acompañados". Un socialista de verdad no se calla si oye esa flagrante fascistada.

Después de estos meses terribles, ya no podemos engañarnos más entre nosotros. Era mentira. Eso que nos decíamos de que los españoles tenemos la mejor sanidad del mundo era mentira. Esa frase era puro hooliganismo.

Nuestra sanidad se ha demostrado fabulosa en lo cualitativo, pero muy deficiente en lo cuantitativo en comparación a los países entre los que nos jactábamos de estar: tenemos muchas menos camas por paciente, mucho menos presupuesto por habitante, muchos menos profesionales que buena parte de las democracias europeas.

Por eso creo que a España le vendría bien un motín científico y sanitario mientras dure esta pandemia. Que hubiera una especie de autogolpe de Estado popular que nos sometiera de alguna manera a la dictadura momentánea de la inteligencia, la ciencia y la investigación. No sé cómo. Quizá si mientras dure la emergencia sanitaria, cada decisión política se sometiera a la supervisión de comités científicos, se evitarían aberraciones y despropósitos como los que hemos venido observando. No tengo ni idea. Solo sé que me pone mucho la fantasía esta de una rebelión de científicos. Aunque estuvieran algo locos, como en el tópico, mejorarían lo presente.

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