Ruido de fondo

Fiesta, fiesta nacional

Sobredosis de nacionalismos varios la que hemos tenido esta semana. Primero fue el Deporte. El Deporte Español, dicen para referirse a los últimos triunfos. Como si hubiera sido la españolez de Lorenzo, Nadal o Contador la principal explicación de sus victorias. El Deporte Español, como si Alonso fuera producto de nuestra excelente planificación deportiva desde la escuela y no el resultado de su trabajo, y del apoyo de patrocinadores privados, casi todos extranjeros. El Deporte Español, como si sus victorias no se debieran exclusivamente a su capacidad para superar las dificultades que muchas veces provienen de las mismas instituciones públicas que se apropian de sus triunfos.

Luego ha sido el nacionalismo chileno. Vaya espectáculo. Como si hubiese sido la chilenez lo que ha salvado a los mineros. Pero no ha sido así. A los mineros les ha salvado la competencia profesional y el trabajo bien hecho. Y si han pasado sesenta y nueve días sepultados ha sido por la dejadez de los políticos —chilenos— que ahora los abrazan y que en su momento no obligaron a los empresarios que explotaban la mina—chilenos también— a respetar elementales medidas de seguridad. Chi-chi-chi, le-le-le, los mineros de Chilé.

Y volviendo a España: con 20% de paro, que no bajará pese al despido libre recientemente aprobado por las Cortes, con una paupérrima inversión en I+D, que garantiza nuestro subdesarrollo científico para las próximas décadas, unas sonrojantes tasas de fracaso escolar y un nivel de urbanidad que pudo comprobarse el otro día, cuando se honraba en Madrid a los pobres —pobres de pedir algunos— muertos Por La Patria, no parece haber muchos motivos para celebrar una Fiesta Nacional. Chacón quiere blindarla. Yo la suspendería. Hasta nueva orden.

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