Ruido de fondo

Aznar es un topo

Me gustaría que la discusión sobre el Estado de las Autonomías pudiera tener alguna vez carácter administrativo. Pero me temo que eso es imposible; las autonomías están ligadas a mitos, leyendas y supersticiones. Además, aquel matrimonio de conveniencia que la izquierda contrajo durante el franquismo con los llamados nacionalismos periféricos ha liado más el asunto. Cualquier crítica al nacionalismo se percibe como reaccionaria cuando en realidad es al contrario: los nacionalismos son intrínsecamente conservadores. La esencia de la izquierda ha sido siempre el internacionalismo.

Ahora sale Aznar y dice lo que piensan muchos ciudadanos, no todos votantes del PP: que la administración española, con sus ministerios, consejerías, diputaciones y ayuntamientos, está hipertrofiada. Si tuviéramos que inventar un nuevo país, seguro que no elegíamos este modelo para administrarnos. El centralismo es una alternativa, no veo por qué no: una federación de Estados con centro en Bruselas, por ejemplo. O una confederación... Yo qué sé, cualquier cosa mejor que un sistema tan grotesco que ha convertido a Madrid en una comunidad autónoma, con presidente y todo.

Pero ojo: pese a las apariencias, la declaración de Aznar no es un ataque a las autonomías —de las que él mismo se benefició—, sino un balón de oxígeno para los defensores de este modelo. Al fin y al cabo, él también es nacionalista, como Otegui. Con sus palabras, Aznar desprestigia y desactiva a quienes pensamos desde posiciones muy lejanas a las suyas que el Estado de las Autonomías es una enorme chapuza heredada de la Transición, que sirve más a los intereses de los políticos profesionales —incluido Aznar— que a las demandas y necesidades de la ciudadanía.

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