Ruido de fondo

¿Hay alguien sensato ahí fuera?

Está visto que el consenso nos resulta incómodo. Después de haber vivido más o menos tranquilos una temporada, hemos empezado a sentir vergüenza de ese pacto de entendimiento que se llamó Transición. De santificarla como papanatas en los libros de historia hemos pasado a denostarla como papanatas en los periódicos. Nos molesta haber servido de ejemplo a otros países, porque aquí entenderse con el adversario se considera un rasgo de debilidad.

El Senado estudia estos días la posibilidad de que en los plenos se puedan hablar todas las lenguas del Estado. Esto no sólo es una necedad inoportuna, es también una metáfora de lo que nos está pasando, del espanto que nos produce el entendimiento. El principal argumento esgrimido por los defensores de esta iniciativa es que España es un país plurilingüe. ¿Alguien lo pone en duda? Los parlamentos de las autonomías con idioma propio elaboran sus leyes en sus idiomas naturales. Estos parlamentos, cada uno con su lengua vernácula, son la expresión de las diferencias en este Estado plurilingüe.

Lo que se espera de una cámara como el Senado es todo lo contrario: que la gente diferente se entienda. Y para entenderse es mejor que las peculiaridades se queden en la puerta y se subraye lo común, empezando por el idioma. El idioma podría ser un buen símbolo de esta actitud constructiva. Aquí es posible. Por fortuna, no necesitamos complicar los plenos con auriculares, porque catalanes, vascos y gallegos son bilingües. Aprovechémoslo. No se trata de imponer el castellano, sino de pensar en las lenguas como en simples instrumentos de comunicación.

Y se trata también de no hacer el ridículo.

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