Ruido de fondo

El triunfo de la mediocridad

Se podría pensar en el Duelo a garrotazos, pero nuestros protagonistas son un poquito más grotescos, no tienen la nobleza de una pintura de Goya. A quienes cada vez se parecen más Zapatero y Rajoy son al Gordo y al Flaco dándose de tortas mientras el mundo se desmorona a su alrededor. No es la primera vez que las pasamos canutas. Pero es la primera vez que estamos huérfanos de políticos con categoría.

Los más viejos recordarán los primeros años de la Transición. ETA pegaba fuerte, el GRAPO estaba enloquecido, y en los cuarteles se oía un permanente ruido de sables. Entonces todos estábamos tan hartos de Suárez como lo estamos hoy de Zapatero. Pero al tiempo que el presidente se hundía, emergía la fresca figura del joven Felipe González.

A mediados de los noventa Felipe González entró en combustión y su sola aparición en la tele atacaba los nervios del más templado. Pero al mismo tiempo que el sevillano se hundía en un pozo de corrupción y crímenes de Estado, la normalidad y la aparente honradez del adusto Aznar supuso un bálsamo social que duró unos años.

Cuando en su segunda legislatura descubrimos que Aznar no era normal, que tampoco era adusto y que el PP no era tan incompatible con la corrupción como nos habíamos dicho, votamos a ese joven del talante que parecía traer algo de aire fresco.

A dos años de las próximas elecciones generales, la mayoría de la gente quiere perder de vista ya a este político amortizado, calcinado por la crisis económica y víctima de su propios errores. Pero por primera vez en la historia reciente de España no hay frente al quemado un candidato alternativo que traduzca en ilusión el hartazgo que sentimos por el presidente.

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