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Caras de perro

Paco Marhuenda, director de La Razón en los escasos ratos libres que le deja su oficio tertuliano, parecía  uno de esos perritos asentidores que cabeceaban hasta hace poco en la parte trasera de los coches. Convidado de piedra en la sonada reaparición televisiva de Aznar, el ubicuo Marhuenda asentía y asentía al borde del esguince cervical, sobre el que advierten últimamente los mensajes de la DGT. No cabeceaba por sueño aunque la cantinela del expresidente fuera a ratos hipnótica. Aznar hablaba sin mover el desbigotado y fino labio superior y parecía que su voz provenía del Más Allá, por lo menos del otro lado del charco, como una psicofonía en un programa de Iker Jiménez. Daba miedo, unos días después, otro reaparecido, Alfonso Guerra, fino estilista andaluz en el exilio, ironizaba con el colmillo retorcido sobre el retorno de su colega al que presentaba aleteando en su capa de Drácula por los rincones de Génova, asustando a los suyos que ya no son tan suyos con la posibilidad de volver a la primera línea de la política en cuanto se lo permitan sus múltiples e irrenunciables compromisos internacionales.

Aznar y Guerra, el síndrome del túnel carpiano del tiempo, que suele afectar a los políticos que abusan de los nombramientos a dedo, volvía a estar entre nosotros. Sombras del pasado, el expresidente volvía para reivindicar su honor mancillado y enturbiar un poco más las aguas de su partido, el exvicepresidente retornaba para promocionar, a todo plató y en prime time el último tomo de sus memorias. El despliegue promocional superaba al de un premio Planeta y se acercaba al de cualquier superproducción de Disney, de esas que ocupan impunemente privilegiados huecos en todos los telediarios. Con Aznar  como involuntario telonero, Alfonso Guerra recuperaba su labia fácil y su repajolero ingenio para engrosar sus cuentas, Josemari hablaba solo para ajustarlas y la audiencia agradecía que se rompiera por un momento la rutina diaria, la monótona sucesión de números volanderos como aves migratorias que hibernan en los paraísos fiscales y a las que cazan, al paso, jueces intrépidos y contumaces de los que no se quitan la toga ni para dormir.

La entrevista de Jordi Évole al juez Gómez Bermúdez marcaba un hito en Salvados. El juez Bermúdez intimida en la audiencia, pero aún más en la corta distancia. Impávido y coriáceo, el magistrado escatima sus medias sonrisas,  tal vez para no sembrar más el pánico, y taladra a sus interlocutores con mirada sombría y ominosa. El juez Bermúdez prefiere los interrogatorios a las entrevistas, por lo que su careo con Jordi Évole prometía ciertas emociones, contenidas y dentro de un orden. El juez Bermúdez se sometía voluntariamente a ser interrogado a cara de perro, sin concesiones a la galería, un mazo invisible reposaba en su diestra. "Me quiere usted meter en un jardín y ese jardín no me gusta" espetaba el magistrado a su entrevistador que mantenía el tipo y no cedía terreno, inasequible al desaliento como un fox terrier ladrándole a un pitbull.

Salvados aparece en las guías de televisión como programa de humor, el antiguo "follonero" arrastra su aura de pícaro y deslenguado a la que ha renunciado para incorporar un personaje más complejo y solo en apariencia más inofensivo, un reportero audaz y contumaz que no se calla ni debajo del agua y se sumerge a pulmón libre en piscinas y pantanos. Ante el descaro de Évole, los interpelados que tienen algo que ocultar reaccionan de dos maneras muy distintas: están los que huyen a la desbandada perdiendo los papeles y los que aceptan el reto y bromean desenfadados como si en vez de haberles preguntado por sus trapos más sucios les hubieran soltado un piropo. Grave error, la mayor parte de ellos acabarán metidos en uno de esos jardines de los que hablaba Bermúdez, atrapados por sus propias palabras, cautivos en la red de este cazador de mariposas. Programa de humor un buen disfraz para un buen programa que se despide la próxima semana, esperemos que con un hasta luego. Hace unos días no se emitió El Intermedio de Wyoming, por problemas técnicos pero en las redes sociales se imponía el escepticismo. "Le han censurado el programa sobre la entrevista de Aznar tecleaban con preocupación los twiteros. Era una falsa alarma pero un claro indicativo de la desconfianza de muchos televidentes ante las verdaderas intenciones de los amos de los canales televisivos, de Berlusconi y de otros aprendices de mago que, por ahora, ( que sea por muchos años) siguen riéndoles las gracias a sus humoristas siempre que suba la audiencia.

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