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Fiestas de sangre

En nombre de la tradición, en un pueblo de la Comunidad Valenciana, matan becerrillos de dos años en la plaza pública con estoques y banderillas porque así lo hacían sus ancestros desde tiempos inmemoriales. Pero la sociedad ha evolucionado y se han suavizado las costumbres, a partir de este año los matarifes recibirán cursillos prácticos de profesionales en la materia sobre como matar de una forma "menos dolorosa", más rápida y eficiente y además se han cambiado algunas normas del bárbaro ritual, los matadores no podrán salir completamente borrachos, solo un poquito alegres, para ejecutar su macabra danza y si no consiguen acabar con el bicho en dos intentonas tendrán que dejar su sitio a otros compañeros de matanza para repartir más democráticamente la diversión. Uno de los tradicionalistas defensores del festejo se quejaba hace poco en un telediario de que las aglomeraciones de aspirantes a matarife impedían al respetable público una visión correcta de la escabechina privándoles de ese momento de la verdad en el que el animal agoniza y muere, el punto álgido de la fiesta.

Estos simpáticos, tradicionales y populares festejos taurinos tienen su relato televisivo en los programas informativos de casi todas las cadenas pero algo ha cambiado también en el discurso, cuando el festejo, como en el caso del Toro de la Vega sufre el acoso de los antitaurinos, animalistas y ecologistas, las cámaras incorporan esas imágenes y dan paso a sus manifestaciones y declaraciones, de forma "objetiva" sin moralejas ni comentarios. Los que han venido a fastidiar la fiesta de la sangre suelen ser forasteros que desconocen la fuerza de la tradición y de los tradicionalistas que en cualquier momento pueden cambiar de objetivo y comenzar a perseguir y alancear a los aguafiestas foráneos incapaces de comprender los finos matices históricos y culturales de la orgía. Vecinos a favor y forasteros en contra, como tiene que ser para que las fiestas del pueblo conserven su sabor auténtico. Tirar al pilón a los visitantes de los pueblos vecinos y a los veraneantes siempre formó parte del rico acervo de las fiestas patronales, el holocausto, la hecatombe, se realiza siempre como homenaje, sacrificio de sangre, al santo patrón probablemente mártir, al Cristo desangrado o a la Virgen doliente. Cultura y religiosidad unidas cada año y loadas desde púlpitos y tribunas, quintaesencia de la ibérica raza.

Con los últimos coletazos del verano las masacres se despiden dejando su retahíla de muertos heroicos, días de luto han ennegrecido muchas celebraciones, pero ahí está la gracia, el meollo y la salsa de la fiesta que hay que defender a ultranza, que viene de ultra, del acoso de esa turba extranjera o extranjerizante que quiere abolir las viejas costumbres de la Patria, costumbres como la tortura, el golpismo y las guerras civiles, siempre heroicas en la tierra que alumbraron las hogueras de Sagunto y de Numancia, las piras de la Inquisición o los fusilamientos en masa.

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