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Puntadas sin hilo

El grupo Atresmedia celebraba el pasado lunes la emisión del capítulo final de la muy exitosa serie El tiempo entre costuras, paradigma de la última ficción española, folletín y best seller con todas las garantías de calidad y comercialidad necesarias, al que nadie se atrevería a llamar culebrón para no caer en anatema, pues, entre las ventajas a su favor, destaca el tener su duración limitada por el contenido de un único libro, la novela de María Dueñas, la más leída, la más vista y la más ensalzada por crítica y público, alarde de producción y de autopromoción interplanetaria. Productos como éste ofrecen al crítico con afanes de notoriedad una buena ocasión para desmarcarse y probar la abrupta senda de los "enfants terribles", de llevar la contraria a sus colegas poniendo en solfa una obra que cuenta entre sus partidarios acérrimos con valedores como el escribidor Vargas Llosa y el inenarrable narrador Fernando Sánchez Dragó. A riesgo de caerle en desgracia al propietario de Marhuenda y del grupo mediático de Atres, el crítico díscolo contaría con un sólido argumentario que no enunciaré, para no darle pistas a la posible competencia y para no ejercer, una vez más, de aguafiestas de guardia.

Asistí en su momento a las primeras citas de la serie, alabé su esmerada producción, su casting casi irreprochable y el esfuerzo de un equipo profesional a la altura de cualquier desafío. Después cambié de canal y me desentendí de los eslabones intermedios de una cadena que, pese a los méritos anunciados, no consiguió engancharme, ni como ficción ni como improbable documento histórico. La historia de la costurera espía estaba bien tramada, la bisutería era excelente y el hilo conductor engarzaba turbios asuntos de espionaje, ciudades más o menos exóticas dentro de su cercanía, nazis, fascistas y agentes británicos, alta confección y prêt-à-porter de andar por casa, todo empaquetado en un lujoso envoltorio que se vendía aparte, coches de época, escenarios de lujo, miles de figurantes, apabullantes cifras para una producción que ha cumplido de sobra sus objetivos sin llegar a implicarme ni a emocionarme en lo más mínimo. Reconozco los méritos y agradezco, de veras, que existan productos como éste en la parrilla, entre otras cosas porque dan a los espectadores la ocasión de comprobar la existencia de un plantel de excelentes actrices y actores suficientemente preparados e injustamente desconocidos hasta la fecha en la que las televisiones se decidieron a apostar por la ficción española más allá del sainete y de la comedieta. Series como Cuéntame y Amar en tiempos revueltos ( hoy Amar es para siempre) abrieron el camino y aún siguen en él como ejemplos de cómo afrontar dramáticamente la terrible tragicomedia española sin grandes excesos ni graves carencias.

Hasta hace unos años era casi imposible retratar en una serie a policías españoles, dignos de admiración y crédito. La sombra del franquismo (esa que muchos no ven porque siguen cegados por ella) perseguía a los posibles pioneros de un género que tardó mucho en arrancar. Y si eso pasaba con los policías, imaginen lo que podía ocurrir con los espías nacionales que no daban ni para una parodia al estilo del superagente 86. Si me permiten una sugerencia (me temo que no les queda más remedio que permitirla) propondría a guionistas y productores una historia de espionaje a la española, tan verídica como paródica como la de Aline Griffith, condesa de Romanones y espía de la CIA. En sus memorias tituladas La espía que vestía de rojo (para disimular mayormente) hay material más que suficiente para hilar una historia descacharrante. La bella Aline revolucionó las técnicas del espionaje y el recontraespionaje, haciendo de la indiscreción más absoluta su arma secreta. Nadie mejor que ella como receptora de una información auténtica que el enemigo nunca se tomaba en serio. Si en un cóctel diplomático, la bella Aline hablaba de un posible desembarco en Normandía, los alemanes reforzaban la vigilancia en el Mediterráneo y así sucesivamente en una espiral de desinformación no conocida hasta la fecha.

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