Mi televisión y otros animales

No critico a Telecinco, ¿qué pasa?

Desde que descubrí que soy accionista de la cadena amiga me he convertido en parte interesada y, por tanto, deben ustedes desconfiar de todo lo que diga (o calle) al respecto. Excepto de los chistes sobre Piqueras, que ya sé que no es más amarillista que Antena 3, pero tiene un apellido que hace más risa que el de Matías Prats. Las oclusivas, amigos.

Con estos datos por delante, deben ustedes entender que me mueve una intención plenamente interesada a la hora de comentar los últimos estrenos de Telecinco en el mundo de los concursos-reality. Y quien dice estrenos, dice El topo y Guaypaut.

En el primer nanosegundo de El topo dije en voz alta: "yo este programa ya lo he visto". No es que tuviera un déjà vu (¿o sí?) sino que la mera disposición del decorado en el estudio ya sonaba a Supervivientes, La vuelta al mundo en directo, Sálvame, y otros grandes éxitos de la televisión humorística. "Bueno", pensé. "Seguro que así se han ahorrado en creativos y mis acciones valdrán más". He caído en una terrible dinámica capitalista.

El problema es que habían ahorrado en más cosas. Como el primer plano del concurso necesitó de tres helicópteros, la primera prueba para los concursantes consistió en un ejercicio de épica y heroísmo sin paragón en los anales (con perdón) de la televisión: ¡subir un montón de escaleras! Creo que la próxima entrega de La jungla de cristal tiene un argumento parecido. No me entiendan mal: trepar miles de escalones es un duro ejercicio, pero no es épico. Poner una música a lo Piratas del Caribe para ilustrar algo que hacen miles de ciudadanos de alquiler barato en este país, pues, qué quieren que les diga.

La cosa empeora cuando los comentaristas en plató y el presentador ponderan el tremendo espíritu aventurero subyacente en la prueba. Y ya cuando sale Carlos Latre (¡!) comentando que El topo va a ser sin duda el reality más espectacular de todos los tiempos, pues...

El (d)efecto sobreépico es el mismo que sufre Guaypaut. Son las mismas pruebas que Humor amarillo o Grand Prix. ¡Las mismas! Sólo cambias a Takeshi Kitano o una vaquilla por Carmen Alcayde, pero por lo demás es el mismo formato. La diferencia fundamental es que, en lugar de hacer coñas con el Chino Cudeiro o emocionarse con el sampler de los efectos de sonido a lo dibujo animado, nos lo venden como una lucha mitológica con la que Hércules se hubiera hecho caquita.

¡Nos importa un bledo que el concursante quiera el dinero para salvar a su hamster con una operación a pulmón abierto! ¡Queremos trompazos! ¡Repeticiones a cámara lenta! ¡Cachondeo con los participantes! La chica que me roba las sábanas mientras duermo apunta a alguien como Miki Nadal como el presentador ideal del formato. Y, oye, tiene razón. Vasile, tienes los días contados como consejero delegado.

En la próxima junta de accionistas, además de mis propuestas para la directiva, tengo que comentar que con lo que se gastaron grabando en Argentina, se hacen el programa en algún lugar de Extremadura y en vez de un par de docenas de aspirantes, tienen un par de cientos. Y muchos más golpes.

Mis queridos empleados (léase "ejecutivos de Telecinco"), la épica está muy bien cuando quieres hacer Braveheart. Pero si lo que tienes entre manos es más bien La víbora negra o Águila Roja, cambia el chip, hombre.

Y aprovecho para felicitar a Jesús Vázquez, que, sorprendentemente, no ha tenido que presentar ninguno de los dos programas. A él o al departamento de contabilidad que no aprobó la partida presupuestaria.

Unos genios.

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