Tiempo roto

Ganar, sin modelo para armar

Josep Maria Antentas
Profesor de sociología de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB)
@jmantentas

"Ganar", algo que hace tres años hubiera sido poco más que un buen título de película de ciencia ficción para el gran público, se nos aparece hoy con todas la letras como el imperioso desafío que tenemos por delante. Tan difícil como posible, tan fácil como imposible. La crisis ha convertido la más alocada de las ficciones en realidad. Nuestra más osada imaginación y nuestros más siniestros temores quedaron sobrepasados por unos acontecimientos que rompen esquemas y legitimidades, y alimentan esperanzas y miedos a la par.

"Bien, escuché las campanas repicar, estaba pensando en ganar/en este lugar abandonado por Dios/Cuando mi confianza estaba bien, tropecé y caí/de bruces /Ahora me mantengo erguido y siento ganas de volver/Y el sol brilla dorado/A ponerme una sonrisa en la cara, volver a la raza humana/Y seguir con el espectáculo" canta Van Morrison en su Golden Autumn Day. Aunque no sea la intención del autor, la estrofa podría ser una metáfora del ascenso, desplome y resurrección de los movimientos populares desde los setenta hasta ahora. Tras haber caído muy al fondo después de un largo e intenso retroceso ante el avance neoliberal, la crisis iniciada en 2008 ha abierto nuevas oportunidades, nos ha dado, como diría Daniel Bensaïd "el derecho a recomenzar". Un derecho ganado a pulso y que si queremos aprovechar hasta el final implica, a diferencia de los años setenta o treinta, ganar. Esta vez sí.

Ahí estamos. Back on the show. Con el telón de fondo del auge de Syriza en mayo y junio de 2012, planteada por primera vez por el Procés Constituent de Teresa Forcades y Arcadi Oliveres cuando se lanzó en abril de 2013, el objetivo de articular una nueva mayoría política de ruptura irrumpió de forma definitiva en escena tras la eclosión de Podemos en las elecciones europeas del 25 de Mayo de 2014, y el lanzamiento de Guanyem Barcelona con Ada Colau al frente semanas después. El rápido aumento de las expectativas de voto para la formación de Iglesias de golpe ponía encima de la mesa lo que hasta entonces parecía impensable. Ganar.  Pero, ¿qué significa ganar? Y, ¿como se gana? Preguntas complejas que contrastan con la asombrosa familiaridad de sus antitéticas. Sabemos muy bien lo que supone perder y como se hace. Hay muchos doctores en derrotas entre nuestras filas. Pero en lo que al triunfo se refiere no hay un modelo para armar, sólo hipótesis que sirven a modo de work in progress estratégico.

Si a Podemos le cabe el mérito de haber convertido la idea de ganar en una perspectiva política concreta, sin embargo, ha transmitido una visión excesivamente electoralista y corto-placista de lo que ello significa. Ganar aparece demasiado como sinónimo de victoria en las próximas elecciones generales cuando, en realidad, prevalecer en ellas debería situarse como un elemento, decisivo sin duda, de una estrategia más amplia. Ganar requiere imponerse en unas elecciones generales. Pero no sólo, y no necesariamente en las siguientes. Y para hacerlo se precisa algo más que un buen diseño electoral, dominar las técnicas de marketing y los sondeos de opinión. "No es lo mismo ganar en sentido electoral (obtener una mayoría electoral que permita formar gobierno), ganar en sentido político (tener las capacidades y los medios para poner en práctica el programa de gobierno) y ganar en sentido social (contar con una movilización activa de la mayoría social que oriente, controle e impulse la acción de gobierno y socialice la política)" escribía quien fuera el editor de la revista Viento Sur, Miguel Romero en julio de 2013, sin imaginar el sentido concreto que acabarían teniendo estas palabras. El debate estratégico abierto en Podemos las últimas semanas, debería ser una buena ocasión para revisar, justamente, el contenido de su propuesta para articular políticamente una nueva mayoría.

Ganar debe entenderse, en sentido fuerte, como una dialéctica permanente entre movilización-autoorganización-elecciones. Implica varios procesos y fases interrelacionadas, que se expresan en una compleja triple temporalidad: simultánea, en orden secuencial hacia adelante, y en flash-backs en permanencia. Uno, movilización y autoorganización que erosione la legitimidad de un determinado orden institucional y desencadene una crisis política; dos, construcción de una alternativa política portadora de una nueva fuente de legitimidad y de un proyecto de ruptura y cambio social (de un "instrumento político" que solvente los límites de la resistencia social como gráficamente llamaron los movimientos cocaleros bolivianos al Movimiento al Socialismo, el MAS, cuando fue lanzado en 1998); tres, victoria electoral, algo sólo posible en momentos excepcionales en los que "los grupos sociales se separan de sus partidos tradicionales" como escribía Antonio Gramsci en sus Notas sobre Maquiavelo; cuatro, implementación desde el gobierno de un proyecto de transformación social en medio del refuerzo de la autoorganización popular, que va a topar con la feroz oposición de las clases dominantes domésticas desplazadas del poder gubernamental y de todo el entramado geopolítico y geoeconómico internacional, y con todas las trabas y auto-zancadillas que cualquier proceso colectivo emancipatorio se encuentra, en forma de degeneración burocrática, luchas de poder, e institucionalización.

Conquistar el poder gubernamental por vía electoral por parte de un partido que no pertenezca a la alternancia habitual es enormemente complejo. Un "error del sistema" que ocurre sólo en contadas y excepcionales situaciones. Como en la Grecia actual. No hay que permanecer indiferente cuando sucede o puede hacerlo. Las ansias por un triunfo electoral ocupan por ello ahora mucho de nuestro interés. Algo normal al asistir a una insólita fractura del sistema de partidos. Pero una victoria en las urnas, ni es fácil de conseguir como las dificultades actuales de Podemos muestran, ni de por sí  garantiza nada. Abre posibilidades pero no las materializa automáticamente.

Una inserción de la política electoral en una estrategia que pivote en torno a la movilización y a la autoorganización y que engarce el corto con el medio y el largo plazo facilita el ansiado triunfo, al dar cimientos sólidos y raíces profundas a un proyecto político. Y, a su vez, permite afrontar en mejores condiciones la increíble aventura que supondría imponerse en unas elecciones. Una aventura que muy pocos transitaron en el pasado y que casi nadie completó con éxito. No hay que perder de vista los objetivos reales. La victoria electoral es un medio, y no un fin, para iniciar un proceso de cambio social. Una palanca para abrir una impenetrable puerta habitualmente sellada a cal y a canto, sin certeza de poder recorrer la tortuosa senda que se esconde tras ella.

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