Tiempo roto

¿Artur Mas reloaded?

Josep Maria Antentas, profesor de sociología de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB)
Una constatación escandalosa recorre la política catalana: el futuro del país está en manos de unos pocos miles de radicales anticapitalistas de la CUP. Lo nunca visto. Lo nunca imaginado. ¿Cómo hemos llegado hasta ahí? es la pregunta retórica de las mentes bien pensantes. La indignación transita fácilmente hacia la ridiculización ajena: ¿una asamblea para decidir? ¡Seamos serios, un país no puede depender de la democracia directa!. Los espectros del anticapitalismo y el asamblearismo aterrorizan así a una política catalana que se acostumbra mal a la inestabilidad crónica en la que está instalada. Contrariamente a estos lugares comunes de las opiniones publicadas, televisadas y radio-transmitidas, otra lectura se antoja posible de la asamblea de la CUP del pasado día 27.

Primero, ésta ha mostrado ser un partido democrático, en el que los militantes participan de las decisiones. Algo que no es frecuente en la mayoría de fuerzas, viejas y nuevas, políticas. No veremos ni en el PP ni en el PSOE ningún ejercicio parecido para discutir su posición tras el 20D. La cosa no va más allá de debates en los órganos de dirección y las baronías territoriales.

Segundo, la CUP reveló tener una capacidad de movilización interna muy notable. Pocas organizaciones reúnen a tanta gente para dirimir una discusión sobre orientación política. Pero, ¿pueden 3000 personas tener en vilo al futuro de un país? La pregunta formulada por todos lados a grito pelado es interesante. Pero para ser creíble tendría que desdoblarse en otra: ¿pueden la minoría financiera y las familias de siempre condicionar los destinos de un país? Los mandan entre bambalinas en Catalunya a duras penas deben llegar a 3000, y sus asambleas públicas brillan por su ausencia.

Tercero, en el debate interno de la CUP, la honestidad personal y colectiva ha sido la nota dominante. Quienes defendían una posición lo hacían por convicción real de que era la mejor vía para llegar a los objetivos de su partido. Pocos cálculos de interés o de poder se han visto. Pocas prebendas a repartir. Ha sido un debate táctico y estratégico genuino. No vamos sobrados de ello en la política catalana y española.

Dicho esto, la discusión en el seno de la CUP refleja los límites de su línea política. ¿Como puede una formación anticapitalista verse embrollada en una controversia sobre si investir o no a un presidente neoliberal? Curiosamente esta ha sido una reflexión casi inaudible entre las voces críticas con una CUP que quedó atrapada en un callejón de difícil salida como consecuencia de optar desde 2012 por jugar enteramente dentro del campo del proceso independentista y por no tener política unitaria alguna hacia el conjunto de las fuerzas de izquierda alternativa. Quedó así aprisionada por el marco discursivo y político del proceso independentista y por su visión auto-referencial de la construcción de la "unidad popular", entendida sólo como su propio crecimiento lineal y no como el resultado de una política de confluencias.

¿Artur Mas reloaded? El debate real no está en investir a Mas en nombre de la viabilidad del proceso independentista o en no hacerlo desde una óptica de repliegue estratégico y organizativo, sino en romper con este doble marco y plantear un cambio en el centro de gravedad de la política de alianzas y de la construcción de la "unidad popular": de moverse enteramente dentro del proceso independentista a tener un pie dentro y uno fuera, de tener una táctica de construcción entorno a sí misma, a combinar el legítimo fortalecimiento del propio espacio con una actitud favorable a las confluencias en común y al mestizaje político y organizativo.

Desde que llegó al poder en 2010, Mas no ha hecho sino perder apoyos continuados. Convergencia es hoy un proyecto agotado, que busca refundarse como sea cabalgando un proceso independentista que no controla, pero en el que ha conseguido presentarse como imprescindible en una huida hacia delante en permanencia. Ahí está la cuestión. Llevado hasta sus últimas consecuencias estratégicas, el trasfondo del debate sobre el President, a fin de cuentas, es muy claro: aceptar un marco que prolonga artificialmente el reinado de un maltrecho Mas en la política catalana o plantearse articular una mayoría de ruptura constituyente no dirigida por CDC. La primera opción supedita, aún involuntariamente, la cuestión social y la regeneración democrática a la independencia y disocia las esperanzas suscitadas, de forma desajustada y en sectores no siempre coincidentes de la sociedad, por el 15M y por el independentismo. La segunda busca re-acoplar los futuros bifurcados trazados por ambos movimientos dentro de una perspectiva en común.

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