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Fanáticos

Los comentaristas "expertos" del tenis son el ejemplo flagrante del sectarismo nacionalista más fanático. La final del campeonato de Montecarlo, el pasado 19 de abril, fue una vergüenza sin atenuantes. Para empezar, el match no fue entre Nadal y Djokovic, sino entre Rafa y "el serbio". Cuando Djokovic acusó un fuerte dolor de espalda, el comentario fue que "siempre que el serbio está en dificultades" apela a alguna falla física para cauterizar su moral herida. "Rafa", mucho más estoico, "muy excepcionalmente" se permite justificar tal o cual fallo invocando alguna flaqueza física, flaqueza en su caso, naturalmente, auténtica.
Por otra parte, si la bola de Djokovic caía fuera del campo, es que "el serbio muchas veces no puede con la maestría de Rafa"; mientras que, si la bola de Nadal corría igual suerte, era la bola, no "Rafa", lo que había fallado: "La bola se desvió fuera" y tonterías de esa índole.

Cada vez que Djokovic conseguía un ace, la exclamación era "qué lastima", mientras que un ace por parte de "Rafa" era "¡qué bien Rafa!", a menudo seguido de un "¡pero qué bien Rafa!" dicho con incremento de entusiasmo.

En un momento dado, Djokovic aplaudió una magistral volea de Nadal, algo que nunca hemos visto que haga Nadal. El aplauso no mereció comentarios.
Nadal no es muy dado a sonreír durante una partida. Su cara expresa la seriedad asesina del killer, por mucho que pueda cabrearse Djokovic consigo mismo por sus propios errores. Al final de la partida, Djokovic, sonriente, felicitó a Nadal pasándole el brazo sobre los hombros y dándole palmaditas en la barriga. Ni siquiera este gesto deportivo halló eco en la mirada amenazante de Nadal. Ni tampoco mereció el mínimo comentario de los "expertos".

En este sentido, conozco sólo tres personas que se toman a sí mismos tan en serio que dan risa: Eduardo Galeano, José Saramago y Rafael Nadal. Los tres demuestran una propensión a fruncir el ceño para denotar una gran preocupación personal. Suelen perder la mirada en el vacío para dar énfasis a su noble sentimiento
–Galeano por América Latina que se desangra, Saramago por la tragedia de la condición humana y Nadal por la supuesta importancia trascendental de su juego–. Los tres son tan fanáticos como quienes comentan su empeño. Es difícil, viendo actitudes tan poco "deportivas", no pensar en que a veces no son más que gestos de "relaciones públicas", dadas las sumas de dinero en juego. En todo caso, es indudable que esconden un afán poco deportivo de protagonismo.

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