Tiempo real

Hijosdeputa

Es digno de reflexión el hecho de que, según los damnificados, haya en el mundo tantos hijosdeputa –sea dicho con mis más sinceras excusas a las señoras que ejercen tan antiguo y respetable oficio–. Cada vez que alguien sufre un revés, la primera imprecación que suele oírsele es hijodeputa o hijosdeputa, sin que su interlocutor ni él sepan necesariamente a quién o a quiénes el epíteto ha de aplicarse. En un día normal de trabajo, el mortal común debe enfrentarse varias veces con situaciones enojosas, no siempre por culpa ajena y, entonces, a mitad de camino entre la disculpa y la propia justificación, lanza el expletivo sin reflexionar sobre su significado literal.
Las señoras invocadas en ello se han resignado a que su trabajo sea usado como supremo emblema denigrante, un uso tan difundido en todas las lenguas y latitudes que si obedeciera a una realidad social significaría que en el mundo hay muchas más putas que mujeres, o que mujeres y hombres juntos, lo cual es un sinsentido. Evidentemente, si toda la humanidad estuviera compuesta por putas, el calificativo sería un mero pleonasmo y perdería toda su fuerza. Ni todos los seres humanos lo son, ni el serlo implica nada con respecto a su progenie. En una palabra, el uso del término es abusivo en todos sus sentidos.

Es también curioso y digno de reflexión que tan escaso sea el uso de otros calificativos denigrantes, abundantes en nuestra lengua y semánticamente menos absurdos. Hijodesatanás, por ejemplo, hijodeperra o hijodetal, maldito, infame, despreciable, canalla, animal, puerco, infeliz, miserable, rufián, merdoso, para mencionar algunos de los más corrientes; pero también zascandil, pelafustán, gaznápiro, charrán, beocio, zanguango, sansirolé y muchísimos otros, pintorescos y de vieja alcurnia filológica.

Es, en definitiva, un signo de los tiempos. Porque, empezando por los medios de masa –recuérdense las famosas "anacletas" (por analectas) de Confucio, término repetidamente usado desde Beijing por un periodista durante los últimos juegos olímpicos, o el insistente "san Idelfonso" (por Ildefonso), del último gordo navideño, el "estanilismo" (por estalinismo) de una comentadora de los recientes hechos de Georgia, y las "dávidas" (por dádivas) que la gente tuvo a bien hacer en socorro de ciertas víctimas del clima–; y siguiendo por políticos, empresarios, gente del espectáculo, hasta ciertos escritores profesionales, cuya lengua está irremediablemente deformada por su adicción a la tele... ¡Serán hijosdeputa!

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