Tiempo real

Ciudades

Ciudad A: moderna, aunque conserva vestigios de viejas glorias, ensordecedoramente ruidosa, sembrada de atascos inextricables, calurosa, húmeda, populosa, desordenada, mezcla sorprendente de lo nuevo y rico con lo viejo y misérrimo, semioculta por una profusión incomprensible de todo tipo de pancartas, contaminada por la mala combustión de la gasolina, inmisericorde bajo el sol del verano, ostenta quizás la colección más notable de taxistas semianalfabetos, incapaces de leer correctamente un callejero, al que son reacios y para cuya lectura se resisten a calzarse las gafas. Es, no cabe duda, la típica ciudad española tal como el estereotipo ha sido acuñado y utilizado a lo largo de décadas de mal gobierno.

Ciudad B: moderna, también conserva vestigios de viejas glorias pero, como la ciudad entera, en medio de árboles frondosos. Es menos ruidosa que la ciudad A, puede vanagloriarse de que los atascos se resuelven en pocos minutos, es calurosa pero seca, populosa pero ordenada, no muestra casi nada de misérrimo aunque sí mucho de modesto, protege con algún atisbo de sabiduría sus perspectivas urbanas, goza de taxistas jóvenes que sólo saben de las calles gracias al GPS pero que ejercen su oficio con ganas y saben conversar y hasta callar. Es la típica ciudad catalana, tal como este estereotipo, a su vez, ha sido acuñado y cultivado a lo largo de las mismas décadas que la ciudad A.

La ciudad A, típicamente española, tiene una intensa vida social. La tuvo siempre. Los años pasan pero las relaciones, la red de amistades, el mosaico parece gozar de una permanencia sobrenatural. Como en cualquier colectivo humano, en cuatro décadas muchos viejos han desaparecido y su lugar ha sido ocupado por muchos jóvenes. Y sin embargo el dibujo es el mismo, como si obedeciera a alguna reglamentación tácita impuesta desde arriba por jefes desconocidos.

La ciudad B, en cambio, típicamente catalana, cuya vida social no es menos intensa, no parece aferrarse a ningún patrón tácito ni explícito. En ella, las reuniones nunca se repiten, los temas de conversación son fugaces, el paso del tiempo es veloz pero casi tangible, el dibujo nunca es el mismo y siempre hace falta un esfuerzo para descubrirlo y adaptarse.
Es doloroso constatar estas diferencias que propician prejuicios de lugar y de educación allí donde el entendimiento podría fructificar en una unión estrecha por encima de las fronteras.

Aunque parezca descabellado, la ciudad A es Barcelona y la B es Madrid. Puede experimentarse en una viaje de 24 horas.

Más Noticias