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Religión o cultura

Si los crucifijos que cuelgan de las paredes de las escuelas fueran obra, por ejemplo, de Miguel Ángel, quizás sería racional el alegato de los obispos por no descolgarlos. El dictamen judicial que ordena descolgarlos (por ahora en un solo centro y gracias a la denuncia de un solo padre) lo que quiere es que no se vulnere el principio de laicidad sancionado en nuestra Constitución. Pero la respuesta eclesiástica sostiene que un crucifijo es ipso facto parte de nuestra cultura, lo que no es racional sino radicalmente irracional.
La crucifixión es uno de los elementos dramáticos más significativos de nuestra civilización, y su historia, tal como la narran los Evangelios, ha dado pie a algunas de las máximas cumbres de nuestro arte occidental, desde las Pasiones de Bach a los grandes lienzos de Brueghel. No sería ciertamente yo partidario de descolgar de un aula objetos tan formativos como La procesión al calvario de Brueghel ni ninguno de los cientos de crucifijos pintados desde Duccio di Buoninsegna, atesorados hoy en los grandes museos.

Es verdad que no hay consenso cívico en cuanto al concepto de "cultura". Para los antropólogos y sociólogos, la cultura abarca no sólo el fruto del trabajo de los artistas y científicos sino todo lo que no es obra de Madre Natura –los usos y costumbres de la tribu, lo que comen, lo que visten, sus estructuras jerárquicas o de parentesco, su régimen de cortesía, sus horarios de sueño, sus instrumentos de caza y, también, tanto lo que pintan, cantan y bailan, su lenguaje y su sentido del humor, como lo que creen, ya sea su religión o sus supersticiones. (Y si no, que le pregunten a Claude Lévi-Strauss, que acaba de cumplir cien años).
Pero el común de los mortales entendemos esencialmente por "cultura" las artes y las ciencias. He visto muchos crucifijos en mi vida, desde las gigantescas obras maestras de Cimabue hasta los adefesios que venden los mercaderes en los templos –pasando por la imaginería de la época colonial y las cerámicas populares en venta en los alrededores de las catedrales–.
Por mi experiencia, lo que cuelga en las escuelas –como en los hospitales y en muchas oficinas públicas– son adefesios, torpes emblemas, horribles imitaciones cuya única pretensión es simbolizar la fe católica. Calificarlos como parte de la cultura es una barbaridad indigna de un obispo como Dios manda y, por lo que me atañe, soy partidario de descolgarlos todos, se encuentren en donde se encuentren (muy particularmente en las iglesias), ya que aun cuando no violan la Constitución son feísimos y corrompen el gusto artístico de la gente.

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