Todo es posible

Víctimas de sí mismas

Pensé que era una broma, una de esas inocentadas tan frecuentes en estos días, pero resulta que es verdad, que una moda absurda procedente de Japón se ha instalado en España. Me refiero a las adolescentes disfrazadas de muñe-
cas de porcelana, cubiertas con sombrillas de encaje, ataviadas con cancán y pololos, adornadas con lazos y puntillas, que reivindican la delicadeza femenina, la rancia estética de la época victoriana y la empalagosa feminidad rococó.

Se hacen llamar Lolitas, en las antípodas de la heroína de Nabokov, se quejan de incomprendidas y de que las juzguen con prejuicios. "Me molesta que piensen que somos tontas", declaraba una a este periódico. ¿Cómo calificar a un movimiento tan reaccionario?
Se ha demostrado que la moda no es inocente y que, en contra del tópico, el hábito sí hace al monje. No en vano, las radicales sufragistas británicas, que se manifestaban por las calles de Londres para reclamar su derecho al voto, quemaban los sujetadores como símbolo de la opresión femenina. El movimiento feminista ha luchado por despojar a la mujer de toda la moda que aprieta –desde los pies vendados de las chinas, hasta los corsés que simulaban las cinturitas de avispa– y cuando creía haber ganado, al menos, esta sutil batalla, se vuelve a enfundar la vestimenta más cursi y regresiva.
Hay mujeres que se cansan de progresar y, de vez en cuando, se entregan a la indolencia y la apatía. Como en los viejos tiempos, parece que a algunas adolescentes les divierte convertirse en víctimas de sí mismas. Quizá sea exagerado dar la voz de alarma por la aparición de una moda bobalicona y marginal, pero mucho me temo que, al margen de otras amenazas integristas, la reivindicación de las enaguas forme parte de un proceso regresivo generalizado.

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