Todo es posible

La vida de barrio languidece

Vivir en el centro de una gran ciudad tenía muchas ventajas. El quiosco de periódicos, el café de la esquina, la panadería, el mercado, la sucursal del banco y, sobre todo, el cine de barrio, estaban situados a un tiro de piedra. Y no sólo eso, la gente se conocía por su nombre, de modo que a los clientes se les fiaba en todas partes. El panorama ha sufrido un cambio radical. El café y la panadería pertenecen a una franquicia, cambian con frecuencia a los empleados del banco para evitar confianzas excesivas con los clientes, los mercados han perdido la batalla contra las grandes superficies y las salas de cine están en vías de extinción. Nos obligan a pasar por el aro del sistema self service y los servicios on-line, desde las gasolineras o el cajero automático a los trámites burocráticos. Me sugieren que no debo oponerme al signo de los tiempos, pues comprar por Internet también tiene sus ventajas: ahorra tiempo y dinero. Y, sobre todo, añado yo, puestos de trabajo. Muchos se preguntarán qué tiene de malo disminuir los costes de personal. Pues que ese ahorro no revierte en la bajada de precios de los productos, el aumento del salario de los trabajadores o la mejor atención al consumidor, sino, como se ha visto tantas veces, en un generoso reparto de beneficios.

No quiero dar por perdido el trato personalizado, el contacto humano, la charla de café, ver películas en compañía de cinéfilos, la conversación con los vecinos, en definitiva, la vida de barrio. Así que, en la medida de mis posibilidades, me resistiré a convertirme en una consumidora autosuficiente y en una espectadora aislada y solitaria. Me cuentan que en algunas ciudades estadounidenses hay un movimiento juvenil en defensa de las tiendas de barrio, las calles peatonales y la recuperación de los centros urbanos abandonados. Es una esperanza.

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