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Muros y cifras que rajan el Sáhara

Las vallas de Ceuta y Melilla, las concertinas de Hungría, el muro sionista en Palestina... Las fronteras inexpugnables que, a lo largo del mundo, coartan la libertad de movimiento de las personas contrastan con los grandes discursos globalizantes y las autopistas de libertad que encuentran mercancías y capitales. En la década de 1980 la religión del libre comercio lanzaba su cruzada planetaria y Occidente clamaba contra el muro de Berlín, pero unos y otros callaban mientras, en pleno desierto del Sáhara, Marruecos levantaba una barrera que, poco a poco, rajaba la colonia ‘no descolonizada’ española del Sáhara Occidental. Allí donde le ganaba un palmo de tierra al Frente Polisario, Marruecos levantaba automáticamente un muro. En total fueron ocho, construidos entre 1980 y 1987, que juntos terminaron dando lugar al actual muro de la vergüenza marroquí: una barrera artificial en la que se alterna arena, piedras, zanjas, alambradas, campos minados puestos de control y radares, además de destacamentos militares marroquíes cada cinco kilómetros.

Una barrera que divide el Sahara Occidental en dos partes asimétricas: al oeste, ocupado por Marruecos, casi dos tercios del territorio, las principales ciudades, la costa, con sus recursos pesqueros, y las rentables minas de fosfatos; al este, los territorios liberados por el Polisario, una barrera de desierto limítrofe con Mauritania y Argelia, sin apenas poblaciones ni recursos de ningún tipo. Con sus 2.700 kilómetros de longitud, es el tercer muro más largo del mundo, solo superado por el que se extiende entre Estados Unidos y México y el que separa India de Bangladesh. También es una de las zonas más minadas del planeta, con más de siete millones de minas anti-persona, anti-vehículo y anti-tanque colocadas por Marruecos a lo largo de todo el perímetro saharaui. Su mantenimiento le cuesta al Estado marroquí tres millones de dólares diarios, además de los 100.000 soldados desplegados de punta a punta. Un coste compensado en parte por los más de 300 millones de dólares que le aporta a Marruecos anualmente la comercialización internacional de las más de dos millones de toneladas de fosfatos extraídos en el Sahara ocupado.

Y como prueba de que en época de globalización ningún proyecto de semejantes características se acomete desde la autarquía nacional, Marruecos contó con importantes apoyos externos para ello, empezando por la financiación de Arabia Saudí, siguiendo por el asesoramiento técnico de Israel y terminando por el silencio cómplice de la comunidad internacional. El caso de Israel resulta paradigmático: en el diseño del muro marroquí aportó su expertise acumulado en la construcción de la Línea Bar Lev levantada entre Israel y Egipto, pero también afinó la técnica que posteriormente le permitiría construir el actual muro que encierra al pueblo palestino en su propia tierra. Cuando en los campamentos de refugiados le preguntamos a un grupo de saharauis por este paralelismo entre su caso y el palestino, su respuesta fue la siguiente: "Nuestra situación es, en muchos aspectos, aún peor: Israel al menos reconoce que está ocupando un territorio que no le pertenece y que retiene a presos del otro bando. Marruecos no.".

Miles de kilómetros, cientos de miles de soldados, millones de euros y dólares en construcción, mantenimiento y exportación del expolio. Cifras que contrastan con otras igual de relevantes y presentes en la realidad del pueblo saharaui: la misión de ACNUR (el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados) en los campamentos saharauis apenas cuenta con un presupuesto de nueve millones de dólares para atender a una población de más de 150.000 personas. Aunque estima que necesitaría en torno a 24 millones para poder cubrir todas las necesidades, este año ha visto cómo los fondos se reducían hasta los ocho millones. Algo parecido está ocurriendo con el Programa Mundial de Alimentos, también de Naciones Unidas. El resultado es automático: los 17 kilos mensuales que cada saharaui solía recibir se han reducido a 15 kilos, a lo que se suma una disminución en la variedad de alimentos ingeridos. Hoy la mitad de las mujeres embarazadas en los campamentos sufren algún tipo de anemia y la malnutrición asciende por momentos.

Por su parte, la MINURSO, misión de pacificación de Naciones Unidas desplegada desde 1991 en el Sáhara, cuenta con un presupuesto anual que supera los 60 millones de dólares y una plantilla de más de 200 personas. Cabe recordar que estas iniciales son las de la Misión de Naciones Unidas para la organización de un Referéndum en el Sahara Occidental. Un referéndum que no era más que la contrapartida y condición del alto el fuego. Pero tras 24 años, esa R cada vez suena menos. Algunos en los campamentos y territorios liberados se preguntan: "si no hay referéndum, ¿por qué va a haber entonces alto el fuego?"

Presupuestos, gastos, ingresos, exportaciones, soldados, euros, dólares, kilómetros, kilogramos... y años. Muchos años. 40 ya desde que Marruecos ocupara el Sáhara Occidental y 24 esperando una solución. Serían solo cifras e indicadores si no escondiesen personas, expolios y muertes. Sería solo un muro si no separase a un pueblo. Y la combinación de todo ello, sumado a la desconfianza y la frustración, genera un cóctel explosivo. Para que luego no nos sorprenda si finalmente explota.

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