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La crisis del proyecto europeo a un año de la activación del Brexit

A una semana de que se cumpla un año de la activación del Brexit, Bruselas y Londres han alcanzado un acuerdo sobre el periodo de transición de casi dos años una vez que Reino Unido abandone la UE el 29 de marzo de 2019. En ese período, Londres no participará en la toma de decisiones en la UE, pues ya no será un Estado miembro, pero sí mantendrá el acceso al mercado único y la unión aduanera. Sobre los derechos de la ciudadanía, el acuerdo contempla que aquellas personas que lleguen al Reino Unido durante este período transitorio, tendrán los mismos derechos y garantías que aquellos que llegaron antes.

Mucho se habla de cómo quedarán los acuerdos comerciales o la unión aduanera. Sin embargo, desde Podemos siempre hemos defendido que deben ser los derechos de la ciudadanía los que estén en el centro de los acuerdos y las negociaciones, unos derechos que no pueden ser "transitorios". No podemos priorizar el libre comercio y libre circulación de capitales, por encima de los derechos sociales y políticos de las personas que ya viven o están por llegar a Reino Unido. Por ello, defendemos una política económica y comercial que ponga la vida, los derechos humanos y la protección ambiental en el centro. Apostando por la justicia social y la cooperación en una futura relación con el Reino Unido.

Para entender las prioridades tanto de la UE como del Reino Unido en las negociaciones del Brexit, a un año de la activación del artículo 50 del Tratado de Lisboa, es necesario comprender cómo el Brexit no solo es consecuencia de la emergencia de fuerzas reaccionarias en el Reino Unido, sino también de una crisis profunda del proyecto europeo que necesita repensarse desde la raíz. No es por tanto el comienzo de una crisis en la UE, sino más bien el síntoma mórbido de la más profunda crisis sufrida por el proceso de integración europea desde su inicio a comienzos de los años 1950.

No podemos olvidar que fue el gobierno de Cameron quien decidió responder a una crisis provocada por el sector financiero con los mayores recortes sociales que se recuerdan en décadas: instauración de los contratos de cero horas, subida exponencial de las tasas universitarias, privatización de la sanidad y otros servicios públicos, reformas laborales draconianas y otras medidas que cargaron las consecuencias de la crisis sobre las espaldas de las mayorías sociales que no la habían provocado, aumentando el malestar y la desilusión social, especialmente entre la población de las regiones más deprimidas.

Fue también Cameron, y especialmente su entonces ministra del Interior y ahora primera ministra británica Theresa May, quienes durante todos estos años apostaron por una política de racismo institucional: impedimentos a la libre circulación de personas con nacionalidad comunitaria, recortes en el derecho al asilo, dificultades para el reagrupamiento familiar para cónyuges extranjeros de personas británicas con pocos recursos, estigmatización de las personas migrantes, a quienes se culpa de los males de la crisis financiera, en un claro ejemplo de populismo xenófobo y punitivo que exime de paso de toda responsabilidad a las élites financieras y bancarias de la City.

La crisis política del proyecto Europeo tuvo en el rechazo, también en referéndum, de la propuesta de Constitución Europea en Francia y Holanda sus primeros síntomas. Expresiones de un rechazo popular al modelo de integración europea que no solo fueron desoídas desde las instituciones y élites europeas sino que por el contrario aceleraron el paso de las reformas estructurales del tratado de Lisboa con la máxima de mejor decretar que preguntar.

Desde el giro neoliberal de la UE sentenciado en el acuerdo de Maastricht, la desigualdad no ha parado de aumentar, acelerándose de forma vertiginosa con la crisis económica y las políticas de ajuste estructural. Así la pobreza al igual que la migración se construyen como enemigos, pero el objetivo no es tanto acabar con la pobreza como acabar con los pobres. De esta forma, hemos pasado de atender la pobreza desde la extensión del Estado social a combatirla desde la profundización de un Estado policial que estigmatiza y criminaliza a las personas empobrecidas. Ante la imposibilidad de solucionar la inseguridad derivada de las políticas de ajuste y austeridad, de la precarización del mercado laboral y de la pérdida de derechos y prestaciones sociales, se problematizan fenómenos sociales como la migración o la pobreza. Las políticas de austeridad de la UE están construyendo un imaginario de "escasez" que fomenta un mecanismo de exclusión y una guerra entre pobres que canaliza el malestar social en su eslabón más débil (el migrante, el extranjero o simplemente el "otro"), eximiendo así a las élites políticas y económicas responsables del expolio.

En la última sesión plenaria en la Eurocámara, se volvió a votar una resolución acerca del estado de las negociaciones UE - Renio Unido. El momento actual es bastante comprometedor para las negociaciones que parecen encallarse en diversos puntos. Para nosotros es fundamental evitar que el Brexit se utilice para desregular aún más el sector financiero y aumentar la competición fiscal a la baja ya de por sí muy preocupante en Europa. Así mismo los derechos de los trabajadores transfronterizos deben de estar en el centro del debate, al igual que las ayudas para poblaciones especialmente afectadas como el campo de Gibraltar. En función de los términos en los que se focalicen y finalmente se concluya las negociaciones, su desenlace puede ahondar en los problemas del actual proyecto europeo, del que el Brexit en uno de sus síntomas más palpable.

Porque la UE tiene hoy un plan que poco o nada se parece en la práctica a sus mitos fundacionales. Un plan que engendra monstruos y reaviva viejos fantasmas. Ya sabemos cómo terminó aquella historia. Cuando la austeridad se convierte en la única opción político-económica de unas instituciones alejadas de los intereses de la ciudadanía, esta UE realmente existente se vuelve un problema para las mayorías sociales y construir una Europa diferente emerge como la única solución a la deriva que vivimos. Por eso un cambio de rumbo no solo es posible o deseable, sino que resulta urgente y necesario, un cambio de rumbo que pasa por construir un proyecto europeo que recupere las raíces democráticas del antifascismo partisano, de la solidaridad, la paz y la justicia social. Un proyecto europeo del que no se excluya y expulse a nadie, un proyecto del que nadie quiera irse. Esta es la tarea que hoy más que nunca se torna imprescindible.

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