Tomar partido

Cuatro años de Podemos, ni un segundo que perder

Hoy se cumplen cuatro años de Podemos. Cuatro años de aquel manifiesto "Mover ficha" que inició una aventura política extraordinaria, contradictoria, intensa, desbordante. Cuatro años de disputa abierta con el Régimen, sus partidos y poderes fácticos. Cuatro años tratando de recoger el impulso de la calle y patear el tablero político. Cuatro años que han dado para mucho. También para la propia transformación de Podemos.

Mucho se habló durante nuestros primeros meses de vida de la "hipótesis populista" y del efecto novedad de la "nueva política". Pero siempre hubo dos condiciones previas que pasaron más desapercibidas: la sensación de desborde, con la gente haciendo política sin esperar a nadie, la auto-organizacion popular, creando y animando Círculos aun cuando no existía una estructura de partido formal, lanzando propuestas, echando raíces en sus territorios en un proceso de empoderamiento popular que venía directamente del espíritu del 15M; y, por otro lado, el efecto sorpresa, esa "guerra relámpago" que buscaba pillarles con el pie cambiado antes de que "nos tomasen la medida". Algunos criticamos entonces que poner todos las energias en un asalto institucional fulgurante, renunciando a una complementaria construcción interior y periférica en paralelo más pausada y sólida, corría el riesgo de debilitar los pilares de ese "cambio político" en marcha. Hoy ya nadie duda en Podemos de que la "máquina de guerra electoral" por sí sola no bastaba.

Constatar esta insuficiencia no es solo una cuestión ideológica, sino también de pura táctica política. En este tiempo, el Régimen se ha recompuesto en parte del golpe inicial, ha generado sus propios antídotos, desde Pedro Sánchez a Ciudadanos, pasando por Felipe VI. El contraataque hace tiempo que está en marcha. El Régimen se defiende atacando. Intenta cerrar por arriba una crisis mientras muerde a quienes siguen señalándola como lo que es: una herida abierta. No les pongamos fácil devolvernos los golpes.

Más allá del agotamiento casi "natural" de todo efecto novedad pasado un tiempo (y en estos tiempos que corren, cuatro años es mucho tiempo) y de la artillería desplegada por los de arriba, hay hoy dos peligros más endógenos que deberían preocuparnos: parecernos al resto de partidos y dejar de ser una herramienta de ruptura. Queríamos mover ficha y en apenas unos meses pateamos entero el tablero político. Y en gran medida lo conseguimos porque no nos parecíamos a los demás partidos ni en las formas ("ni en los andares", como suele decir Teresa Rodríguez) ni en las ganas de ser un nuevo pilar del Régimen.

Pero la impugnación ya no basta. Aquel "que se vayan todos" sigue siendo hoy una condición necesaria, sí, pero no suficiente. Porque claro que no ser "un partido más" implica, entre otras cosas, no compartir programa con quienes quieren cambiarlo todo para no que no cambie nada, quienes quieren un "cambio tranquilo" para que los de arriba sigan tranquilos. Pero la mejor forma de no parecernos a "la casta" es parecernos por dentro y por fuera al cambio que queremos ver y para el que queremos ser una palanca más dentro de una amplia caja de herramientas. Toca hacer bandera de propuestas programáticas que sean a la vez de ruptura y de mayoría, al mismo tiempo inasumibles por los de arriba y sentidas como necesarias, lógicas y propias por las y los de abajo. Algunas ya estaban en aquel primer programa de las Europeas de 2014 (auditar la deuda ilegítima, nacionalizar sectores estratégicos como la energía, la renta basica, etc.); otras tocará seguir explorándolas, caminando escuchando, con mil pies en las calles y los ojos bien abiertos.

La ilusión se recupera echando raíces en el territorio, anclándonos en las luchas sociales respetando su autonomía, aterrizando en los barrios, en la vida cotidiana de las clases populares, en lo ordinario que construye el cambio de base. Y ahí no valen atajos ni son suficientes los artificios gramaticales. Militancia, calle, barrios, pueblos, organización, movimiento, desborde. Palabras todas que se conjugan pausadamente, fuera del marco de la "excepcionalidad" y de las grandes astucias y cálculos electorales, lejos de los focos mediáticos y de las alfombras institucionales, pero que se articulan con ellas. Porque los grandes cambios a lo largo de la historia han venido de la combinación de lucha social y acción política. Y porque una revolución no se mide por sus objetivos ni tan siquiera por sus resultados finales, sino por los procesos que genera, por el movimiento real que provoca. ¿Acaso hay algo más revolucionario que la gente haciendo política sin esperar a nadie?

El cambio político y social, cuando es transformador, tiene más de profano que de épico. Es cierto que vende peor en televisión y redes sociales, pero aquí no vinimos a mercadear, sino a cambiarlo todo. Por eso necesitamos un Podemos tan impugnador como propositivo, con los pies en el barro y la mirada en los cielos. Trabajando con otros actores para generar instituciones de clase autónomas, auto-organización popular y recuperar el desborde ciudadano. Este puede que sea uno de los principales retos de que tiene Podemos en el próximo periodo para no convertirse ni en un partido "relámpago" ni en un partido más que caiga en la tentación de la auto-moderación que nuestros adversarios nos quieren imponer.

Un Podemos tan ilusionante para las de abajo como amenazante para las de arriba. Un Podemos útil y humilde, que se sienta pieza fundamental de un engranaje plural de transformación, pero que asuma que, afortunadamente, no está solo. Ingredientes todos para cocinar un antídoto contra el veneno del "no se puede" que cada día intentan inocularnos los voceros del Régimen.

Hace cuatro años las incertidumbres eran enormes y los retos mayúsculos. Hoy no lo son menos. La mejor manera de que no nos tomen la medida es no vestirnos como ellos ni aparecer por sus salas de fiesta privadas si no es para decirles que se vayan y abran las puertas de par en par. Cuatro años de Podemos. Siete años de indignación. Diez años de crisis del capitalismo financiarizado. Ni un segundo para la nostalgia, la complacencia o el victimismo mientras sigan desahuciando a personas de sus casas, mientras millones sufren la pobreza más severa, mientras miles mueren en nuestras costas buscando un futuro mejor. Nacimos para mover ficha, patear todo el tablero y cambiar las reglas del juego. Y en esas seguimos, cueste lo que cueste. ¡Que nunca se nos olvide!

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