Tomar partido

Wall Street contra Ocasio-Cortez

En medio de unas revueltas sociales y antirracistas históricas, este martes concluye una batalla política fundamental en las primarias demócratas:  Alexandra Ocasio-Cortez (AOC) se juega su reelección como candidata por el Distrito 14 de Nueva York al Congreso de Representantes.

AOC fue una de las grandes sorpresas en las últimas legislativas de 2018: no solo se convirtió en la congresista más joven de la historia de EE UU, sino que lo hizo ganando con un amplísimo margen de votos a Joe Crowley, quien llevaba nada menos que 20 años en ese puesto. Pero además, AOC ganó gastando 18 veces menos que Crowley en la campaña, lo cual no es un dato menor ya que aquellas elecciones legislativas y a gobernadores de Estado se convirtieron en una carrera desaforada por recaudar y gastar dinero, batiendo todos los records (hasta un 35% más que en las de 2014, que ya habían sido históricas en ese sentido).

Una deriva de la política estadounidense con claros rasgos tendenciales: cada ciclo electoral hay más dinero circulando e influyendo sobre las candidaturas, sus campañas y las posibilidades de victoria de cada cual. Y es que la mayoría de los estudios muestran que en un 90% de las ocasiones, gana la candidatura que más gasta. AOC fue un caso de ese otro 10%. Mucha menos financiación y la mayoría procedente de pequeños donantes, lo cual supone otra contra-tendencia, porque según David Edward Burke (fundador de Citizens Take Action), en aquella campaña de 2018 las y los pequeños donantes apenas supusieron el 16% del total.

Basta con echar un simple vistazo a la lista de mega-donantes individuales de aquella campaña para observar una tendencia que no deja lugar a dudas. En total, hubo cerca de 100 donaciones que superaron el millón de dólares y más de 1.000 por encima de los 100.000 dólares. Los 100 mayores donantes individuales apenas representaron un 0,2% del total de financiadores, pero aportaron el 79% de todo el dinero recaudado. Y ajustando aún más esa minoría asimétrica, vemos que una pequeña élite del 0,42% de los donantes más ricos fue responsable de financiar el 70% de toda aquella campaña electoral. Tan a contracorriente fue AOC que no solo consiguió ser elegida gastando muchísimo menos que su oponente y financiándose con pequeñas aportaciones, sino que además centró buena parte de su campaña en criticar precisamente la influencia del "big money" y del poder corporativo en la política estadounidense.

Pero los millonarios no solo financian campañas donando dinero. También se presentan ellos mismos como candidatos. En las elecciones de 2018 se batió otro récord: nunca antes se habían presentado  tantos millonarios directamente como candidatos, utilizando en la mayoría de los casos sus propias fortunas para sufragar parte de sus campañas. Una tendencia que viene de lejos pero que indudablemente potenció y popularizó el propio Trump cuando, en la campaña de 2016, afirmó: "Yo no necesito el dinero de nadie. Yo estoy usando mi propio dinero. Yo no necesito lobbys. Yo no necesito donantes. No me importa. Yo soy realmente rico".

Esta triple tendencia de aumento exponencial de los gastos de campaña, predominio de los mega-donantes y auge de los candidatos millonarios supone una auténtica vuelta de tuerca en el proceso de oligarquización de la política norteamericana. Una tendencia que restringe aún más el acceso a la participación y representación política. Pensemos si no qué oportunidad tiene cualquier trabajador o trabajadora corriente para enfrentarse electoralmente a un multimillonario que puede auto-financiarse su campaña, acceder a medios de comunicación y/o granjearse el apoyo de las poderosas fundaciones o lobbys que, en muchos casos, ya controla antes incluso de lanzarse a la aventura electoral. Es justo ahí donde reside parte de la importancia simbólica de la victoria de AOC: una camarera de Queens que se enfrentó y ganó no solo al candidato republicano sino también a esa oligarquización tendencial de la política norteamericana.

Desde que en 2018 el Partido Demócrata recuperara la mayoría en la Cámara de Representantes del Congreso, una de sus prioridades ha sido una reforma legislativa para endurecer las leyes de financiación de campañas electorales que reduzca así la influencia del dinero corporativo y los lobbies. Un ley impulsada y popularizada por la propia AOC que, gracias en parte a una ingeniosa intervención parlamentaria, consiguió  que apenas cinco días después de su difusión acumulase más de 37,3 millones de visualizaciones en Twitter, convirtiéndose en el contenido protagonizado por un político más visto en toda la historia de esta red social. Un vídeo donde demostraba hasta qué punto el sistema político "está básicamente roto" y cómo la corrupción es hoy perfectamente legal en la política estadounidense.

A lo largo de su mandato, AOC se ha convertido en una de las políticas más populares y en la principal antagonista con la extrema derecha de Trump. Pero además, desde la emergencia de fuerzas como Democratic Socialists of America (DSA) ha planteado reformas estructurales que van mucho más allá de lo admisible por el establishment demócrata. AOC ha contribuido a popularizar un socialismo democrático con audiencia de masas que podría llegar a ser el germen de una alternativa tanto al trumpismo como al extremo centro neoliberal de los aparatos demócrata y republicano.

Y, claro, esto le ha granjeado tantas simpatías populares como poderosos enemigos, como se esta comprobando en las primarias demócratas que se celebran estos días en el distrito 14 de Nueva York. Una parte del aparato del Partido Demócrata está apoyando a su principal rival, Michelle Caruso-Cabrera. Ex corresponsal y colaboradora de la cadena de televisión CNBC, hasta 2015 estuvo inscrita en el Partido Republicano, declarando abiertamente que Ronald Reagan, el mayor exponente de la revolución conservadora, era su presidente favorito. Porque para muchos demócratas cualquier candidata es preferible antes que lo que representa AOC. Algo parecido a lo que ya vimos con la candidatura de Bernie Sanders, donde el aparato demócrata parecía sentirse más amenazado por sus propuestas sociales que por una victoria de sus rivales republicanos.

Pero el mayor enemigo de AOC no solo lo tiene en casa, sino también en las mismas entrañas del poder corporativo: Wall Street le ha declarado la guerra a la diputada de Queens. El portal de noticias económicas Business Insider publicitó hace unas semanas los nombres de los macro donantes de la campaña de Michelle Caruso-Cabrera, entre los que destacaban altos directivos de Wall Street como el CEO de Goldman Sachs, David Solomon, el multimillonario gestor de fondos de cobertura, Paul Tudor, o el CEO de Blackstone, Stephen Schwarzman. Todos ellos han contribuido con miles de dólares en un intento de que AOC no gane las primarias este martes.

La propia Ocasio lo denunciaba hace unos días en sus redes sociales: "Los CEOs de Wall St. y los grupos de presión están inundando mi distrito con millones de dólares justo antes de las elecciones del martes. Es un poco halagador, en realidad: no me apuntarían si no fuera efectivo".

Y acompañaba esta denuncia de una reafirmación de su otra manera de hacer política, traducida en la práctica en el carácter popular de la financiación de su campaña: "La donación promedio para mi campaña es de unos 24 dólares. Todos los días la gente ha hecho de mi candidatura una posibilidad desde el primer día. Para eso trabajo, ahora y siempre. Estos multimillonarios están locos por haber encontrado algo que no pueden comprar".

 Este martes 23 de junio, en las primarias demócratas de Nueva York, no asistiremos a una votación más: veremos una auténtica batalla contra el poder corporativo y la oligarquización de la política norteamericana. Este martes se decide entre la influencia del "big money" de Wall Street y el empuje del socialismo democrático de AOC.

¡Adelante compañera!

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