Lo de "el final de ETA", a fuerza de repetirlo, se había convertido ya en un lugar común. Son muchos años, pero sobre todo en los últimos meses, de oír a unos y otros exigir el final de ETA, vaticinar el cercano final de ETA, o condicionar tal o cual cosa a cuando se produjera "el final de ETA". Todos usaban la misma expresión, pero no siempre quería decir lo mismo, y ahí ya entrábamos en el terreno de las preferencias y deseos.
Algunos, al decir "el final de ETA", fantaseaban con la victoria policial total, la imagen del último etarra sobre la Tierra detenido, y que no quedase nadie ni para levantar la bandera blanca. Un final tan inverosímil como el que otros soñaron alguna vez, con un adiós de ETA que equivaldría a la consecución de sus objetivos, una Euskadi independiente y socialista, sea lo que sea tal cosa, en la que ETA se despediría por innecesaria entre vítores.
Entre un final y otro, entre las dos posturas maximalistas e inverosímiles, una mayoría esperábamos que el final sería algo como lo que finalmente ha sido: un vídeo tan sórdido como todas las anteriores producciones televisivas de la banda; un comunicado pomposo y en el que, entre tanta maleza retórica, sólo hay una expresión con sentido ("cese definitivo"); un adiós sin épica, por agotamiento, para el que no hay adorno ni sobreactuación suficiente como para disimular lo evidente, lo que hasta el abertzale más iluso no podrá negar: que este final, sin ser el soñado por los fantasiosos de la derrota policial pura y dura, no es tampoco un punto intermedio entre los dos finales extremos posibles (la derrota total o la victoria total), sino que, por muchos paños que le pongan, se parece demasiado a una derrota: la de una banda que se va por la puerta de atrás, sin haber conseguido ni uno solo de sus objetivos, después de chuparse años de cárcel por varias generaciones, y acumulando la izquierda abertzale un retraso de décadas en sus postulados políticos, por los años que ha perdido en una lucha inútil, y por los años que tardaremos todos en dejar de reprocharle el sufrimiento causado. Hasta nunca.
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