Traducción inversa

El futuro (y el fango)

  Vivimos un tiempo extraño y magnífico, y sólo hay que asomarse a las páginas de ciencias de los periódicos para sentir un vértigo que se constituye en una permanente perplejidad. Se anuncian –si no son ya realidad- milagros que informarán la vida humana como un conjunto continuado de prodigios, algo que convertirá a Jesucristo caminando sobre las aguas en una amable escena costumbrista.

  Sólo en el terreno de la nanotecnología, por ejemplo, dicen que se podrá introducir partículas magnéticas microscópicas en los tumores cancerígenos para inducir el suicidio de las células malignas. Y eso sólo es el principio. Luego vendrán las partes del cuerpo artificiales, las pieles inteligentes, las prendas de vestir conectadas a internet o las nanopartículas magnéticas capaces de potabilizar aguas contaminadas.

  En el otro extremo de la balanza –que es como decir en el otro extremo del periódico-, sin embargo, continúan apareciendo noticias de hombres que asesinan a sus mujeres porque éstas han dejado de quererlos, adolescentes que violan niñas o niños y que se emborrachan hasta el coma un sábado por la noche, o tipos que venden a su madre por cinco pavos. Pensaba que era una tragedia tener una esperanza de vida tan corta si nos quedan tantas maravillas por ver, pero quizá la pregunta correcta es si todos los avances científicos sirven de algo cuando el cerebro humano continúa funcionando con los mismos torpes impulsos ancestrales.

  Quizá la evolución sólo es un espejismo y seguimos siendo, en el fondo, reptiles con un ojo en el telescopio y el otro vigilando el fango, siempre vigilando el fango.

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