Traducción inversa

¿Cuál es el plan B?

  España ha ganado el mundial y Catalunya ha quedado reducida, por mor del Tribunal Constitucional, a una aldea gala de más de 7 millones de habitantes. ¿2-0? Mirémoslo de otra manera. Si no se soluciona el conflicto de legitimidades –la restrictiva observancia jurídica central contra la voluntad democrática de los catalanes- en el próximo mundial España podría verse obligada a participar sin ningún jugador del Barça. ¿Quién marcaría entonces los goles? O, lo que es lo mismo, ¿quién pagaría los ordenadores extremeños y las autopistas castellanoleonesas sin el esfuerzo fiscal de los catalanes?

  España tiene que decidir si quiere seguir conservando a Catalunya en su mapa. Para muchos españolitos de a pie sería una tragedia tener que renunciar a un dibujo mental interiorizado desde niños: los límites inequívocos de su única realidad. Pero si el sentimiento independentista crece porque desde la Meseta sólo llegan mensajes de desprecio y de odio, algún día un presidente del Gobierno puede verse en la tesitura de tener que enviar al Ejército para que penetre en Barcelona por la Diagonal, como en 1938, y eso sí que será una crisis.

  Si lo que se pretende es que Catalunya se sienta cómoda en España habrá que respetar su profundo sentimiento nacional, el derecho de su lengua a ser hegemónica en su propio territorio y también el de poder intervenir positivamente en la organización de su economía o de su judicatura. Y si para eso hay que cambiar la Constitución, pues manos a la obra. De momento, todo va mal. Con las leyes actuales -¡o con sus intérpretes!- Catalunya se asfixia. Entonces, ¿cuál es el plan B?

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