Traducción inversa

Los claroscuros del AVE

El viajero que estos días recale en el flamante AVE Madrid-Valencia haría bien –sobre todo si su punto de partida es esta última ciudad- en aprovechar la hora y media del viaje para leer el libro España, capital París (Destino), del catedrático y ex diputado socialista Germà Bel.

Se explica en esas páginas cómo la política de transportes del Estado se ha regido, desde el siglo XVIII hasta ahora mismo, por criterios políticos (la obsesión jacobina), y no de estricta eficiencia económica. Solo un análisis desapasionado –es decir, no triunfalista- permite darse cuenta de un pequeño detalle: 18 años después de la puesta en marcha de la alta velocidad local, ninguna de sus líneas nos conecta aún con Europa. Con la línea Madrid-Valencia, se ha vuelto una vez más a cometer el mismo error que con Madrid-Sevilla (Felipe González) o Madrid-Valladolid (José María Aznar). Madrid, por supuesto, tiene ahora un sistema fantástico para succionar empresas a la periferia y transportar turistas que ya no necesitan pernoctar en sus destinos, pero eso es todo. No me gusta ser aguafiestas pero, de la panoplia de sonrojantes milagros que se le atribuyen, lo que conseguirá el nuevo AVE con seguridad es reforzar la radialidad de las comunicaciones. Y, sin embargo, no parece lógico que las comunidades del Mediterráneo, que generan el 50% de las exportaciones españolas, no dispongan de alta velocidad para pasajeros y mercancías en ruta hacia Europa.

El único y primordial AVE lógico hubiera sido la conexión Madrid-Valencia-Barcelona-Francia. Lo demás son alardes de nuevo rico y no parecen tiempos para tanta pólvora inútil.

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