Traducción inversa

Inútil alegato antitaurino

Esa foto del lunes, con cientos de activistas semidesnudos y ensangrentados que protestaban en la explanada de Las Ventas contra el maltrato a los toros, debería hacer  mella en una parte de la opinión pública española, pero me da la impresión que ésta no se ha visto conmovida en absoluto. Con la cuestión taurina pasa como con muchos otros asuntos en este país: todo el mundo parece tener una idea previa, y no hay manera de sacar a nadie de ahí. Amparados en los ribetes ancestrales de la llamada fiesta nacional, los pro taurinos están convencidos de que lo que pase con el toro de lidia dentro de los márgenes del ruedo no concierne a nadie más que al torero y a su público. Pero no es sólo el ruedo: como una sangrienta metástasis, el toro es perseguido por doquier, y no hay fiesta de pueblo, de barrio o de pedanía donde unos mozalbetes con el moco colgando no se crean con derecho a repartir vergazos contra animales que pueden ser fieros, pero que sometidos a la inclemencia festiva de tantos desalmados no dejan de convertirse en patéticas criaturas dignas de mejor suerte.

  Por lo demás, no me creo nada todas esas mandangas que hablan de arte para referirse a un episodio más de la infinita crueldad humana contra todo aquello que se considera domeñable. Puede haber arte incluso en el asesinato, qué duda cabe (hay que releer, en este punto, al siempre simpático Thomas De Quincey), pero la brutalidad en el trato a los animales –o a la naturaleza- es un síntoma inequívoco de decadencia de lo humano.

  Venga la Feria de San Isidro y venga otra vez el salvajismo institucionalizado. Un poco de vergüenza propia tampoco estaría de más.

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