Traducción inversa

Por una ética de la memoria

Estos ingentes problemas judiciales que está encontrando la sagrada labor de recuperar los cadáveres sepultados en las cunetas del franquismo, convierten de nuevo a España en una obscena excepción contra la Europa de la Memoria surgida en 1945. Yo comprendo que una guerra civil, con su caldo de odios personales, familiares y vecinales, no es un terreno proclive al consenso sereno entorno de las consecuencias más brutales de la contienda. La moral, sin embargo, no puede ser una bandera de conveniencia. Excusarse en los crímenes de los incontrolados en el bando republicano para tejer un pesado manto de olvido sobre los desmanes del fascismo es una canallada indigna de cualquiera que se considere demócrata (con toda la carga de decoro que pueda haber en esta definición).

  Como siempre, hay ejemplos que son imperecederos. Hace poco Edicions 62 publicó las memorias completas de Moisès Broggi, un médico burgués ya centenario, nacido en la parte alta del Eixample de Barcelona, que no dudó en colaborar con el ejército leal, a pesar de sentir en su propia clase la mordida de la bestialidad anarquista. En sus propias palabras: "En el lado republicano, los asesinos actuaban aprovechando la falta de autoridad que había provocado la rebelión militar y los criminales siempre fueron considerados como tales. En cambio, en el lado franquista no sólo no eran condenados ni criticados, sino que muchos fueron elevados a categoría de poder, y durante cerca de medio siglo no se pudo hablar ni de ellos ni de las atrocidades que cometieron".

   ¿Para cuándo una ética de la memoria a la altura de nuestra intransferible dignidad?

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