La trama mediática

La fiesta nacionalcatólica

Empiezo a sospechar que Juan Manuel De Prada no habla ni escribe para los espectadores, oyentes y lectores de los setecientos medios donde hace sus deposiciones, sino para ustedes, que acceden a ellas en segundas nupcias en esta columna. Aquí les traigo la última -a estas alturas, seguro que ya superada-, tal cual la coseché de su columna de ABC. Viene a decir que lo que les pasa a los antitaurinos es que son una panda de ateos y/o creyentes de cualquiera de las religiones no verdaderas: "Los toros sólo son comprensibles desde el genio católico, que es el único capaz de concebir una religión donde cuerpo y alma vayan juntos de la mano, paseándose con toda naturalidad entre el más acá y el Más Allá".

Ya lo saben: después de los partidarios de la reforma de la ley del aborto, serán excomulgados los refractarios a la casquería sobre arena. Todo es cuestión de que Rouco, Martínez Camino o el adelantado de la fe Munilla descubran las psicodélicas tesis de Prada. Ahí les va otra dosis: "La religión católica afronta la pujanza de la muerte con gallardía, porque cree en la resurrección de la carne; y por eso el genio católico se toma la muerte muy en serio, tan en serio que la expone a la luz del sol en su cruda realidad dramática -desnudo redondel de arena-, pero a la vez muy en broma, tan en broma que la viste de domingo".

La unidad de España, cosa de cuernos

Al quite -y nunca mejor dicho-, aparece Jon Juaristi también en ABC para añadir otra virtud del llamado arte de Cúchares: es la única argamasa que une los pedazos rotos de la patria. En realidad, dice que los unía. Y, cómo no, también mete por medio la iconografía católica. Lean: "Lo único que sostuvo la identidad moral española durante varios milenios fue el hecho de que hasta en Bermeo se organizaran becerradas por las Magdalenas. La más miserable de las aldeas patrias tenía un espacio reservado al culto colectivo del valor y la muerte. Pero ni una lancha merlucera salía del puerto sin dedicar una salve a la Virgen de Begoña y un recuerdo emocionado a la última faena de Lagartijo". Ya sería menos.

Termino con un chupito de metílico destilado por Fernando Sánchez-Drago en El Mundo. Seguro que a la tripulación del Alakrana le encanta: "Tenía envidia de los secuestradores y de los secuestrados. Los unos y los otros corrían aventuras. Casi imposibles son éstas en el mundo de hoy, tan ordenado, controlado y maniatado. ¿Hay algo mejor que una situación límite?"

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