Un paso al frente

¿Y si al final ganaron ellos?

Ha pasado algo más de una semana desde el estallido del caso Zaida y parece que las aguas vuelven a su cauce. Se trata, desde luego, de un acontecimiento histórico para aquellos que vivimos bajo el yugo de esta dictadura llamada Fuerzas Armadas en la que no existe el más mínimo respeto a los derechos humanos y es casi un milagro conseguir justicia. Esta semana, quizá por primera vez en nuestra historia reciente, muchos militares creímos posible un cambio y recuperamos la esperanza. Sin embargo, ¿cuáles han sido las consecuencias de esta enorme riada?

Al analizar el caso en profundidad, lo cierto es que el ministro de Defensa, D. Pedro Morenés Eulate (al que el New York Times relaciona con las bombas de racimo arrojadas en Libia), fue conocedor del suceso y sigue en su puesto sin dar sensación de haber sufrido en exceso, tal vez un ligero movimiento y poco más.

El JEME, D. Jaime Domínguez Buj, que consintió tanto el acoso sexual inicial (ascendió al teniente coronel Lezcano-Mújica y le otorgó el mando de una unidad cuando podría haberle cesado en funciones, algo que sin ir muy lejos sufrí yo a las tres semanas de publicarse la novela Un paso al frente) como el acoso laboral que le siguió (ascendió al general Pardo de Santayana y no tomó medida alguna contra el coronel Roberto Villanueva Barrios, que también sigue realizando sus funciones con total normalidad), ni ha sido cesado ni se espera tal circunstancia.

Todos aquellos que participaron y fueron cómplices del atropello que sufrió Zaida Cantera de una u otra forma (el coronel Andrade Perdrix o el coronel Vicente Brines Bernia son señalados de forma directa en la sentencia como conocedores de los hechos y al teniente Santana se le atribuye la pintada "Zaida no vuelvas") siguen en su puesto sin el más mínimo problema (incluso han ascendido desde los hechos producidos y algunos han sido condecorados).

Todos aquellos, que fueron muchos, que señalaron en el juicio tener miedo de Zaida (¿cómo se puede tener tan poca vergüenza?), afirmaron no recordar nada o dieron una versión sospechosamente similar, también siguen viviendo sus vidas como si nada hubiese pasado.

En toda esta historia la única persona que no continúa con su vida es Zaida Cantera (y su marido).

Más allá del ruido mediático, la conclusión que pueden —o podemos— extraer las muchas Zaidas que hay en el Ejército es que hemos perdido y ellos han vuelto a ganar. El mensaje de la brutalidad con la que el Ejército se ha despachado con Zaida Cantera ha quedado más que claro para cualquier otra persona que tenga la tentación de denunciar públicamente lo que le sucede, mientras que también es evidente que todos aquellos que han tenido algo que ver con su acoso sexual y/o laboral siguen como si aquí no hubiera pasado nada (quedan pocos meses para que el coronel Lezcano-Mújica se reintegre a las Fuerzas Armadas, al igual que hace pocos años lo hizo el capitán condenado por 28 abusos sexuales, que se dice pronto). Es más, esta sensación de impunidad se ha visto aumentada por las palabras en Twitter del coronel Miguel P. Palacios (que fue testigo del caso, creo que de los que sufrieron de amnesia) en el que advertía al marido de Zaida que tuviera mucho cuidado con ella porque quien hace un cesto hace ciento.

En las Fuerzas Armadas existe un 400% menos de denuncias de acoso sexual (no existen partes ni sanciones por faltas leves o graves al respecto en los últimos años, lo que no deja de ser bastante más que sorprendente, ya que todo aquello que no es delito es falta grave y lo que no es falta grave es falta leve). Según la teoría más extendida, los altos mandos se juegan la carrera y ese es el motivo por el que este índice de acoso se supone que es tan bajo. Dicha teoría, que intenta justificar ese bajísimo porcentaje de denuncias, si repasamos las consecuencias que han tenido para aquellos que han acosado sexual o laboralmente a Zaida Cantera o han participado de alguna forma en ello, queda poco menos que en evidencia (todos han sido ascendidos, continúan en sus puestos de trabajo y muchos han sido condecorados).

Es más, dadas las particularísimas condiciones laborales de las Fuerzas Armadas (misiones internacionales durante meses, maniobras, etc.) es muy probable que los roces sean más usuales que en otros ámbitos de la sociedad, ya que las relaciones entre sus componentes quizá sean más habituales que en otros puestos de trabajo (estar de cuatro a seis meses recluido en un cuartel como sucede en las zonas en conflicto es como un Gran Hermano). De ello se deduce que si es un trabajo en el que las relaciones puede que sean más habituales, también las situaciones de acoso (máxime si hablamos de un colectivo en el que la jerarquía tiene un papel tan protagonista) deberían ser más numerosas (y no es que los militares seamos peores personas).

Mi conclusión al respecto de ese porcentaje tan bajo (400% menos de denuncias) no es que se trate de una cifra con la que poder presumir y certificar de forma rotunda que no existe acoso sexual en las Fuerzas Armadas, sino que más bien diría yo que es una prueba más que obvia del inexistente funcionamiento de la justicia militar y de la impunidad con la que actúan los altos mandos. Tal es la situación, que me parece una torpeza por parte del Ministerio de Defensa haberla sacado a la luz, torpeza de la que me alegro, claro está.

Por tanto, lo cierto es que ellos han vuelto a ganar al conseguir que su mensaje de ejemplaridad con aquellos que denuncian y de impunidad con los altos mandos que cometen atrocidades se haya amplificado aún más y reforzado con la ausencia de dimisiones y ceses. No solo eso, ni siquiera se ha hablado del sistema o se han cuestionado las causas por las que un suceso de esta naturaleza ha podido acontecer o si es un hecho aislado o generalizado, si tenemos entre manos una incidencia o un problema, algo coyuntural o estructural. Han conseguido que el foco se desvíe de tal forma que la sociedad no se ha hecho estas preguntas, por lo que difícilmente buscará las respuestas.

Y nosotros hemos vuelto a perder porque ahora tenemos que seguir conviviendo con esos maltratadores que van a volver a golpearnos sin piedad en privado, tal vez con más inquina por un sentimiento de traición que degenerará en venganza, sin que nadie haga nada por evitarlo (el rey D. Felipe VI ni está ni se le espera, aunque muchos necesitamos de una pronta intervención) y sin que haya consecuencia alguna para los maltratadores. Si no las ha habido con las cámaras emitiendo en directo...

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