Un paso al frente

Una hostia nunca está bien dada

Hasta hace poco tiempo recibir una hostia bien dada en el Ejército era más o menos normal, de hecho, uno acudía a la milicia para hacerse un hombre y, claro está, las hostias terminaron con el niño que más de uno llevaba dentro. No sé muy bien, desde luego, cuál habría sido la solución en el caso de haberse incorporado la mujer como recluta, pero seguramente también habría sido necesaria una hostia a tiempo para convertirlas en mujeres como Dios manda.

Recientemente, tres miembros del Tribunal Supremo, cada vez más ridiculizado por sus propias decisiones, decidieron mostrarse contrarios a la sentencia por 'corregir' físicamente a un subordinado. Es decir, por patearle. Para estos miembros, en el difuso sentido de la palabra, es normal que si uno se equivoca en la oficina el jefe le patee, aunque sea sin causarle lesiones, para que se percate de su error. Así está el alto tribunal militar a día de hoy. Alguno habrá, macho, muy macho él, que alegará que la milicia no es una profesión cualquiera, ni siquiera es una profesión. Se equivoca. Y se equivoca mucho. La milicia es una profesión más y como tal debe adaptarse a la sociedad. Igual que hoy sería impensable que un comisario pateara a oficiales de policía o el jefe de un cuerpo de bomberos hiciera lo propio con los bomberos, no resulta lo mismo en el mundo militar y esos tras magistrados lo demuestran. Es cierto que el castigo físico brutal ha desaparecido de las Fuerzas Armadas, sentencias en ese sentido así lo demuestran y desde mi experiencia así lo puedo aseverar, pero todavía nos quedan ciertas reminiscencias: el bofetón o la patada 'a tiempo'.

La 'corrección física', o la didáctica de la bofetada, sigue siendo un método de trabajo más o menos aceptado en las unidades más duras. Un método que, curiosamente, es defendido por muchos soldados que prefieren una torta a que les arresten o les sancionen administrativamente, pues entienden que ello tiene consecuencias peores. Esta mentalidad anida, sobre todo, en unidades de choque como la Legión o la Brigada Paracaidista, en las que 'un pechazo' bien dado sigue siendo considerado más o menos normal. De ello, como bien demuestra  la noticia de Carlos del Castillo en Público bien se encargan los mandos de convencer a los soldados: mejor un par de hostias o unas flexiones que un arresto o una sanción económica.

Desde mi experiencia personal recuerdo que un sargento primero tuvo la ocurrencia de 'corregir físicamente' a dos chicas que aspiraban a ser soldados y aquello se convirtió en un caso muy sonado, aunque no lo fue tanto por el hecho en sí de golpearlas, sino porque eran hijas de un oficial. Aun así, el caso no terminó en los juzgados, porque de hecho solo una minoría de las actitudes delictivas que se producen en los cuarteles terminan en los tribunales, sino que se procedió a la 'reubicación' del sargento primero y asunto resuelto. También recuerdo los castigos físicos del capitán que comía gominolas y bollos mientras nos hacía hacer flexiones, nos castigaba con un saco terrero o nos hacía cavar. La situación era de lo más esperpéntica. En fin, son apuntes que demuestran hasta qué punto va a ser complejo terminar con estos vestigios que todavía habitan en la mentalidad de nuestra milicia.

Por desgracia, con magistrados tan retrógrados como los que votaron a favor de la exoneración del oficial que pateó a un militar para corregirle me temo que tardaremos todavía un tiempo en conseguir que ser militar sea solamente una profesión más. Una de esas en las que no te dan una guantada bien dada si te equivocas y en la que tú no lo prefieras.

 

Luis Gonzalo Segura, exteniente del Ejército de Tierra y autor de dos novelas (Un paso al frente en 2014 y Código rojo en 2015).

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