La Universidad del Barrio

Mujeres, anticlericalismo, radicalismo político y movimiento obrero. Una reflexión al hilo del post “Mujeres en lucha”, por Albert Sabadell

La entrada que lleva por título Mujeres en Lucha me invitó a pensar. Ha logrado además que rememore y relacione algunas lecturas. Unas son eruditas o académicas. Otras no. Espero que el conjunto aporte alguna luz.

 

Leo en el post:

"Pero en todo caso el modelo de mujer con el que se conjugan el liberalismo y el republicanismo en igual medida, es el que remite a la mujer madre. Si bien el republicanismo no contemplaba a la mujer como el "Ángel del Hogar", sí continuaba manteniendo espacios diferenciados para las mujeres y funciones distintas para ellas en política. La importancia de la educación para las mujeres estaba justificada por su condición de compañeras de los hombres y educadoras de los hijos. Si para el liberalismo la educación de la mujer era vital en su labor de educadoras de ciudadanos, y esta educación debía incorporar la religión como una cuestión fundamental, para los republicanos solo una educación libre de influencias religiosas y clericales garantizaría la emancipación de la mujer. En todo caso, los republicanos estaban más interesados en suprimir la influencia que los curas ejercían sobre la conciencia de las mujeres que en trabajar para su emancipación. De hecho, la feminización de la religión, junto con el hecho de que las mujeres, ya desde el Sexenio, se hubieran significado a favor de la unidad religiosa de España, y que hubieran sido cooptadas por el movimiento católico en su despliegue de actividades piadosas y benéficas, hizo que el anticlericalismo republicano contribuyera a la creación de una imagen negativa de lo femenino, al vincularla a la religiosidad y sus excesos".

De entrada, me hace recordar la celebrada tesis del antropólogo Manuel Delgado "las palabras de otro hombre". Muchísimos anticlericales buscaban justamente no la emancipación de las mujeres, si no hurtarlas a la influencia clerical "para que en casa no atendieran las palabras de otro hombre". "El cura entre tú y yo" era, según el Dr. Delgado, el motivo central del imaginario doméstico del anticlericalismo europeo, y por supuesto, o sobre todo, del español.

Eso por un lado. Por otro, y dado que el anticlericalismo radical también encontró un espacio en los ambientes obreros militantes, me viene a la cabeza "el modelo familiar de la clase media", una tesis muy estimulante de dos antropólogas francesas (Martine Segalen y Françoise Zonabend), que explican cómo en la clase obrera de su país se pasa de un modelo familiar centrado en mujeres con capacidad de tener hijos y compañeros masculinos que circulan, a una reformulación tributaria del modelo burgués de familia nuclear (el famoso "hogar dulce hogar" o el también famoso icono católico de la Sagrada Familia -la Virgen, San José y el Niño, sólo uno). Dicho modelo familiar gramscianamente subalterno consiste en que las mujeres y sus compañeros forman parejas que se quieren y son estables (aunque no indefinidamente), que tienen pocos hijos, los quieren y los educan (o procuran que sean educados), todo ello bajo el proyecto común de ascender en la escala social a través de esos hijos. En apoyo de sus tesis, Zonabend y Segalen citan documentos muy explícitos de los Congresos de la CGT, textos que justificaban la lucha por salarios más elevados porque éstos permitirían "a nuestras mujeres criar a nuestros hijos". O sea, que en el fondo se quería que las mujeres abandonasen la vida laboral para dedicarse al cuidado de los hijos y la familia. Así las cosas, empezó a estar bien visto en los barrios obreros que las mujeres dejaran de trabajar tras casarse y/o quedarse preñadas, y si eso no sucedía, era porque el marido no ganaba lo bastante: era, por tanto, un mal marido, un mal partido, un mal trabajador. En efecto, no estamos precisamente ante un modelo emancipador para las mujeres. Tal vez por eso triunfó plenamente en la España del desarrollismo franquista aunque, a qué negar esa evidencia, ese discurso también tuvo precedentes españoles poderosos en el campo sindical más "constructivo" de las décadas anteriores a la Dictadura. ¿Podría ser ésta una forma de contar la historia del movimiento obrero "respetable" e integrado? Seguramente, tanto en cuanto a sus logros evidentes, como a sus limitaciones no menos visibles.

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Pero antes de continuar, no puedo pasar por alto otro aspecto fascinante del relato de las doctoras Segalen y Zonabend: el modelo familiar obrero previo al de la clase media, en el que el hogar tiene como pieza principal a una mujer capaz de tener hijos, y que obviamente está vinculado al trabajo infantil y a salarios muy bajos: mientras las mujeres pueden tener o tienen hijos que trabajen y vivan con ellas, son "buenos partidos", y consiguen compañeros que contribuyen a los gastos generales. Cuando las mujeres dejan de ser fértiles, o sus hijos mueren o se emancipan, su situación socioeconómica empeoraba de forma drástica y la familia desaparecía en muchos casos. Sin ser lo mismo, dicho "régimen" recuerda  en cierto modo a lo que una corriente en ciencias sociales ha denominado modelo de la subclase social, descrito en los guetos negros o hispanos de muchas ciudades norteamericanas: pobreza, exclusión y todos sus corolarios, barrios degradados y casi abandonados por los servicios públicos, trabajos precarios y salarios bajos, muchos hogares encabezados por mujeres que trabajan en el sector servicios, con hijos que pueden tener acceso a cheques de beneficencia. En ese marco, muchos hombres que circulan por los hogares sin comprometerse ni con sus parejas ni con los hijos que les hacen. La serie "The Wire", situada básicamente en los guetos negros del Este de Baltimore, es también un poco eso ¿no?: un mundo formal de hombres donde las mujeres cuentan menos, cuyo valor no lo determinan ellas mismas casi nunca, y que cuando sí lo hacen, es en términos de desviación.

También creo captar resonancias entre ese modelo familiar de la primera industrialización y otra realidad más actual: podría estudiarse, si no se ha hecho ya, el efecto que pueden tener las "maquilas" en la estructura de las familias y en la posición de las mujeres en México, en Guatemala, en las Zonas Económicas Especiales de otros países latinoamericanos, y también, por ejemplo, en Bangladesh. ¿Acaso se puede olvidar el "accidente" criminal de 2013 en una fábrica textil cerca de Dacca que produjo 1.138 muertos y miles de heridos, la inmensa mayoría mujeres? Es posible que todos hayamos usado alguna prenda de ropa confeccionada con el sudor, la sangre y la vida de esas mujeres. Hablamos de salarios muy bajos y sin derechos sociales ni condiciones laborales básicas en trabajos muy feminizados y/o con explotación infantil. No quiero sacar conclusiones. No tengo datos para hacerlo, pero sí puedo pensar que los infiernos de la desigualdad moderna a menudo se parecen.

Pero volviendo a lo que, sin duda simplificando, he denominado éxito franquista del "modelo familiar de la clase media", cabe decir que antes de la dictadura, creo que también podrían seguirse las trazas de otro discurso de género en el movimiento obrero español.  Un discurso menos formalizado, menos complejo o completo, ni siquiera del todo distinto al del modelo de la clase media, tal vez se trate solamente de una intuición subyacente, pero creo que existe y tiene que ver con los fundamentos del anarcosindicalismo español. El ideal del rebelde libertario (casi siempre hombre, claro, aunque con más excepciones femeninas que otras corrientes de la izquierda) no era exactamente el de hacer que las mujeres abandonaran el trabajo para criar a los hijos y cuidar del macho. Cuenta Joan García Oliver en "El eco de los pasos" que el sindicato en su Reus natal despega cuando en las fábricas textiles los sindicalistas empiezan a defender a las trabajadoras de los chantajes sexuales y de otros tipos a las que les someten no ya los patrones -que también- si no sus lacayos en los tajos: los encargados y otros mandos intermedios. Bueno, tampoco éste era un discurso emancipador, pero tal vez pudo ser el principio de algo. Como lo fue "Mujeres Libres", la organización anarcofeminista española, fundada formalmente en 1934, y triste e injustamente casi olvidada. Esas mujeres partían de dos postulados anarquistas: uno es que la emancipación de un grupo social sólo puede ser obra de ese mismo grupo (o sea, que no puede ser "salvado" por otros, porque eso significa la perpetuación de la desigualdad). El otro es el que sostiene que una lucha revolucionaria solamente lo es cuando en sí misma ya empieza a modelar la organización sociedad futura (esto es, el fin no sólo no justifica los medios, si no que el uso de determinados medios destruye los fines perseguidos). De ahí partieron para desechar la idea típica y mayoritaria en los ambientes progresistas que posponía la igualdad de la mujer a otros objetivos revolucionarios más importantes, ya que consideraba que dicha igualdad sería uno de los frutos de la nueva sociedad. En lugar de esto, las Mujeres Libres consideraron que la igualdad de la mujer debía ser un motor de la revolución, y no un producto de la misma. Y actuaron en consecuencia, denunciando donde los encontraban, lo cual no resultaba demasiado difícil, los comportamientos machistas ("chovinistas" les llamaban a veces), de sus propios compañeros.

En todo caso, sin las mujeres en las fábricas, sin ellas apoyando positivamente, afiliándose y elaborando y siguiendo las consignas sindicales, sospecho que tampoco hubiera progresado en España el "otro" movimiento obrero, el más formidable y potencialmente liberador.  También el menos sensato, el menos respetable, el derrotado y el negado.

Pero "Mujeres en lucha" no termina ahí de interpelarme. Más adelante escribe Adánez:

(Tras una cita de Romero Robledo) "Como sabemos, esta capacidad del sexo para definir el ser social y político no es ni natural ni evidente, sino una construcción histórica con un origen y una evolución que es necesario analizar. Pero en un siglo en el que las mujeres (solo unas pocas, solo de manera incipiente) comienzan a tomar conciencia de que son sujetos sexuados, éstas no parecen todavía en condiciones de cuestionar el orden de género y, con él, el orden sociocultural en cuyo provecho trabaja: el orden liberal burgués.

Emilia Pardo Bazán, dispuesta a exponerse como pocas, afirmó que si en su tarjeta pusiera Emilio, su vida habría sido muy diferente. Quería decir que su vida habría sido más fácil en el caso de tener barba. La gallega pensaba que el siglo XX sería el de "la mujer rescatada". Grandes cambios harían posible la emancipación femenina. Las mujeres terminarían por alcanzar los mismos beneficios y el mismo estatus que los hombres, con barba o sin ella. Erró la grandísima escritora".

Cierto, Pardo Bazán fracasó en su predicción de que la mujer del siglo XX sería una mujer rescatada. De algún modo estaba presuponiendo que las reivindicaciones de las mujeres acabarían por verse satisfechas desde un cierto inmanentismo, esperando en el fondo, como tantos progresistas varones, que los cambios sociales tendrían como uno de sus frutos más preciosos el rescate o la redención femenina. Igual ahí está el problema: redención no es emancipación. La redención te la conceden, la emancipación se conquista.  A día de hoy, en Occidente, casi todo el mundo parece estar a favor de la igualdad de género. Sin embargo, las prácticas sociales y políticas reales desdicen a menudo esa postura. La subalternidad femenina sigue siendo funcional en muchos sentidos.

 

Albert Sabadell es antropólogo y periodista. 

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