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Ánsar y el pardillo

Por Javier Amor. Miembro de Unidos por Nicaragua y de La Comuna.

"Yo jamás te hubiera conocido/Si no llega a ser por los Ramones" reza una canción popular.

El pardillo nunca habría encontrado a la garza morena de su vida si no llega a ser por la revolución.

Cruzando extenuado el océano, con una pesada guitarra bajo el ala, se asomó a la luz tropical que irradiaba la patria de los sueños. En la playa le esperaba el Güiti, que ya ha salido en esta serie. Le dio media botella de ron, que el ave se echó al pico agradecida y las fuerzas le volvieron poco a poco.

Dijo el Güiti: Tengo una reunión con una arquitecta de aquí, una tía muy maja, que además está muy buena. Puedes venirte.
El pardillo le acompañó, estuvo cabizbajo todo el rato, mirándola con el rabillo del ojo y quedó prendado de la zancuda.
Para que una pareja aérea funcione, la afinidad ideológica es el cohete de salida, luego viene la química del sexo y finalmente el afecto, que llena el hueco que la pasión dejó.

Los pájaros iban juntos a los mítines y a las prácticas de tiro, a los cortes de café y a los entierros de los jóvenes muertos en combate; por separado, cada cual iba de su corazón a sus asuntos.

Los años corrieron, ellos volaron por otras latitudes y cuando en el atardecer de sus vidas regresaron a la patria de los sueños, en el cielo había permanentes nubarrones, tormentas y buitres que amenazaban su vuelo y las viejas banderas se habían descolorido: ya no eran rojas, sino de un rosa desvaído.

Pero con este panorama desolador, que finalmente acabaría en tragedia, el pardillo no quiere abrumar al lector. El pardillo, siempre alegre y divertido, contará cómo vivieron las aves la guerra de Ánsar en medio del desierto.

Una ciudad de arena con una sola calle y una sola casa decente sobre la que ondeaba la bandera rojigualda. Allí mandaba el pardillo. Se hizo evidente el día que mandó poner la bandera a media asta por la muerte de Dee Dee Ramone.

Lejos de allí, en un rancho de Texas, un aprendiz de brujo con bigote se unió a los poderosos de la tierra para destruir un país que funcionaba, -con su tirano ¿y quién no? - devolverlo a la edad de piedra y con malas artes quitarles su petróleo. Como es sabido la cosa acabó como el rosario de la aurora. Y ustedes se preguntarán ¿en qué puede afectar esto a una garza y a un pardillo en medio de la nada?

Los mosqueteros pirómanos encendieron el mundo musulmán y en casi todos los desiertos rezan al Más Misericordioso.

Las autoridades del pueblo y hasta el gobernador de la provincia, envueltos en sus bubús y turbantes, le reclamaban incrédulos al pardillo cada vez que se le encontraban en alguna actividad, como si la culpa fuera del pájaro expatriado.
España siempre ha sido un amigo tradicional de los países árabes.

El pardillo pensaba, eso era con Franco, pero no lo decía. Inventaba explicaciones que ni él mismo creía. Ya ni salía del nido por miedo al acoso. Hasta los viejos venerables que fueran soldados de las tropas Guardafronteras de España y que vivían en jaimas en las profundidades del desierto, cuando venían a cobrar su pensión, le echaban la culpa al pardillo de las hazañas del relamido del bigote.
Un día el pardillo se hartó de justificarse en la lealtad debida a su gobierno y empezó a decirle a los notables, a los ancianos nómadas y a cualquiera que quisiera escucharle:
Esto es una decisión arbitraria, basada en falsas premisas, del Ánsar que gobierna España. El pueblo, y yo también, estamos en contra de esta guerra.

Parece que el mensaje no llegó hasta las mezquitas. El viernes siguiente, tras la oración, una multitud vociferante llegó hasta las puertas del Consulado, que era a la vez el nido de las aves.
Los pájaros estaban en el alpiste cuando la primera piedra impactó contra una ventana. El vigilante no estaba porque era fiesta, las puertas eran endebles, de madera, y para colmo al pardillo se le olvidaba siempre poner el cerrojo de abajo. La pitanza se les atragantó y empezaron a cerrar puertas y ventanas.
El portón cedía, las piedras, cada vez más grandes, caían en el patio. Entonces el pardillo se acordó de dos subfusiles Z-45 que había en el almacén desde la guerra del Sáhara. Arriesgando su integridad salió de la casa bajo una lluvia de insultos y pedruscos, sin atreverse a mirar a la puerta principal que sonaba como el castillo de Drácula. Las armas estaban en buenas condiciones, pero los proyectiles se veían sarrosos.
Aunque la intención era disparar al aire, al fin el servicio militar y las prácticas milicianas, respectivamente, iban a ser de utilidad a los pájaros.

Atrancaron puertas y ventanas excepto una grande del primer piso, en la que se apostaron. La puerta principal se resquebrajó y abrió, mientras se escuchaban las sirenas de dos patrullas salvadoras.

Los pájaros no terminaron el alpiste. El pardillo fue a la máquina de telegramas cifrados e informó a la embajada y al ministerio del exterior del incidente. Jamás recibió ni respuesta oficial ni una llamada de aliento. Sólo un periodista de El País, a la sazón periódico decente, llamó para interesarse por lo acaecido y sacó un suelto en prensa sobre la agresión.

El cara de palo mentiroso que llevó la guerra a Oriente Medio, puso a los pájaros en un cable de alta tensión y a un tris de electrocutarse. Su Arrogancia nunca se enteraría de lo sucedido. Al año siguiente, se enteró de lo que vale un peine. Pero siguió mintiendo.

El pardillo no se acordó de sus muertos en honor a Don Manuel, periodista y abuelo del Ánsar, quien devolvía el saludo al pajarillo cuando se cruzaban en los pasillos del ministerio, allá por el pleistoceno, pero se alegró de su vieja manía de andar siempre filtrando papelitos.

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